“Hace 20 años, los hospitales enviaban a las compañeras a morir a los hogares. Así se formó nuestra organización”, recordó la activista trans neuquina Luján Acuña en diálogo con PáginaI12 pocas horas después de que el Estado provincial concediera la personería jurídica a la ong Vidas Escondidas (VE), que desde hace diez años, gracias a la gestión de la monja de clausura Mónica Astorga, funciona en un inmueble cedido por el obispado local. Las integrantes de la asociación trans, todas ellas “mujeres mayores, de una franja etaria descuidada”, tramitaron la personería jurídica para pegar un nuevo salto. “La provincia se ha comprometido con nosotros a ayudarnos con nuestro proyecto”, que en lo inmediato consiste en el acceso a viviendas sociales para algunas adultas mayores trans y en la inauguración de un centro de cuidados de personas mayores que estará a cargo de algunas de las activistas, formadas como asistentes gerontológicas en un instituto marista. “Legalmente ya estamos en condiciones de pedir ayuda a los organismos del Estado”, celebró Acuña, para quien la religiosa que las ayudó a conseguir una sede física, hace una década, es “un ser de luz, nuestra hermana, nuestra madre, nuestra amiga, nuestra compinche”.
En el principio fue una asociación dedicada a la “atención de salud a la población trans neuquina”. Veinte años atrás, la urgencia pasaba por la atención de personas contagiadas por VIH y por la circulación de información, por la construcción de redes solidarias. Eran alrededor de cinco activistas, que se daban estrategias cotidianas para paliar un panorama cotidiano difícil. Una de ellas, recuerda Acuña, “lo único que quería era tener sábanas blancas y limpias para morir”. Pasados algunos años, una de las integrantes de la asociación que había atravesado “una situación emocional especial, hizo una manda a la virgen de Lourdes, como un pedido donde ella se comprometía a dejar el diezmo de su sueldo pasada la situación”. Fue a la parroquia de Lourdes para preguntar cómo hacer, “estaba el padre Italo, que la derivó a la laica consagrada Mariuccia, que la comunicó con la hermana Mónica” Astorga, la carmelita descalza que fue decisiva para lo que siguió. Fue esa monja la que, tras conocer a la activista que quería donar y conocer el trabajo de la pequeña asociación, intercedió ante el entonces obispo Marcleo Melani. “Le pidió al obispo si ella y su comunidad nos podían acompañar espiritualmente. El obispo dijo que sí, y la comisión de las Carmelitas Descalzas también apoyó”.
Acuña explicó a PáginaI12 que hasta entonces las activistas estaban “sin atención espiritual y necesitábamos recuperar ese vínculo”. Quizá no eran practicantes, pero estaban lejos del ateísmo o el agnosticismo: “siempre fuimos creyentes. Nuestra relación con Dios siempre fue buena, porque el hecho de que saliéramos a la calle y volviéramos con vida quería decir que Dios quería que siguiéramos vivas”.
Desde entonces, entre las activistas trans y la monja Astorga, responsable del Monasterio de Carmelitas Descalzas, de Centenario, se tejió una amistad que derivó en el fortalecimiento de la asociación. Fue la monja la que, luego, intercedió para que el obispado cediera a las activistas un inmueble en el que pudieran armar talleres, organizar encuentros, y dar cobijo a alguna mujer trans cuando la vulnerabilidad acosaba. “Ese espacio que nos prestó el obispo Melani lo convertimos en una casa de encuentro, en un lugar para atención a la salud de quien lo necesite. Tenemos una habitación preparada para atender a una persona discapacitada por enfermedad. Ahora hay dos chicas viviendo ahí, una de 53, que es la encargada del taller y ha sido ejemplo de lucha: es la que al comienzo, hace 20 años, decía que ella todo lo que quería era tener sábanas blancas y limpias en la cama para morir. Ya cambiamos las sábanas blancas para morir por un trabajo. Imaginate el cambio en nuestras vidas: pensábamos en morir y hoy buscamos trabajo”, reparó Acuña, quien recordó también que “a partir de la implementación de la ley de identidad de género empezamos a incorporar a esas bases que teníamos, que nos habíamos armado, otras bases nuevas, más aggiornadas”.
En lo inmediato, la obtención de la personería jurídica habilitaría el paso siguiente, explicó Acuña. “Somos cuatro asistentes gerontológicas recibidas en el Colegio de los hermanos maristas, este año se reciben dos y el año pasado nos recibimos otras dos; armamos un grupo de trabajo y vamos a crear un centro de cuidados de día para personas mayores. Va a estar atendido por personas trans en todo, desde la cocina hasta los cuidados. La provincia se ha comprometido con nosotras a llevar adelante nuestro proyecto. Serían cinco puestos de trabajo de una: sacar cinco chicas de la calle de golpe. Es estupendo. Es bueno hacerlo de a una, de a media, de a cuartos, lo que se pueda. Pero cinco de golpe es algo que tiene una fuerza importante, es un ejemplo importante para las chicas trans jóvenes. Ver que hay otras salidas puede hacer que evitemos que pisen la calle. Una vez que las chicas son echadas de su casa y van a la calle a trabajar, es difícil sacarlas de la prostitución, que en la provincia maneja índices muy altos. Esas chicas pueden llegar a ganar 1500 pesos por un par de horas. Si necesitan el dinero y lo hacen por eso, ¿cómo hacés para darles otro tipo de contención, otra salida?”.
Personería jurídica para una ONG de mujeres trans que trabaja con un monasterio
El camino de los proyectos propios
Hace veinte años, formaron una asociación; hace diez, una monja de clausura conoció su trabajo y resolvió apoyarlas en el día a día. La ONG funciona en un espacio del obispado. Planean un microemprendimiento con apoyo del Estado provincial.
Este artículo fue publicado originalmente el día 12 de noviembre de 2016