Mié 27.03.2002

SOCIEDAD  › UNA AVALANCHA DE GENTE EN ROSARIO PARA VENDER EL CABELLO

El pelo que vale la comida del día

Un local que fabrica pelucas ya no puede comprar los insumos importados. Y ofreció comprar pelo. Cientos de personas se agolparon para ponerle precio a la cabellera. Hubo padres que llevaron a sus hijas que resistían el corte. La gente se llevó entre 10 y 15 pesos por cabeza.

La chica, parada con esa pose que sólo los años de danza clásica pueden marcar en una nena, llora por el rodete que perderá. Llora porque es injusto que se lo mutilen, que la condenen a andar a la garçon, justo a ella que fue criada pensando en ser bailarina, vistiendo su cabeza con la red que sólo ellas, como en los cuadros de Degas, lucen. Su padre no se conmueve. Ni siquiera cuando la mujer que atiende el local de pelucas de Rosario le dice: “No conviene, si para ella vale tanto... por 32 centímetros de pelo apenas podría darle 15 pesos”. Su padre no quiere ceder aunque le duela. Y mientras deciden, otra persona llega al mostrador y negocia pelo por dinero. Una entrevista en una radio local emitida por la mañana del pasado jueves produjo un aluvión de pobres y nuevos pobres dispuestos a cortarse la melena con tal de obtener “lo necesario para comer unos días”.
Dicen que hasta ayer a la tarde llegaron hasta Italia al 900 más de 300 personas. No todas tuvieron la misma suerte: sólo los pelos bien cuidados, sedosos, sin enredos, sin puntas florecidas, etc., pueden pasar el examen de los artesanos de postizos, pelucas y bisognés. Hasta anoche habían sido unos cien los vendedores de su propia cabellera. Cada uno se llevó entre 10 y 25 pesos, según el peso del pelo que les quitaron, valuado el kilo en 300 de los devaluados. La mayoría eran pobres de los barrios más golpeados de la ciudad, pero entre los ofertantes hubo clase media baja, clase media empobrecida y hasta algunos autos propios de la clase media alta, también interesados en hacer dinero con el propio cuerpo.
¿Cómo fue que comenzó la cola –llegó a tener 20 metros– frente al local de Pelucas Beauty Center? No fue un aviso. No fue un avión sobrevolando el Gran Rosario. Fue una cronista de radio, que sintonizada con la nueva vertiente de notas sobre la crisis, llegó a testear qué pasaba con las pelucas y los pelos naturales. Allí los dueños del negocio contaron que “estábamos tratando de paliar la situación confeccionando las pelucas porque los materiales importados ya son imposibles de pagar”. Eso fue a media mañana. Pasaron apenas dos horas hasta que se amontonaron los necesitados. Algunos con el pelo aún puesto. Otros con una bolsa de nylon en la mano, guardando su casi única posesión.
“Vi familias que lloraban, vi mucha tristeza, miseria, hambre”, le dice a Página/12 Gustavo Durán, uno de los dueños de Pelucas Beauty Center, en el centro de Rosario, una empresa de artesanos que heredaron la especialidad de sus mayores. Su madre, Estela, suele cortarles el pelo a los que llegan aún pensando si el rédito de las ventas vale perder ese largo que para tantos resulta un fetiche. Pero esta vez, la mayoría, cuenta, lo traían en la mano. O lo habían cortado minutos antes y le habían dado forma a lo que les quedó en la cabeza o lo tenían guardado hacía un tiempo por si alguna vez resultaba útil esa vieja idea de venderlo. Escuchar en la radio que era real los llevó a marchar hacia Pelucas sin vacilaciones.
Dicen los Durán que el jueves por la tarde arribaron los primeros de las zonas “aledañas” a Rosario. En bicicleta se vinieron desde Ibarlucea con las crenchas ya cortadas. En un auto, varios, desde Villa Gobernador Gálvez. Imposible enumerar los barrios del cordón pobre de la ciudad, noticia de la semana por los rasgos y escenas que la crisis le produce: impresionaron a los televidentes esas imágenes de las vacas carneadas en una ruta que, en una especie de milagro de distribución de la riqueza, alimentaron a unas cuatrocientas personas desesperadas también. La noticia se propagó con bastante exactitud: “La gente está orientada. Traen su cabello en busca de unos manguitos para subsistir uno o dos días. Hemos comprado pelo que sinceramente lo tenemos que tirar, pero es que tal como viene la gente... padres bajo la lluvia, con el nene en el caño de la bici, apenas tapado por un nylon negro, ¿qué les vas a decir?”.
–De repente se convirtieron en una especie de servicio social.
–Es un negocio familiar, no estamos tanto en el negocio, sino que tratamos de ayudar a la gente. Estamos acostumbrados a tratar con problemas porque acá vienen muchas personas que deben hacerse quimioterapia. Por eso son relaciones más informales. Los vemos calvos, somos como los psicólogos de ellos cuando les decimos que es mejor que se corten todo el pelo para no perderlo de a poco. Eso exige aprender a escuchar, a dialogar, a ver al otro que está en frente, y de repente aparecen todos estos necesitados.
Las situaciones de quienes ofrecieron sus pelos para paliar el hambre fueron las mismas que encontraría cualquier área de promoción o desarrollo social si abriera una mesa de reclamos en una villa: familias hipernumerosas sin trabajo, desempleados crónicos, adolescentes madres, la carencia y sus mil facetas. En Pelucas no pueden olvidar al hombre que llegó con su mujer y sus dos niñas de largos cabellos. “No sería bueno que le cortara a la nena que tiene el pelo tan lindo, porque son sólo diez pesos.” “No importa, no tenemos para comer, por favor córtele a las tres”, le dijo el hombre. En el caso de Evelyn de Sanbenito, 16 años, lo suyo fue consultado con su marido, cadete de un súper, joven como ella. Son padres: una nena y un nene. La más grande va a una salita, donde le contaron a Evelyn. Ayer cuando habló con este diario esperaba en la cola para pasar a cortarse. “Es una linda oportunidad, hay mucha gente necesitada y no tiene nada de malo que le hagan un favor a los que se cortan el pelo. Yo tengo 52 centímetros. Castaño rubiecito. Todavía no lo pesaron.” Para entonces, el padre de la bailarina amotinada contra la mutilación ya se ha apiadado, arrepintiéndose de las crueles tijeras.

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