SOCIEDAD
› KENNETH ROTH, DIRECTOR DE HUMAN RIGHTS WATCH
“Ahora los tiranos van a pensarlo dos veces”
Hijo de un refugiado del nazismo, lleva muchos años trabajando en una de las principales organizaciones mundiales de derechos humanos. Aunque está muy lejos de toda ingenuidad, su satisfacción es ver cómo en muchos países las dictaduras no tienen la impunidad de antaño y la justicia avanzó. La deuda con Africa y la Corte Penal Internacional.
Por Yolanda Monge *
–Los derechos humanos. Un largo camino en muy poco tiempo.
–Nada más cierto. Cuando pienso cómo era el mundo en el que yo empecé a trabajar en los derechos humanos me sorprendo, porque es completamente diferente. El primer trabajo serio que hice fue en medio de la Guerra Fría, cuando intentábamos proporcionar un pequeño espacio político para un puñado de disidentes del bloque soviético. Trabajaba, sobre todo, en Polonia después de la ley marcial, a principios de los ochenta, y teníamos la sensación de que estábamos arrancando pedacitos de una roca inmensa y avanzando muy poco, si es que avanzábamos algo, pero que si seguíamos empujando con la fuerza suficiente, con el tiempo podríamos conseguir un pequeño cambio. Y lo que es fascinante es que nadie podía predecir que este pequeño espacio que contribuimos a crear fuera suficiente para que ese puñado de disidentes del antiguo bloque soviético creara un movimiento dentro de un sistema aparentemente inamovible. Así que el mundo es hoy más fluido, no necesariamente mejor, sólo distinto. Pero pensar que hemos pasado de un mundo en el que había un sistema totalitario que parecía permanente a otro mundo en el que puede que haya grandes problemas... de pronto, ya nada parece imposible. ¿Sabe? Si la libertad pudo llegar al bloque soviético, entonces debería ser posible mejorar el ejercicio de los derechos humanos prácticamente en cualquier otro lugar del mundo.
–Los derechos humanos parecen haberse convertido en el centro de una ideología dominante en el mundo. Aun así, ese movimiento no fue capaz de detener el genocidio en Ruanda y Yugoslavia.
–Yo no creo que el mundo vaya a mejorar necesariamente... Soy realista al reconocer que los gobiernos siempre estarán tentados por el diablo. Y creo que el papel del movimiento de los derechos humanos es dificultar que los gobiernos puedan actuar siguiendo sus peores impulsos. Hay partes del mundo donde hemos hecho avances enormes. Déjeme darle un ejemplo: cuando yo empecé a trabajar en derechos humanos había guerras horribles, guerras sucias en Latinoamérica; se practicaban las desapariciones de forma sistemática, había tortura, ejecuciones en gran número de países. Hoy, muchos de esos países son democracias; así que eso es un ejemplo de que un movimiento fuerte a favor de los derechos humanos ha sido capaz de realizar los cambios sistemáticos necesarios para asegurar el respeto a largo plazo de los derechos humanos. Pero en otros lugares del mundo se está retrocediendo. Si mira hoy algunos de los conflictos de Africa, por ejemplo, había una falsa estabilidad mediática mantenida por la Guerra Fría que, al romperse, permitió que surgieran todo tipo de fuerzas represivas, tanto gubernamentales como rebeldes. Lo que me hace seguir adelante es que creo que el movimiento en pro de los derechos humanos es más fuerte ahora de lo que era hace 25 años. Pinochet es el mejor ejemplo. Ahora los tiranos van a pensarlo dos veces antes de perpetrar sus crímenes.
–Su padre escapó en 1938 de la Alemania nazi. ¿Tuvo ese hecho algo que ver con su pasión por los derechos humanos?
–Sí, sí, sin duda. Mi padre escapó del terror de la Alemania nazi en 1938, siendo un niño de 12 años. Emigró a Nueva York. Cuando yo era pequeño oía terribles historias de qué significaba y cómo era ser un niño judío en la Alemania nazi. Quiero contarle que yo escuchaba estas historias cuando mi padre me cortaba el pelo. Era la única manera en la que nos manteníamos quietos y callados. Nos contaba aquellas dolorosas y trágicas historias que todos conocemos. Luego, para relajar la tensión, nos relataba anécdotas sobre el caballo de la familia. Así que una parte eran historias graciosas sobre su caballo, pero cuando nos hicimos más mayores empezó a contarnos historias más serias, y eso de alguna forma me sensibilizó sobre el mal que pueden hacer los gobiernos. Pero también hizo que me importaran las dictaduras y los gobiernos malignos, y supongo que me hizo simpatizar con las víctimas. Identificarme con las víctimas.
–Pero tiene usted un pasado atípico para un activista de los derechos humanos. Su formación es la abogacía y fue usted fiscal en Nueva York, en el equipo del ex alcalde Rudolph Giuliani.
–Sí, eso es más difícil de explicar, la verdad. (Risas.) Para bien o para mal, hay algo dentro de mí que hace que no sea feliz haciendo un trabajo que yo consideraba sólo como un trabajo, necesito creer en lo que hago. Siento que eso, de alguna forma, es una maldición y una bendición. Siempre me he visto obligado a encontrar un trabajo en el que pueda creer, y si hubiera sido diez años mayor me habría comprometido con el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Pero me pilló joven. Cuando me licencié en Derecho, las grandes batallas por los derechos civiles estadounidenses habían terminado y la nueva frontera eran los derechos humanos internacionales. Trabajé como fiscal y a la vez como voluntario para los derechos humanos, sobre todo con Polonia, y al final ya estaba preparado para dejar el ministerio fiscal y empecé a buscar trabajo. Recibí una llamada de HRW y alguien me explicó que habían crecido tanto que tenían casi 20 personas en plantilla. (Risas.) Que el director no podía llevarlo solo y necesitaba un adjunto y que si me interesaba a mí ser el adjunto. Así que dije: “De todas, todas”. [HRW tiene hoy 180 empleados.]
–Usted concluye sus estudios de Derecho en la Universidad de Yale. Por aquel entonces, Jimmy Carter era presidente de Estados Unidos (1977-1981), el primer presidente que introduce el concepto de los derechos humanos en la política exterior norteamericana. En 1977, Amnistía Internacional gana el Premio Nobel de la Paz. Ese mismo año, The New York Times escribe: “Los derechos humanos se han puesto de moda”. ¿Pasaron los activistas de ser unos idealistas entrometidos a ser gente respetable?
–Jimmy Carter empezó ese proceso, pero aunque fue claramente el primer presidente estadounidense que habló de los derechos humanos como un objetivo de la política exterior estadounidense, eso no es más que una pequeña parte de lo que pasó, porque incluso Carter tenía todo tipo de alianzas indeseables con dictadores de todo el mundo. La derrota de Jimmy Carter frente a Ronald Reagan, en 1980, fue también de alguna forma una manifestación del rechazo de estos ideales. Fue una victoria muy breve porque, tan pronto como Ronald Reagan tomó posesión del cargo, se declaró decidido a librarse de este concepto blando de los derechos humanos. Puede que recuerde a Jeanne Kirkpatrick, que fue el primer nombramiento de Reagan para embajadora en la ONU. Ella introdujo la idea de que había una diferencia entre regímenes totalitarios, lo que significaba regímenes comunistas, cuyas violaciones de los derechos humanos merecía la pena combatir, y regímenes autoritarios, lo que significaba regímenes de derecha, pero amigos, cuyas violaciones de los derechos humanos podrían tolerarse.
–Acababan de nacer los derechos humanos como elemento de la política exterior estadounidense y ya entraban en retroceso.
–Así fue, pero incluso bajo la administración de Reagan se hizo difícil ignorar el tema de los derechos humanos y a él no le gustaba hablar de ellos, pero hablaba de democracia, porque empezó a darse cuenta de que no era suficiente para Estados Unidos estar en contra del comunismo, también tenía que estar a favor de algo. El eligió la democracia por un conjunto de razones cínicas, básicamente porque el gobierno de El Salvador estaba dispuesto a convocar elecciones. Aunque estuviera torturando de forma generalizada, iba a convocar elecciones y, por tanto, se le podía llamar democracia, mientras que los sandinistas no estaban convocando a elecciones en Nicaragua, y por ello eran antidemocráticos. Así que ésa fue su razón, en la Guerra Fría, para abrazar la democracia. Pero acabó atrapado en su propia trampa y ayudando a fomentar los derechos humanos en otros lugares, aunque fueran amigos de Estados Unidos. De forma que incluso la administración de Reagan acabó presionando para librarse de Pinochet en Chile, o de Marcos en Filipinas, o de Duvalier en Haití. Y para cuando llegó el primer gobierno de Bush, padre, los derechos humanos se habían convertido en algo normal en la política exterior estadounidense. Clinton abrazó públicamente la causa de los derechos humanos, aunque bajo su administración sucedió algo tan terrible como Ruanda, en donde bloqueó cualquier oportunidad de detener el genocidio.
–¿Cree usted que la guerra contra el terrorismo lanzada por George W. Bush tras el 11-S viola los derechos humanos? ¿Viola Guantánamo los derechos humanos?
–Ese es el nuevo desafío de hoy día. La guerra contra el terrorismo de Bush amenaza con convertirse en la nueva excusa para hacer caso omiso de los derechos humanos, igual que en su día lo fue el comunismo en plena Guerra Fría. Se refuerza a los terroristas porque se crea resentimiento y se lanza a la gente a los brazos de Al-Qaida. Hasta el punto de que no me sorprendería si por cada sospechoso de terrorismo arrestado por Estados Unidos se generase otro terrorista.
–Bush se juega otros cuatro años de mandato el próximo mes de noviembre. En caso de victoria, ¿qué se juegan los derechos humanos?
–Sé que la administración de Bush ha hecho muchas cosas mal en los últimos dos años, y todavía queda mucho. Cosas como destrozar las Convenciones de Ginebra en Guantánamo, como usted apuntaba antes; como crear comisiones militares que violan los procesos básicos; como utilizartécnicas de interrogatorio llamadas “de estrés” en Afganistán. Pero creo que incluso después del 11-S la administración de Bush empieza a escuchar las preocupaciones sobre los derechos humanos, y hace esto, en parte, porque los aliados, especialmente Europa, están muy preocupados por la dirección unilateral de EE.UU.
–¿Cómo se funda HRW?
–Human Rights Watch fue creada por un editor que quería publicar algunos libros de los disidentes soviéticos. Conoció a algunos de estos disidentes en el camino y quedó muy afectado cuando los encarcelaron -esto fue en 1978–, sólo unos pocos años después de que se adoptasen los Acuerdos de Helsinki [las negociaciones entre soviéticos y norteamericanos para firmar acuerdos que limitaran la producción de misiles estratégicos de largo alcance cargados con armas nucleares y que se iniciaron oficialmente en Helsinki en noviembre de 1969. De alguna manera, estos acuerdos simbolizan la distensión en plena Guerra Fría]. En estos acuerdos se ratificaba, por una parte, la división de Europa, pero, por otra parte, se incluían disposiciones sobre los derechos humanos. Entre los derechos reconocidos por los Acuerdos de Helsinki estaba el de vigilar la práctica de los derechos humanos de tu propio gobierno. En respuesta a este apartado se crearon una serie de grupos de vigilancia que se establecieron en Moscú, Varsovia, Praga, y todos ellos fueron repentinamente encarcelados y suprimidos. Hicieron un llamamiento a Occidente para crear un grupo de vigilancia de Helsinki en Occidente que intentara proteger a los grupos de vigilancia de Helsinki en Europa del Este, y Helsinki Watch fue la respuesta. Esto fue en 1978. En 1981, Ronald Reagan llegó al poder y tenía esa visión de doble rasero de los derechos humanos. Estaba muy bien hablar de los derechos humanos cuando te referías a la Unión Soviética y a gobiernos comunistas, pero no en otros sitios. Por tanto, con el fin de demostrar que los de Helsinki Watch no estábamos de acuerdo con este doble rasero, creamos America Watch y trabajábamos con los gobiernos derechistas latinoamericanos, además de los sandinistas en Nicaragua y Castro en Cuba. Y fue una cuestión de tiempo... En 1985 creamos Asia Watch; en 1988, Africa Watch, y en 1989, Oriente Próximo Watch, y fue en este punto cuando empezamos a llamar a toda la organización Human Right Watch.
–Ustedes se dicen orgullosos de haber ampliado el concepto de organización en pro de los derechos humanos.
–La respuesta es muy sencilla. Las organizaciones originales de derechos humanos trataban, en su mayoría, a presos políticos, y éstos solían ser hombres intelectuales que vivían en la capital de cualquier país. Y HRW intentó dar respuesta a la llamada de otros tipos de violaciones de los derechos humanos. Lo primero que hicimos, en realidad, fue empezar a trabajar en zonas de guerra, porque en las guerras el objetivo no son sólo los intelectuales, sino cualquier persona que esté en medio. Por tanto, empezamos a mirar a las víctimas de guerra, a criminales comunes, no solamente prisioneros políticos, para ver cómo se los trataba en la cárcel.
–Hasta 1993, en la conferencia mundial de la ONU sobre los derechos humanos de Viena. En aquel momento había un eslogan que decía: “Los derechos de las mujeres son derechos humanos”.
–Aquello fue una declaración muy importante y hoy todo el mundo acepta el principio de que los derechos de las mujeres son derechos humanos. Nuestra meta ha sido responder gradualmente a la petición de cualquier persona cuyos derechos hayan sido violados, incluso si esa persona no encaja en el concepto de disidente político.
–Entonces, ¿su mandato es muy distinto al de Amnistía Internacional?
–Somos aliados y trabajamos juntos todo el tiempo, pero somos organizaciones diferentes. Amnistía se define por sus miembros y se centraen casos individuales en los que es más fácil que los socios actúen. HRW se fija menos en los casos individuales y más en las prácticas sistemáticas, en los patrones de tortura, de ejecución, de opresión.
–Ustedes son ciudadanos norteamericanos criticando a su gobierno...
–Nosotros siempre criticamos al gobierno de Estados Unidos, ha pasado a ser una costumbre en este momento; no es un problema si me habla de presiones. Una cosa que a lo mejor hay que subrayar es que no aceptamos dinero de ningún gobierno. No recibimos dinero del gobierno de EE.UU. ni de ningún otro. Vivimos sólo de las contribuciones privadas, y eso nos da independencia y libertad para criticar a gobiernos poderosos como el de EE.UU.
–La defensa de los derechos humanos culmina con la creación de la Corte Penal Internacional. Estados Unidos no ha ratificado esa corte.
–Una de las prioridades más importantes de HRW durante los últimos 10 años ha sido poner en funcionamiento la CPI. A EE.UU. le gustaba la corte como idea, pero de hecho la detestaba. Le gustaba la idea de tener un tribunal que pudiera castigar el genocidio o crímenes contra la humanidad, pero no le gustaba nada la idea de un tribunal que pudiera volverse en contra de EE.UU. Sin duda, la administración de Bush ha declarado la guerra a la Corte Penal.
–¿Puede funcionar una Corte Penal si Estados Unidos no está en ella?
–Funcionará. Sería mejor si EE.UU. se uniera, pero Europa y las democracias del mundo tienen más que suficiente poder económico y político para que la Corte pueda funcionar con mucha efectividad. Tengo confianza en que la CPI funcione y en que en algún momento EE.UU. se una a ella.
–¿También confía en ver un Estados Unidos sin pena de muerte?
–Llegará un momento para eso también. La actitud hacia la pena de muerte está mejorando, y la razón es que la gente reconoce que el sistema de justicia criminal no es lo suficientemente preciso para garantizar que no se condene a inocentes.
–Según Michael Ignatieff, los derechos humanos se han convertido en el vocabulario moral dominante. Sin embargo, muchas veces se han visto sometidos o superados por objetivos económicos y de seguridad.
–Antes que nada debo decir que Michael es mi amigo, así que... (risas). Pero tiene razón en que hoy día es con los estándares de derechos humanos con lo que se juzga a los gobiernos. La existencia de normas de derechos humanos en el mundo no quiere decir que todo el mundo respete dichas normas, pero el surgimiento de un fuerte movimiento de derechos humanos y un apoyo popular muy fuerte hace que sea más difícil para los gobiernos ignorar los derechos humanos. Para mí es casi evidente que siempre habrá violaciones de los derechos humanos, pero nuestro papel consiste en aumentar el costo de hacerlo. Creo que el movimiento impone hoy un costo más elevado que nunca a los gobiernos tentados de violar esos derechos.
–Vivimos una proliferación de ONG. ¿Como ser hippie en los años setenta?
–Creo que la proliferación de ONG es buena. Para mí, la democracia es algo más que tener elecciones cada pocos años, porque ésta es una forma muy pobre de influir sobre el gobierno. Por eso creo que se necesitan ONG para mantener la presión, para influir sobre el gobierno entre una elección y la siguiente, tanto como durante las elecciones.
–Se denuncia que las autoridades españolas violan los derechos contemplados en la legislación española e internacional, tanto de los inmigrantes como de los solicitantes de asilo. Sería la otra cara de las islas Canarias. Las playas del sur de España vomitando inmigrantes que mueren al cruzar el estrecho.
–España comparte con la mayor parte de Europa el problema de cómo tratar a sus inmigrantes, y éste es un problema que sólo puede empeorar amedida que Europa envejezca y vengan más inmigrantes. Este es el reto de derechos humanos más importante que tiene Europa.
* De El País Semanal. Exclusivo para Página/12.
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