SOCIEDAD
› JUAN CARLOS VOLNOVICH, PSICOANALISTA
“Lo que evoca Blumberg es la culpa”
Acostumbrado a pensar la experiencia social y política, Volnovich ve el fenómeno Blumberg como un temor compartido: el de fallarles a los hijos. En un contexto de clase media en caída, la inseguridad es un detonante de miedos más profundos.
› Por José Natanson
Para Juan Carlos Volnovich, el éxito de la convocatoria de Juan Carlos Blumberg radica en su capacidad para evocar el sentimiento de culpa de la clase media. Médico psicoanalista con una vasta formación marxista y precursor del psicoanálisis en Cuba, donde vivió entre 1976 y 1984, Volnovich tiene una mirada original sobre el fenómeno generado alrededor de la figura de Blumberg: en diálogo con Página/12 analiza la cuerda de culpa y miedos que toca el líder de la cruzada en reclamo de mayor seguridad en las calles.
–¿Qué sentimientos evoca Blumberg?
–La culpa. Pero para entenderlo conviene poner las cosas en perspectiva. La Argentina armó su identidad de nación de un modo diferente al de otros países de Latinoamérica, fundamentalmente por la inmigración europea. A principios del ’20 vivían dos millones de habitantes en Argentina. La identidad nacional se armó incluyendo una corriente inmigratoria de italianos, españoles, que venían del hambre y llegaron a nuestro país. Todos tenemos un abuelo que vino en el barco, gente que venía analfabeta, ignorante, con esperanza de hacer la América, con un proyecto de progreso cultural, educativo, económico y de clase. En función de la cultura del esfuerzo trabajaron para que sus hijos pudieran estudiar y ser un poco más que sus padres. “Mi hijo el dotor” es el paradigma de este espíritu de progreso, que suponía que los hijos tenían que ser más que sus padres y que sus abuelos, como parte de un proceso sostenido de prosperidad y progreso. Hasta ahora. Esta es la primera generación que es menos que sus padres, la primera generación en la que la clase media no va a poder brindarles a sus hijos los recursos para que sean más que sus padres. La nueva generación va a ser menos rica, menos culta, menos educada que la de sus padres. Esto incrementa el sentimiento de culpa y genera una búsqueda de inocentización frente a esa culpa. La deuda que cada uno de nosotros tomamos con nuestros padres por lo que nos dieron durante nuestra crianza se pagaba con nuestros hijos. Y ahora no se puede. Es una situación muy dolorosa.
–Pero Blumberg sí podía darle a su hijo educación y un futuro económico.
–Blumberg no pudo darle a su hijo algo mucho más elemental, que es la seguridad. Su hijo está muerto. La clase media tiene hijos muertos o condenados, quizá no a la muerte física, pero sí al desclasamiento, a la falta de trabajo, a la exclusión del acceso de los bienes materiales y simbólicos, reducidos a un sector cada vez más pequeño. No es que Blumberg no le pueda dar a su hijo la salud o la educación. No le puede dar la seguridad.
–¿La idea es que Blumberg es la máxima expresión de este sentimiento de culpa?
–Es su encarnación, encarnación perfecta en la figura inmaculada de este hombre absolutamente inocente. Hay un consenso dispuesto a inocentizarlo. El proyecto neoliberal, implementado por unos pocos con el consenso de muchos, se hizo con un alto grado de consenso, complicidad y complacencia. Fue un enriquecimiento tan desmesurado, hubo tanta avidez, que no repararon en la inseguridad que ese modelo generaba. Tanto es así que la gente rica no puede garantizarles a sus hijos vivir en un lugar seguro. Los conservadores de la generación del ’80 construyeron un país excluyente, pero querían un lugar donde pudieran criar a sus hijos. Este sector, con las recetas neoliberales y el apoyo de una gran parte de la sociedad, armó un proyecto en el que ni siquiera pueden, si se pone fea la cosa, irse a la estancia. Los asaltan antes de que entren. Y hay otro aspecto de la cuestión, que tiene que ver con el espacio urbano.
–¿Las movilizaciones de Blumberg son una reapropiación de la ciudad por parte de la clase media?
–Sí. Mientras duró el proyecto de la modernidad la “gente decente” podía transitar libremente por las calles de la ciudad, los chicos jugaban en los barrios. Los que tenían trabajo iban de casa al trabajo y del trabajo al hogar, pero ese tránsito era por un lugar seguro. Aquellos sectores marginales, llamados la escoria, que estaban al margen del proceso de integración laboral, eran recluidos tras los muros. Para los que no estaban incorporados se construían los muros de los manicomios y las cárceles, donde se depositaba a los sectores que perturbaban el paisaje urbano. Llegó un momento en el que los pobres, los marginales, fueron tantos, que se invirtió la situación. Se empezaron a construir muros, pero para la gente bien: countries, barrios cerrados, shoppings, coches con vidrios polarizados. Y se adueñaron de la calle los sectores conocidos como violentos, marginales o simplemente pobres. Esto fue así hasta el 19 y 20 de diciembre. Ese día algo pasó. Hubo una recuperación masiva de la calle, un fenómeno espontáneo y conectado con algunas experiencias anteriores, como el 17 de Octubre o el Cordobazo, aunque sin liderazgos claros y sin intenciones de instalar a un líder. En ese momento la clase media mostró una actitud simpática y propicia hacia los otros, los piqueteros, los pobres, ofreciéndoles agua o mate cocido. Algo cambió en ese momento en cuanto a apropiación del espacio urbano, de la calle. A partir de ahí se fue abriendo un abismo cada vez mayor, pero ya no respondió al modelo anterior del muro con las clases decentes detrás y los otros afuera. Es una disputa por el espacio público. Blumberg y los piqueteros son las caras visibles de esa disputa.
–¿Cuál es la viabilidad política del movimiento generado alrededor de la figura de Blumberg?
–La consigna “Que se vayan todos” proponía a la propia masa como líder de sí misma, y por eso la locura de esa consigna. Eso fue bueno, pero rápidamente se travistió, también por algunas cuestiones históricas con fuerte raigambre, adquirió aspectos fascistoides. Hay una fuerte tendencia social a la decantación fascista. Las clases medidas estaban detrás de los muros, en los countries y los shoppings: de repente salieron a la calle y rompieron con la neutralidad del yo argentino, se involucraron con las cuestiones políticas. Eso, que fue muy positivo, puede terminar en cierta tendencia a la fascistización. Lo que tiene de exitoso el discurso de Blumberg es que mezcla valores que hasta Lenin podría suscribir, progresistas y sensatos, con otros muy criticables. Mezcla, confunde, y genera un híbrido que hace el juego con algunos sectores y propuestas de derecha. Encarna de modo inmejorable el modelo cultural de la clase media que sufre no sólo porque no puede darles a sus hijos lo que sus padres le dieron a ellos, sino porque no puede garantizarles la supervivencia. Un movimiento de este tipo no es una novedad. Es una figura que empieza a transitar por la esfera pública sin tener los atributos políticos clásicos, los atributos partidarios. Está en cambio dotado de una espontaneidad que monta sobre una sensibilidad social, pero está fogoneado y alimentado por algunos medios de comunicación, y puede ser capitalizado por la derecha. No es un fenómeno inocente y cándido. No sé si la derecha lo fabricó, pero sí que lo está aprovechando.
–¿Es peligroso?
–Sí. Las consignas pueden empezar siendo convocantes y sensibles y terminar en otra cosa, algo bastante frecuente en un momento de reagrupación en un contexto de atomización de la trama urbana y social. Cuando se producen estos procesos de ruptura de los lazos el momento posterior es de una reagrupación que puede resultar en consecuencias fascistas. El crecimiento de algunas sectas, de los sectores más fanáticos de la Iglesia Católica y de los fundamentalistas judíos son parte de este proceso. Y al mismo tiempo, una última cuestión que entra en juego es la reinstalación, a partir del movimiento generado por Blumberg, de algunos prejuicios muy convencionales de la clase media, de la clase media acomodada, que se habían empezado a desarmar.
–¿Qué prejuicios?
–Por ejemplo la idea de que la familia, el seno del hogar, son espacios de seguridad. Y que el peligro está en los otros. A partir de la difusión de los casos de violencia doméstica, de abuso de menores, de algo que ya está incorporado al Código Penal que es la violación dentro del matrimonio, queda destruido el mito del hogar como espacio seguro. No hay lugar más peligroso para una niña, un niño o una mujer que el seno del hogar o la escuela, especialmente si es confesional. Hay muchos casos que no se denuncian, pero de los que se conocen se deduce que en general la víctima conoce al victimario, que suele ser el padre, el padrastro, el vecino o el cura. Es difícil que un extraño viole a una chica. Esto había comenzado a diluir esta idea tan arraigada que decía que el peligro estaba en la calle, en el otro, que es peligroso juntarse con extraños, la paranoia con respecto al semejante. Una noción muy arraigada, de individualismo burgués, que obviamente rompe cualquier proyecto de solidaridad colectiva. La idea, muy presente en las manifestaciones de Blumberg, de que ahora sólo se puede estar seguro en el seno del hogar, que los extraños son potencialmente peligrosos, es una noción falsa, que ayuda a desactivar cualquier posibilidad de acción colectiva permanente y que reinstala los perjuicios más convencionales de la clase media.