Conocí a Ana Amado en 1984. Lo que no puedo precisar es el sitio: posiblemente, fue el 8 de marzo frente al Congreso colmado de mujeres de toda estirpe en plena primavera democrática. O bien en la histórica casa Lugar de Mujer. Ambas usábamos boina. Ese toque nos unía. Eramos un grupo de periodistas feministas que íbamos de un lugar a otro, nos pasábamos datos en dónde colaborar, conocer gente interesada en escuchar nuestra arenga. Entre ellas había profesionales de talla, con un vasto recorrido: Moira Soto, María Moreno, Felisa Pintos, Nelly Casas. Los medios gráficos abrían sus puertas como las aguas del Mar Rojo. En realidad, nos fuimos conformando mientras la democracia avanzaba. Ana era corresponsal en Argentina de Fempress, la Red Alternativa de Prensa Feminista para América latina, con sede en Santiago de Chile. Una tarde me llamó para contarme que marchaba a Nairobi. A mí me resultó exótico y raro asistir a un encuentro donde concurrían más de 15.000 mujeres de todo el planeta. Ella integraba la comitiva nacional para la III Conferencia Mundial de la Mujer en Kenia. Aunque algo de eso yo estaba al tanto por otros eventos internacionales que contagiaron a muchas de mis compañeras activistas: el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano en Bogotá, en 1981, y el segundo dos años más tarde en Lima. Ana y yo teníamos amigos y amigas en común. Uno de ellos nos vinculaba con historias del pasado: Héctor Schmucler, más conocido en el ambiente como el “Toto”. Yo lo conocí en los años setenta en la carrera de periodismo en La Plata. Ella compartió el exilio en México, entre otras tantas cosas, y además fue parte del Consejo Editorial de la revista Comunicación Cultura, dirigida por él y Armand Mattelart. Apenas el Toto tomaba la carretera de Córdoba a Buenos Aires, avisaba que estaba listo para charlar largo y tendido. No siempre nos juntábamos los tres. A veces me tocaba a mí al mediodía y otras le tocaba a ella. El rito tenía su explicación. Ahora que lo pienso, aparte de la boina, del feminismo, el Toto era otro lazo que nos vinculaba y también la primera librería en Buenos Aires con café, llamada Gandhi. Su cuñado, Elvio Vitali, oficiaba de dueño y de mecenas gruñón. Era nuestro lugar en el mundo, el paraíso terrenal. Nos cruzábamos la fauna de la calle Corrientes. Tenía un sótano que nos servía para autoconvocarnos y discutir hasta quedar extenuadas. En agosto de 1986, Ana escribió un informe especial titulado Aborto para una revista de tirada masiva, Vivir. Al año siguiente, se creó la Subsecretaría Nacional de la Mujer, bajo la conducción de Zita Montes de Oca, quien constituyó el Consejo de Asesoras con más de treinta feministas. Ana estuvo allí y también en el Primer Encuentro Nacional de Mujeres. A partir de hoy debemos acostumbrarnos a decir que Ana ya no está.
* Activista feminista queer.