SOCIEDAD
Ocaso de un fenómeno o una tarde de lluvia frente a los Tribunales
La cuarta marcha convocada por Blumberg fue un fracaso en relación a las multitudes de las anteriores. El padre de Axel presentó un petitorio ante la Corte Suprema.
› Por Horacio Cecchi
Eran las 19 y 18 cuando la gente empezó a aplaudir. No era uno de esos aplausos de bienvenida o de festejo, sino de los otros, de los que reclaman, de los de batir de palmas duro. El acto llevaba casi veinte minutos de retraso. Demasiado tiempo para los humores de los allí presentes, paraguas y vela en mano. Los escasos allí presentes porque a esa hora, con mucha furia, no superaban los tres mil. Daba lo mismo si eran mil más o mil menos. A efectos del fenómeno Blumberg, no había nadie. Los rostros, en Tribunales, lo decían todo. La demora, también. Exactamente cinco minutos más tarde, Juan Carlos Blumberg aparecía en la tarima montada sobre la escalinata del palacio a criticar. Empezó a hablar a las 19.48, desatando la euforia de un público que levantaba en delirio sus velas. Terminó a las 20. Fueron doce minutos de un discurso que tuvo como eje la impunidad, como blanco las críticas a la Justicia y al Gobierno y como lema el derecho como un bien común para todos, aunque es dudoso el sentido de ese todos. Como era previsible, tomó la excarcelación de Chabán como trampolín, aunque en la plaza no hubiera familiares de víctimas de Cromañón. Pero no fue el discurso lo diferente en esta cuarta marcha, sino lo que hubo por fuera del propio Blumberg. La imprevisible clase media ayer estuvo ausente.
“Mirá, mami –le decía la chica, de no más de 15, a su madre cuando las gotas empezaron a amagar un vendaval y los paraguas empezaron a amagar abrirse–. Mirá. Si llueve se va a parecer al 25 de Mayo.” La madre no festejó la idea: miró muy molesta por sobre su hombro al cronista que anotaba la ocurrencia de su hija, como si la costumbre le dijera que los actos, sus actos, son estrictamente privados. No porque no tuviera razón ni porque no la tuviera. Ni por más que se tratara de un reclamo público. A la mujer la traicionó ese rictus de coto privado que se palpaba en casi todo el ambiente cuando aparecían cámaras, flashes, cronistas.
Ambiente que, estaba claro, tenía una marcada diferencia con aquella primera marcha ante el Congreso. Aquella marcha de rostros efusivos, de mirarse unos a otros con sentimiento triunfalista y omnipotente.
“A la vela con protección para no quemarse la mano”, decía el vendedor de velas, apelando al ingenio para vender un remanente de velas con protector demasiado abultado para lo que habían sido los cálculos previos. Por qué tanta ausencia, de los 150 mil calculados en aquella primera marcha a los 5 mil con toda la furia de esta última. Quizá no haya una sino muchas respuestas. Algunos dirán que el clima. Otros, como escuchó este cronista, culparon al “periodismo que es tan sucio con él (Blumberg)”.
El propio Blumberg desató otra idea con forma de sospecha cuando dijo, efervescente y en tercera persona refiriéndose a sí mismo: “Por ahí se dice que a Blumberg lo opera el Gobierno. Yo les digo a ustedes que a Blumberg no lo opera nadie”. Bramaron los presentes. Pero el interrogante de tanta ausencia quedó del lado de los que ayer, por alguno u otro motivo, prefirieron no ir.
Inmediatamente después, el Blumberg de la tercera persona dio paso al más humano, al Juan Carlos Blumberg, padre de Axel, cuando a duras penas y con la voz quebrada dijo: “No tengo nada para perder, a mi hijo ya lo perdí”. Unos segundos después, el acto se dio por terminado.
En el medio, se desarrolló el discurso que intentó darle sentido a la convocatoria: “La justicia, la seguridad, la salud y la educación no son prioridades del Gobierno”, así arrancó, con dureza contra el Gobierno como no se había escuchado en ninguna de sus marchas anteriores. También contra el Poder Judicial. Pidió la emergencia judicial, reclamó la modificación de las prescripciones en las causas penales que “sirven como escape a los políticos”, dijo, mientras el público rugía, “en la Argentina los políticos se nos ríen en la cara y por eso esta ley es una de las que tendríamos que cambiar”. Pidió establecer la reválida de los títulos de jueces y fiscales y que se sometan a exámenes psicofísicos. Y le brotó el costado prusiano cuando pidió que los juzgados tengan marcas de productividad y sean verificados por las normas ISO 9000; también cuando gritó: “¡No al abolicionismo del sistema penal, encarnado por Zaffaroni y Argibay!”.
“¡Que se vuelvan a Moscú!”, gritó alguien en respuesta y, sin saberlo, dio el perfil medio de ese público que en ese momento clamaba por la caída del Muro de Berlín. Blumberg ni aludió al caso de Romina Tejerina, la chica enjuiciada en Jujuy por dar muerte a su hijo nacido de una violación. Si la mencionaba, hubieran pedido la hoguera.
Dio una lista de casos supuestamente cruzados por la impunidad. Era obvio, empezó con Chabán. “¡Por la excarcelación de Chabán decimos noooooo!”, y la gente gritaba “¡Nooo!”. “¡Por la excarcelación de Villarreal decimos noooooo!”, y la gente gritaba “¡Nooo!”. Nadie de los presentes se molestó en preguntarse por qué en esa plaza, frente a esa escalinata, no había ninguna pancarta de familiares de víctimas de Cromañón.