Lun 28.06.2004

SOCIEDAD  › SECUESTRO EXPRESS CON UN DELINCUENTE MUERTO

Liberado a tiros en Adrogué

Lo secuestraron de la puerta de su casa. Pedían 50 mil pesos, pero arreglaron en 700 dólares y dos mil pesos. La policía detectó a la banda. La familia había sufrido otro secuestro.

Unos cuarenta minutos antes de la medianoche del sábado, Marensi despidió a sus padres, en Adrogué, subió al auto con su mujer y el bebé de un año, y cuadras después, estacionó en la puerta de su casa, De Kay al 1200 de la misma localidad. A esa misma hora y por la misma calle daba vueltas un Renault Clio blanco, robado poco antes en Florencio Varela. En el preciso momento en que Gustavo entraba en su casa, los tres ocupantes del Clío lo amenazaron y secuestraron. De él no se supo más nada hasta que sus padres recibieron la primera de las seis o siete llamadas. Exigían 50 mil pesos. Después, bajaron sus pretensiones a 700 dólares y dos mil pesos. A las tres de la mañana del domingo, cuando se iba a efectuar el pago, los delincuentes fueron detectados por la policía y se desató un tiroteo. Uno de los secuestradores murió, los otros dos huyeron. Marensi fue liberado, sano y salvo, de un auto que parecía un colador. La familia ya tenía experiencia.
La historia no es nueva para los Marensi. Hace dos años y seis meses, cuando las olas de secuestro express apenas eran una novedad, uno de los tres hijos del matrimonio cayó en manos de una banda. “Lo levantaron de la puerta de casa pero se lo llevaron para sacarle el auto, las cosas no eran tan seguidas ni tan brutales como ahora”, dijo Martha, madre de Gustavo, a Página/12. La sensación de miedo creció mientras se profundizaba la crisis. “Mi hija y yo estuvimos en peligro de ser robadas y golpeadas: a los gritos hemos forcejeado empujando la puerta desde el lado de adentro, mientras del lado de fuera intentaban entrar”, recordó Martha.
Como acostumbrados, los moradores del chalecito no quisieron plegarse a la ola de custodios privados que comenzaron a plagar las casas vecinas. “Es como que te sentías todo el día vigilada; los guardias conocen demasiado tu vida, y además supimos de casos donde también robaron con vigiladores”.
El sábado a la noche despidió a su hijo, técnico informático de 34 años del Ministerio de Transporte bonaerense. Poco después, Gustavo llegaba a su casa en la calle De Kay con su mujer, Marcela, y el nene. En la puerta, lo abordaron los tres pasajeros de un Renault Clío blanco, robado unas horas antes en Florencio Varela y con pedido de secuestro. Dejaron a la mujer y al hijo en la calle, y se lo llevaron a él. A la medianoche entró el primer llamado a la casa de los padres:
“Era mi nuera –dijo Martha–. Me avisaba que se lo llevaron, estaba desesperada. Antes de irse, le dijeron que no llame a la policía porque, si no, lo iban a matar. Estaba aterrada, con su bebé de un año en los brazos. Al ratito nomás, recibimos la segunda llamada. Eran los tipos. Me dijeron que no llamemos a la policía, que iba a ser peor. Eran voces jóvenes, no serían mayores de treinta años. A los gritos me decían: ‘¡No te pongas loca!’. Pero yo no me iba a quedar con las manos cruzadas. Le avisé al Comando de Patrullas, que fueron excepcionales.”
A la 0.10 el Comando de Patrullas mandó dos patrulleros para De Kay, a la casa de Gustavo: “Mi nuera empezó a los gritos desesperados, les pedía que se fueran, que se fueran, que no quería a los patrulleros ahí”, señaló la madre de Gustavo. Finalmente, los policías se
deshicieron de los clásicos patrulleros, gorras y uniformes.
Angel Arturo Marensi es el padre de Gustavo. Desde ese momento asumió el rol de negociador con la banda. Al principio le pidieron 50 mil pesos de rescate: “Era imposible, sábado a la noche, no teníamos dónde conseguirla”, dijo la mujer. El monto del rescate bajó entonces de 50 mil pesos a 700 dólares y 2000 pesos al cabo de tres horas. La suma de dinero que estaba en juego les hizo presuponer a los policías que se trataba de un secuestro del tipo “express”, al voleo. Y por las características, parecía una banda chica, que no estaba organizada.
“Hubo seis o siete llamadas –sostuvo Martha–, hasta que le dieron una dirección a mi marido.” La policía rastreaba las llamadas entrantes que, aparentemente, hacían desde uno o varios teléfonos públicos ubicados en un radio de la zona de Wilde, en Avellaneda. Al mismo tiempo, obtenían los antecedentes del auto: un Clío blanco con dominio CVR 156, que había sido denunciado por robo esa misma tarde, en el partido de Florencio Varela.
Mientras la policía preparaba un operativo para detenerlos, cerca de las tres de la mañana, uno de los secuestradores se comunicó con el padre de Gustavo. En ese llamado acordaron que el rescate se pagaría en el cruce de Las Flores y San Nicolás, de Wilde. La policía logró determinar el punto de origen exacto de la llamada, según la información de la madre de Gustavo. “Mi marido les dio charla, y la policía pudo ubicar al que hablaba por teléfono: y lo acribillaron. No sé exactamente cómo fue.”
Según los investigadores, el Clío se encontraba en la esquina. Dentro había dos hombres. Uno adelante y otro atrás, sentado encima de Gustavo. Habían sacado el asiento trasero, el joven estaba tendido en el piso y encapuchado. Presuntamente, fuera, en un teléfono público, estaba el negociador de la banda. Lo que siguió fue una balacera. La policía disparó contra el auto “sólo después de poner a resguardo” la vida de Gustavo, según aseguraron los hombres del comando antisecuestros de la Departamental de Investigaciones de Lomas de Zamora (DDI). Sin embargo, la madre de Gustavo aseguró que “dispararon cuando mi hijo estaba adentro” y mientras el Renault intentó escapar “subiendo a las veredas”.
Los que estaban en el auto huyeron a pie, aparentemente heridos. Según el parte oficial, el delincuente muerto tenía un revólver calibre 32 y, hasta anoche, no había sido identificado.

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