SOCIEDAD
› OPINION
Una guerra perdida
Por Juan S. Pegoraro *
La asimilación de las “villas” a uno de los espacios donde se ocultan algunos enemigos de la vida ciudadana parece ahora conjurarse con su ocupación y control por fuerzas de seguridad. No hace falta más que una “visita guiada” por esos lugares para advertir que sólo puede haber “mala vida” en esas villas de “emergencia” (como se las llamara antaño) porque las condiciones de degradación ambiental hacen casi imposible el desarrollo de una vida más o menos digna de llamarse humana. Claro que puede suponerse que sería mejor dotarlas de casas de material, con calles transitables, con cloacas, gas en red, luz eléctrica, hospitales, escuelas, polideportivos, bibliotecas, plazas, iglesias, confiterías, cines, teatros donde se puede desarrollar la vida ciudadana. Entiendo que para eso le fue entregado el Fondo de Reparación Histórica al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, de alrededor de 700 millones de dólares anuales durante la gestión del gobernador Eduardo Duhalde, pero seguramente tales fondos tuvieron otros destinos porque las villas de emergencia siguen creciendo y siempre como villas. En ese espacio donde las Necesidades Básicas Insatisfechas (vaya eufemismo sociológico) son su característica, se desarrolla, decía, una “mala vida” signada por situaciones de violencia recíproca, ruptura de relaciones fraternales, degradación de las relaciones solidarias y también hostigamiento de estructuras y punteros políticos hacia los movimientos colectivos autónomos. La degradación en la que viven y a la que son sometidos hace recordar las descripciones de Primo Levi de los campos de concentración en Si esto es un hombre.
Este complejo fenómeno cada ve más naturalizado se lo pretende conjurar ahora con su ocupación y control militar. Una fracción minoritaria de sus habitantes se dedica, entre otras actividades, al “choreo”, y en eso muchas veces no respetan a los otros desesperados sociales que son el común denominador de los villeros. No ha alcanzado con la Policía Federal o la Bonaerense, ya que su infantería, con otras habilidades, carece de adiestramiento en la ocupación de territorios y la Prefectura o la Gendarmería serían más idóneas para combatir a un enemigo que como los Vietcong se mimetizan como peces en el agua en ese ambiente degradado. Guerra perdida ésta, sospecho, como fuera aquella en la Indochina asolada por colonialismos varios, si no se revierte el saqueo de los bienes públicos que producen y reproducen estas imperturbables zonas de “emergencia”. Las tareas de las fuerzas de ocupación de controlar e identificar moradores, registrar a sospechosos, cuidar algunos bienes, preservar ciertos negocios políticos e impedir que sus habitantes caigan en la tentación de satisfacer malsanos deseos consumistas, en ese ambiente, es por lo menos, a la larga, guerra perdida.
* Instituto Gino Germani - UBA.