SOCIEDAD
› EL CAPITAN INGENIERO HABLO EN UN ACTO UCEDEISTA, A LOS 91 AÑOS
Alsogaray sigue pasando el invierno
Muy débil en lo físico, sigue sin embargo en sus trece: Kirchner es un dirigista que homenajea a la guerrilla y da subsidios a empresas estatales, y lo único bueno es que “no hay precios máximos”. Alsogaray terminó con una gran verdad: con gran coherencia, jamás cambió.
› Por José Natanson
No es cuestión de olvidar su pasado de funcionario de múltiples dictaduras ni su rol de inspirador del menemismo, pero igual es rara la sensación de ver aparecer a Alvaro Alsogaray: una especie de nostalgia ante la presencia de ese hombre de 91 años que apenas puede mantenerse en pie. La sensación, de todos modos, es breve. Se evapora apenas comienza su discurso, en el que acusó al gobierno de favorecer la “guerrilla”, calificó de “dirigista” la política económica oficial y responsabilizó a Perón por todos los males de este país. Lo pronunció en el mismo tono de siempre, con los tics de siempre, sólo que un poco más lento: el capitán ingeniero permanece lúcido y es un hombre ahora flaco, algo encorvado, viejísimo.
Alsogaray fue invitado al cierre de una reunión nacional de la UCeDé, el partido que fundó a su imagen y semejanza hace ya 22 años. Llegó poco después de las cinco, cuando un auto dorado estacionó en la puerta del City Hotel. De allí bajó un chofer, un asistente y Alvarito, el hijo del ex funcionario, y entre los tres lo ayudaron a descender del coche. Se escuchaban, bastante cerca, las bombas de estruendo de la Plaza de Mayo, donde Izquierda Unida realizaba un acto. Deslumbrado por el sol de la tarde, Alsogaray registró los ruidos –quizá recordaba los dorados tiempos de la Revolución Libertadora– y por un momento pareció confuso, como si se le mezclaran los tiempos. Pero fue sólo un instante, se recuperó e ingresó al hotel.
Los ucedeístas reunidos en el salón lo esperaban desde la mañana y, cuando Alsogaray hizo su ingreso, lo aplaudieron de pie. “Argentina está inmersa en una crisis terminal que se fue gestando a partir del advenimiento de Perón. Los partidos que se sucedieron siguieron con políticas anárquicas, incluso los militares, salvo los breves períodos en los que nosotros manejamos la economía y se intentó una rectificación”, comenzó el ex funcionario, apelando a uno los clásicos tópicos de su discurso. Como buena parte de la derecha, Alsogaray no cree que el punto de inflexión de la historia argentina se encuentre en 1930 (con el primer golpe de Estado contra un gobierno democráticamente elegido), ni en 1976 (con el cambio de modelo económico), sino en 1946, con el triunfo del primer gobierno “populista” de la Argentina moderna.
Pero lo mejor llegó un poco más tarde, cuando explicó su particular visión del universo. “La sociedad tiene dos formas de organizarse: el socialismo y el liberalismo”, dijo el ex funcionario, con esa forma tan particular de pronunciar la “s” –subrayándola, con los dientes bien apretados–, y a continuación agregó: “El gran dilema es si al terminar este gobierno vamos al socialismo o al liberalismo”, dijo el capitán ingeniero, que profesa un neoliberalismo antiquísimo, de posguerra, y ve las cosas en blanco y negro. “Sólo hay dos posiciones. O liberalismo o socialismo. Todo lo que se intentó en el medio, las posiciones intermedias, las terceras vías, siempre fracasaron”, explicó, borrando de un plumazo la socialdemocracia mundial. Y al final agregó: “Todos los partidos argentinos intentaron esto, salvo la UCeDé”.
Los ucedeístas lo escuchaban absortos. Huérfanos de liderazgo, golpeados en el ocaso menemista, andan a la deriva, en busca del mejor postor: Hugo Bontempo, de la provincia de Buenos Aires, coquetea con Ricardo López Murphy. En Santa Fe, el reelecto titular del partido, Carlos Castellani, aspira a reeditar la alianza con Carlos Reutemann, mientras que el porteño Jorge Pereyra de Olazábal duda entre Mauricio Macri y el neuquino Jorge Sobisch.
Alsogaray seguía con su discurso. Hubo un momento de confusión con el micrófono, que se le escapaba de las manos, hasta que un asistente lo ubicó en un trípode. Y entonces aprovechó para detallar su opinión sobre el Gobierno. “Hay una actitud contra las Fuerzas Armadas y a favor de la guerrilla. El Presidente eliminó 50 generales, va a hacer en la ESMA un monumento a la historia de la guerrilla. Además, da subsidios para crear empresas del Estado y tiene una política un poco dirigista. Lo positivo es que no hay precios máximos”, explicó.
Aunque articulaba las frases con total coherencia y hacía las pausas adecuadas, no pudo evitar los lapsus. Cometió dos a lo largo de su discurso, y en los dos se dio cuenta, aunque un poco tarde. Al describir la relación de la UCeDé con el menemismo, explicó que fue una política de “colaboracionismo”. Apenas pronunció la expresión –que se usaba durante la Segunda Guerra para los aliados que trabajan con los nazis–, Alsogaray quiso rectificarse, pero todo quedó muy confuso y prefirió pasar a otra cosa. Un rato después, el ex funcionario instaba a la tropa ucedeísta a seguir trabajando por los ideales de su partido. “Tenemos que preparar las armas”, dijo. Hubo un murmullo, entre preocupado y risueño, y entonces aclaró: “Me refiero a las armas buenas, las de la democracia”.
Cuando concluyó el discurso, el aplauso duró todo lo que aguantaron las manos de los escasos ucedeístas –no más de treinta– reunidos en el salón del hotel. Algunos se acercaron a saludarlo, a sacarse fotos, y Alsogaray accedía un poco confundido. “Este es Mauricio Bossa, de Córdoba”, le explicaba en el oído su hijo, al que el anciano ingeniero miraba en busca de ayuda. Consultado por los periodistas, aseguró que su hija María Julia, detenida por enriquecimiento ilícito, sería “una gran dirigente” para su partido. “La verdad es que no se entiende por qué está presa”, respondió el ingeniero.
Y dejó una última frase que –hay que reconocer– no puede ser más cierta. “No van a encontrar en todos estos años un desvío ideológico. Siempre he pensado igual y he defendido las mismas ideas.”
El mismo auto dorado y las mismas bombas de estruendo de la Plaza de Mayo lo esperaban en la puerta del hotel, pero esta vez no se sorprendió. Por la vereda de Bolívar pasaba un grupo de jóvenes, pelilargos y con bombos, rumbo al acto de Izquierda Unida. Repararon en la presencia de Alsogaray y se detuvieron un momento. Lo miraron con curiosidad, y siguieron adelante. “No da ni para putearlo”, dijo uno de ellos antes de seguir caminando.