Lun 20.05.2002

SOCIEDAD

Lo que les hace a los chicos

› Por Pedro Lipcovich

Por Pedro Lipcovich
@“Si la comida no alcanza, que den prioridad a los chicos menores de tres años”, recomienda el experto en nutrición infantil Alejandro O’Donnell. Es, por supuesto, una indicación desesperada, ante un cuadro que, “según informes que recibimos del Noroeste argentino”, es “horrible”. Los datos estadísticos previos a la actual crisis –todavía los únicos disponibles– minimizaban para la Argentina la desnutrición aguda, estilo Biafra, pero ya señalaban hasta un 17 por ciento de chicos con baja estatura por desnutrición temprana. La subalimentación a esas edades “conduce sin duda a la deficiencia intelectual”, además de predisponer a infecciones, insuficiencia renal, diabetes y –en cuanto puedan comer algo– obesidad.
“La primera manera que tiene el chico para adaptarse a la desnutrición es dejar de moverse, para así gastar menos calorías. Esto afecta su desarrollo intelectual porque le resta posibilidades de explorar y de ese modo conquistar su medio ambiente, lo cual es un estímulo primordial en el desarrollo”, explica O’Donnell, ex jefe de Nutrición del Hospital Garrahan y director del Centro de Estudios sobre Nutrición (Cesni).
Esto vale especialmente durante los tres primeros años de la vida: “Todo lo que sucede antes de cumplir los tres años queda definitivamente impreso en el chico –destaca O’Donnell–: a esa edad, la desnutrición va a conducir sin duda a una deficiencia intelectual, no sólo por la falta de calorías, que en sí misma afecta el desarrollo mental, sino porque si hay desnutrición seguramente hay anemia por falta de hierro, y hay carencia de zinc, y probablemente el chico esté en un ambiente de baja estimulación”. En cambio, “un chico que a los seis años pasa por un lapso de desnutrición, es más probable que, si vuelve a recibir buena alimentación, se recupere sin consecuencias mayores”, precisa el experto.
Una consecuencia de las carencias en las primeras edades es la baja estatura: “Hay un estudio impresionante, que correlaciona los índices de repitencia escolar con la estatura: cuanto más petisos son los chicos, más repiten de grado”, precisa el especialista, aclarando que “esto se refiere a chicos cuyo retraso de talla es social y no genético; no se trata del que se alimentó bien pero pertenece a una familia de petisos”.
“De acuerdo con los últimos datos, que no incluyen los efectos de la crisis de estos últimos meses, la baja estatura por subalimentación va del 11 al 17 por ciento de los chicos, según las comunidades, es el trastorno prevalente”, observa O’Donnell. Además del retraso intelectual, las consecuencias son “la elevada mortalidad y la frecuencia de infecciones de todo tipo. Las personas de baja talla por desnutrición tenderán a ser obesas y sufrir hipertensión, infartos, insuficiencia renal, diabetes”.
Es que en esta desnutrición de los primeros años confluyen distintos factores: “Uno es la calidad de la alimentación: muchas veces son chicos que no han tomado suficiente teta o que han recibido demasiados alimentos de bajo costo y alto contenido graso”. Además, la capacidad del entorno del chico para nutrirlo bien suele ir pareja con su capacidad para atenderlo y estimularlo. “La estimulación psicológica puede consistir en cosas mínimas, como que tenga con quién jugar o que disponga de un rinconcito para guardar sus juguetes”, explica O’Donnell. “Hay estudios que comparan grupos de chicos subalimentados, a los que empezó a dárseles comida y estimulación psicológica, con otros que recibieron sólo comida: éstos engordaban pero su capacidad intelectual no llegaba a recuperarse”.
En cuanto a “la desnutrición aguda, la de los chicos adelgazadísimos, según las cifras anteriores a la crisis no superaba el 1 o 1,5 por ciento de la población, y tendía a desaparecer”, señala O’Donnell. Esta forma de desnutrición “es un estado ya catastrófico: el de esos chicos panzones, con edemas en las piernas, caída de pelo, infecciones, insuficiencia cardíaca: no pueden sobrevivir”. Sobre la situación actual, “en un reciente congreso en Tucumán, los médicos de la región trasmitían impresiones terribles. Pero todavía no hay cifras”, advirtió O’Donnell.

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