Vie 08.10.2004

SOCIEDAD

La ciencia no pudo y tuvo que resolver la Justicia

Un juez británico autorizó a los médicos de un hospital de Inglaterra a dejar morir a una beba de 11 meses, gravemente enferma. Los padres insistían en continuar con la atención.

Charlotte Wyatt es seismesina y tiene once meses de vida. Nació con 500 gramos de peso y desde entonces sobrevive internada en el hospital Portsmouth, ubicado en el sur de Inglaterra. Padece serias afecciones en órganos vitales y necesita un constante suministro de oxígeno. Los pediatras que la atienden dicen que su estado de salud es muy grave. Sus padres creen en los milagros y pidieron a los médicos que hicieran todo lo posible para salvarla, pero éstos, que ya la resucitaron tres veces, no le dan esperanzas de vida. Se niegan a realizarle otra reanimación y hace una semana recurrieron a la Justicia para que los autorizara a dejar que Charlotte muera en caso de que entrara en su cuarto paro cardiorrespiratorio. El Tribunal Superior de Londres les dio la autorización. El caso generó un amplio debate ético y moral en el Reino Unido y, seguramente, tendrá repercusiones a nivel internacional.
Mark Hedley es el juez del Tribunal Superior que dictaminó sobre el caso. En un extenso fallo sentenció que la posibilidad de que la nena llegue a cumplir los 12 meses de vida es “mínima, por no decir inexistente” y que, por tal motivo, no deberá ser sometida a un tratamiento “agresivo” que la fuerce a continuar con su lucha. Por lo tanto, a partir de ahora, se debe esperar que Charlotte, antes de fallecer, tenga “todo el confort posible, todo el tiempo posible para pasar en presencia y contacto con sus padres, y que llegue a su fin” bajo el cuidado “de los que más la quieren”.
Los pediatras que la atendieron durante todos estos meses dicen que la beba está “inmersa en el dolor y en el sufrimiento”. Estiman que no superará la infancia debido a que padece serios problemas en el corazón, los pulmones y otros órganos vitales, y tampoco puede alimentarse normalmente. Inclusive, un neurólogo que testimonió en la causa que se debatió en los tribunales británicos aseveró que la nena “no presenta reacciones visuales ni sonoras” y que “no reconoce a quienes la rodean”.
Contra la falta de esperanza del cuerpo médico, los padres de Charlotte, Darren y Debbie Wyatt –de 33 y 23 años, respectivamente–, calificaron a su hija como una “luchadora”. Dicen que habría que proveerle todos los tratamientos disponibles para que llegue a la vida adulta. Creen que se salvará y habían pedido al Tribunal Supremo que no permitiera que los médicos pediatras la dejasen morir en el caso de que en ella se repitiera el cese de sus funciones respiratorias y cardíacas. Al conocer el “trascendental” fallo de la Justicia –tal fue la calificación que le dio el magistrado que lo redactó– se entristecieron. Pero según su abogado, Richard Stein, no apelarán la decisión ni harán más comentarios al respecto. Eso sí, consideraron que el debate público que tuvo el tema –contrario a lo que había sucedido con otros juicios de este tipo– fue “positivo”.
Poco después de la decisión, Michael Wilks, presidente del Comité de Etica de la Asociación Médica Británica, consideró que este fallo judicial defiende “el interés de la niña” en un caso verdaderamente difícil. “Es poco usual que los médicos y los padres no se pongan de acuerdo sobre si reanimar a un bebé gravemente enfermo pero, cuando no se puede alcanzar un consenso, la única manera de resolverlo es ante los tribunales”, añadió.
La opinión de la Iglesia Católica inglesa no se hizo esperar. El arzobispo de Cardiff, Peter Smith, opinó que en este “angustioso caso”, una decisión como la que emitió el tribunal “nunca es fácil” de tomar, por lo cual confió en “la buena fe” de los implicados y se manifestó solidario con aquellos “que tengan que hacer un juicio final”.
Por su parte, el responsable de Mencap –una organización británica que trabaja en favor de la infancia–, Jo Williams, consideró que el fallo de la Justicia inglesa fue “decepcionante” y estimó que en casos como éste, donde están involucrados niños prematuros, la opinión de los padres es la que debería tener preferencia. Debido a su trascendencia, el caso abrió un debate moral en el Reino Unido y, seguramente, repercutirá en todo el mundo.

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