Mar 05.10.2004

SOCIEDAD  › OPINION

La escuela en tiempos violentos

Por Telma Barreiro *

Los trágicos episodios de Carmen de Patagones han puesto de nuevo sobre el tapete el tema de la violencia en el ámbito escolar. Más allá de las características, estremecedoras, de este hecho concreto, cabe formular una reflexión en torno de dos grandes cuestiones: por qué se producen las situaciones de violencia y, sobre todo, cuáles son los senderos para disminuirlas o prevenirlas. Las causas:
- Las conductas disruptivas, agresivas o violentas de los chicos en la escuela expresan siempre la presencia de un malestar interior en el niño. En ocasiones, puede tratarse de un malestar muy profundo. La mayoría de estos chicos que padecen malestar no tienen la posibilidad de comunicarlo o expresarlo. Suele ser un padecimiento silencioso.
- Este malestar obedece, muy probablemente, a una multicausalidad. Es necesario abandonar la idea de una causalidad lineal para explicar estas conductas, así como también el recurso fácil de etiquetar al chico o reducir el problema a una categoría psico-patológica puntual (aun cuando no se descarte la posible existencia de una perturbación estructural).
Un episodio particular (pelea con otro chico, mala calificación, etc.) puede obrar como detonante (al modo de “la gota que rebasó el vaso”), pero sin duda hay un padecimiento de fondo, que se ha ido acumulando o sedimentando a lo largo de mucho tiempo, quizá meses, años...
- Algunas causas podrán provenir del afuera de la escuela; otras, quizá, del seno mismo de la situación escolar. Sobre la base de un mundo interno conflictuado, convulsionado, los distintos estímulos negativos o dolorosos se potencian. Un ámbito de malestar puede ser el propio hogar, donde el chico puede sufrir, por ejemplo, agresiones o maltrato, distintas formas de violencia, física o psíquica. Puede sufrir excesiva presión o exigencia; también puede padecer abandono o indiferencia. O tener un lugar desfavorable dentro del grupo parental, siendo relegado en la valoración familiar. Esta suerte de desvalorización primaria torna al niño particularmente susceptible frente a los mensajes negativos que pueden llegarle desde otros ámbitos.
Tampoco podemos desconocer los estímulos negativos que provienen del entorno social general, mensajes de violencia o de desesperanza, de los que nuestra sociedad, ciertamente, no está exenta. Estas situaciones se agravan cuando el niño proviene de una población afectada por la pobreza.
- Se van plasmando así, dentro del chico, poderosos factores potenciales de conflicto y de fracaso: baja autoestima, autoprofecía de futuro incierto, sensación de soledad, incapacidad de comunicación, etc.
- Con toda esta turbulencia interior los chicos pueden adoptar distintos tipos de conductas disfuncionales, poco adaptativas al contexto escolar. Aparece el alumno violento y agresivo, o el alumno apático, retraído, que cae en el aislamiento o se “desconecta” del grupo, etc. ¿Qué hace la escuela frente a estas conductas? No hay una respuesta única: algunas escuelas intentan acompañar al chico “conflictivo” y ayudarlo a integrarse. Otras tienen un perfil más expulsivo, más punitivo, profundizando las causales de malestar.
Algunos senderos:
- Lo que importa destacar aquí es que existen recursos y modalidades para hacer de la escuela un lugar de mayor bienestar y salud mental, un espacio para el crecimiento de sus miembros. No es una tarea fácil, pues la misma institución se halla atravesada por las conflictivas que padece nuestro país. Y, por otra parte, los propios educadores no siempre están preparados para enfrentar las situaciones conflictivas. Sin embargo, no es una tarea imposible ni utópica.
- Algunos de los recursos tienen que ver con: 1) Trabajar con los grupos áulicos tratando de construir grupos más “sanos”, para lograr la integración de todos sus miembros, desalentando la matriz competitiva y la dialéctica descalificatoria. 2) Brindar a los chicos espacios donde puedan expresarse, donde puedan aprender la práctica de la comunicación y de la participación, de la escucha y el respeto mutuo. 3) Trabajar (directivos y docentes) su propio estilo de ejercicio de la autoridad para poder construir una auténtica autoridad democrática, ni autoritaria ni laissez faire. 4) Trabajar el tema de las actitudes: qué actitudes resultan estimulantes y confirmatorias y cuáles alimentan la mutua descalificación. 5) Proveer espacios de reflexión sistemática donde los educadores puedan reflexionar sobre su propia práctica, sugerir y apuntalar acciones que susciten el interés por el aprendizaje, debatir proyectos, etcétera.
Hay, de hecho, escuelas donde se ponen en juego estas prácticas, donde se trabaja para la conformación de una intersubjetividad más cooperativa y solidaria, más creativa y productiva. Y los resultados son incontestables. Quizás haya que ir apuntando en esta dirección, tanto desde las políticas educativas como desde el accionar institucional e individual, para ir reduciendo en alguna medida el potencial de violencia y conflicto.
* Pedagoga

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