SOCIEDAD
› OPINION
Memoria y excelencia
› Por Por Fernando “Pino” Solanas
¿De qué otra manera se podría explicar si no es aceptando la descomunal decadencia que ha azotado a la Argentina en el último cuarto de siglo que la designación de los directores y subdirectores de los hospitales públicos porteños se haya hecho –durante los últimos dieciocho años– con la empobrecedora mecánica del “dedo” y desechando la mucho más que criteriosa mecánica de los llamados a concurso?
Sólo una sociedad a la que se pretendió destruir en forma sistemática puede alejarse de una manera tan absurda del más elemental sentido común.
No estamos hablando de una materia menor: hablamos de quienes deben conducir esos universos tan complejos como son los hospitales, lo que significa defender y decidir, a través de una conducción de excelencia, sobre la vida y la muerte de cientos de miles de ciudadanos.
Acompañando este proceso desnaturalizador que hizo naufragar conciencias y puso en peligro de extinción la sensatez, los directores y subdirectores de los hospitales de la ciudad de Buenos Aires fueron nombrados en las dos últimas décadas apelando a los peores vicios clientelísticos: dedo y amiguismo se fundieron entonces en un curioso cóctel que relegaba a la excelencia para tiempos mejores, o peores, según se mire la cuestión.
Por eso celebro la valentía que demanda haber instrumentado el fin de esta sinrazón, a través de una medida ejemplar que pondrá a los mejores, y sólo a los mejores, al frente de nuestros queridos hospitales.
Mi padre fue director del hospital de Vicente López, mi lugar de toda la vida. El jamás habría aceptado el dudoso método de las designaciones caprichosas. En realidad, creo que ni siquiera hubiera entendido semejante dislate: tan lejos estaba su conformación de tanta mediocridad.
Los argentinos debemos recuperar la memoria y la excelencia que alguna vez supimos tener. En ese sentido, la esperanzante vuelta a los concursos médicos es un excelente síntoma de que estamos buscando abandonar la decadencia.