Sáb 25.09.2004

SOCIEDAD  › CRONICA DE GONAIVES, LA CIUDAD
HAITIANA ARRASADA POR EL HURACAN JEANNE

La tragedia después de la tragedia

La ciudad se mueve al ritmo de la ayuda internacional. La desesperación por la comida y el agua. Cómo trabajan los militares argentinos. Y los Cascos Blancos. Página/12 recorrió el lugar donde a la miseria de siempre ahora se sumó la muerte de a cientos.

› Por Martín Piqué

Mejor es mirar hacia arriba. Así se ve una fila interminable de rostros oscuros, con los dientes muy blancos y los ojos que miran fijo. En cambio, si se inclina la vista, hacia el piso lleno de basura y charcos, aparecen cientos de pies descalzos. Están manchados por el barro seco. Muchos tienen golpes o heridas cortantes causados por intentar recuperar objetos perdidos en la inundación. Hace 24 horas que el agua empezó a bajar y también hace un día que empezó a llegar la ayuda internacional a este puerto del noroeste de Haití. Cientos de personas esperan ansiosas ante uno de los centros de distribución de ayuda de las Naciones Unidas. Es una pequeña iglesia con un patio con tinglado al lado, ubicado sobre la calle Favré Efrar, en el barrio de Robotteau, al sur de la ciudad. “Robotteau es como la Cité Soleil de Gonaives”, explica el encargado de negocios en Haití. Los Cascos Azules de la misión argentina llaman a esta zona “la Warnes”, porque a los costados de la calle abundan los negocios –más bien pequeñas tiendas o galpones– que venden repuestos usados de bicicletas. En el aire se percibe un olor parecido al de las fábricas de alimentos para pollos.
Una fila de mujeres que se toman de las manos o de los hombros espera a la izquierda de la calle. Del otro lado, a la derecha, espera otra cola de madres, hijas, embarazadas y niñas. Detrás de ellas aguarda una gran cantidad de hombres que no hablan y miran todo con gesto serio. Las mujeres esperan detrás de un cordón que es custodiado por los cascos azules argentinos. Los soldados son bastante jóvenes, en su mayoría infantes de Marina. Llevan un sombrero tipo cowboy azul con la sigla de la ONU en inglés. Se los ve tensos, transpirados por el sol del mediodía haitiano sobre sus cabezas. Es difícil distinguir si están nerviosos o simplemente acalorados. Enfrente de ellos, las mujeres empiezan a empujar hacia delante, presionadas desde atrás. Quieren agua y comida. En Gonaives no hay agua potable y la gente lava la ropa en los charcos de agua sucia –ahora contaminada tras el paso del huracán– que se juntan en las esquinas. Las mujeres llevan envases de plástico vacíos, bidones y ollas. Siguen empujando. Los soldados argentinos empiezan a tocar el silbato. Les piden a los traductores que les ordenen retroceder.
“Decile que nadie va a entrar a la fuerza”, dice el infante de marina Carlos Quiroz. Un haitiano traduce al creole. A menos de un metro, otro soldado mira preocupado a través de sus anteojos negros. “Hoy esto es un descontrol porque llegó la nueva mercadería. Para nosotros la prioridad es la mujer embarazada”, cuenta Maximiliano Tortorice, también de la infantería naval. “Ayer tuvimos problemas porque hay gente que trata de obtener comida por cualquier medio. También tuvimos un problema en la cercanía de la base. Acá en Gonaives hay un grupo armado cerca que les quita la comida y la vende en el mercado negro”, relata Tortorice en un diálogo con Página/12. El panorama no parece calmarse a pesar de la insistencia de los Cascos Azules argentinos. Todos llevan fusiles automáticos. La gente sigue presionando sobre el portón de chapa del patio de la iglesia. Por allí están entrando en tandas grupos de a cuatro o cinco mujeres. Reciben aceite en latas de cinco litros y trigo fortificado en sacos de cincuenta kilos. Entre dos o tres cargan los sacos y los llevan hasta el interior de la iglesia, donde se reparte el cereal en partes iguales.
En Gonaives, la entrega de alimentos está supervisada por la Oficina de Coordinación de la Ayuda Humanitaria de la ONU. El oficial a cargo es Eric Mouillefarine, que recibe a los funcionarios de la Cancillería argentinaGabriel Fuks, de Cascos Blancos, y Alicia Oliveira, de Derechos Humanos. La comitiva oficial ha llegado a Haití con 6700 kilos de ayuda humanitaria. En la carga hay leche en polvo, pastillas potabilizadoras de agua, ojotas y picadillo de carne. Mouillefarine se queja por la falta de cooperación del gobierno de transición haitiano, presidido por Bernard Latortue. Elogia en cambio la actuación de la delegación de Cascos Azules argentina acantonada en Gonaives: son 454 efectivos de Ejército y Marina que cumplen varias funciones: atienden un hospital de campaña instalado en la sede de la universidad estatal de Haití, custodian la entrega de comida en los centros de distribución, cuidan su campamento –destruido por el huracán Jeanne en casi un 70 por ciento– y patrullan las calles de la ciudad. Reciben un sueldo de 2000 dólares mensuales y cumplen tareas por 6 meses, cuando llega el relevo.
Los militares argentinos que atienden en el hospital se han impuesto una máxima: si necesitamos usar alguna donación, más allá de quién la haya enviado y con qué fin, la usaremos. “En dos días se nos acabaron las vacunas y el material descartable que habíamos traído para nosotros. Por eso estamos abriendo las cajas que llegan hasta acá, sean de quienes fueran”, explica Santiago Baggini, médico del Ejército. El hospital de campaña se montó sobre las aulas de la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas de la universidad pública de Haití. Una pequeña sala hace de sala de partos, atendida por Baggini y un obstetra de la Fuerza Aérea de Chile, Rodolfo Betancourt. Una mujer está terminando de parir cuando llegan los periodistas argentinos. El niño se llamará José Luis, Joseph Louis en francés, en homenaje al soldado argentino que lo ayudó a nacer.
En menos de una semana, los Cascos Azules argentinos del hospital han tenido tres partos, uno por cesárea. Han atendido mil personas, la gran mayoría por heridas cortantes en piernas y brazos. Las heridas se infectan en muchos casos y a veces terminan en amputaciones. Muchos de los atendidos son niños, como Ricardji Bien-Aimé, de cuatro años, que traga un jarabe para la garganta mientras juega con un guante de látex como si fuera un globo. Los militares argentinos, en cambio, no usan los guantes con fines lúdicos: ninguno se lo saca, aunque distinto es el caso con los barbijos. Se los alcanzan a los periodistas que, en su mayoría, no se niegan. Al lado de Ricardji, una nena llora sin perder demasiado el control. Se llama Gracie y tiene fiebre. Está con su madre, una esbelta morocha con trencitas. En otra camilla está recostada una nena de unos nueve años. Tiene infecciones entre los dedos de los pies. El médico –un oficial de Aeronáutica– le pide a su hermano mayor que la sostenga porque “le va a doler”. Impasible, el adolescente le toma el brazo mientras sigue escuchando música en su walkman.
Los militares argentinos instalados en Gonaives están encabezados por el capitán de navío Adrián Sánchez. Está contento por los elogios de los funcionarios internacionales, como el coordinador de emergencia de Unicef, Giovanni Ricciardi Candiani. “Los argentinos estuvieron afectados al desastre desde el primer día. Trabajaron las 24 horas con el barro hasta la cintura para rescatar personas. Realmente fue un buen trabajo”, dice el italiano Ricciardi. Por la calle, la gente no exhibe ni muestras de bronca contra ellos. Tampoco de simpatía. Los policías locales los saludan, también los propietarios de las camionetas 4x4 que desfilan entre motos y bicicletas. “The argentinian are doing a good job”, asegura Alexandre Dredy, un periodista haitiano de la radio Mégastar, en un inglés tan poceado como las calles de Gonaives.
Entre los comercios desvencijados, el agua estancada y contaminada por los cadáveres que fueron retirados hace poco, abundan las miradas fijas, atentas. La mayoría de los haitianos tiene los ojos enrojecidos y los dientes brillantes. Lo único que dicen en español es “quiero agua”. Los niños parecen haber encontrado un método que repiten y repiten: miran a los ojos al extranjero y le hacen el pedido en su idioma, con la pronunciación bien exagerada. A veces logran su resultado, aunque los militares argentinos piden que no se les dé agua porque puede empezar una gresca. Los Cascos Blancos piden que miren una pared: alguien escribió con aerosol “Argentine the best team, beats 4-0”. Es una referencia a los Juegos Olímpicos de Atenas. Los haitianos son fanáticos del fútbol y algunos lo son de la Selección Argentina. El ídolo máximo es Tevez.
La visita al centro de distribución de comida y al hospital se termina pasado el mediodía. Los funcionarios de la Cancillería cuentan que para visitar el barrio Robotteau, el jefe de la misión argentina se comunicó con un líder barrial que responde a Jean-Bertrand Aristide. Paradójicamente, en esta parte de la ciudad comenzó la rebelión que terminó con la presidencia de Aristide. Ex simpatizantes suyos se pasaron a la oposición y se juntaron con ex militares como Guy Phillipe. El triunfo simbólico se concretó cuando ocuparon la comisaría y la cárcel, mataron a todos los policías que no habían huido y luego la derribaron con martillos, picos y fierros. Siete meses después, el camión militar de las Naciones Unidas pasa delante del lugar. No queda nada, sólo ruinas. El gobierno provisional reconstruyó la comisaría en otro lado.
La vida en Haití está en las calles. En Gonaives, al igual que en Puerto Príncipe, hay cientos de hombres sentados, acostados, hablando entre ellos, mirando a los autos que pasan, más si son extranjeros. El desempleo es altísimo y se nota. A pesar del hambre, en las calles se vende comida, a veces enlatada y con aspecto de haber llegado como ayuda en aviones internacionales. Los haitianos tratan de sobrevivir como pueden. Rolandieu Joseph, por ejemplo, ha puesto sobre un tablón todos los libros de su biblioteca que se mojaron con la inundación. Los vende usados a precios módicos, en gourdes, la moneda local. “¿Cuándo vas a volver?”, pregunta en español. La respuesta, en un inglés balbuceante, parece desanimarlo. Entre los libros que vende hay uno que llama la atención de Página/12. Su título en francés Science et Hyginie. Alrededor hay pilas de basura, hierros retorcidos, ropa sucia tirada en el piso y agua contaminada.

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