El policía ya estaba moribundo, pero el adolescente regresó para darle el tiro de remate. Le corrió el chaleco antibalas y disparó. Ese tiro detuvo la respiración de un cabo de la Policía Federal: el muerto número treinta en lo que va del año. El homicidio ocurrió en Pilar, con un policía que estaba fuera de servicio, pero vestido con el uniforme reglamentario. Fue el caso más grave de los tres episodios violentos protagonizados en las últimas horas por hombres de las fuerzas de seguridad. Y no parecen hechos aislados sino la consecuencia directa de la crisis y del endurecimiento en la disputa urbana entre policías y ladrones. Después del crimen del cabo, la cúpula de la Federal salió a difundir públicamente el número de sus muertos. En lo que va del año, dijeron, las bajas aumentaron de 4 a 6 cada mes. Si además se toman en cuenta las estadísticas de la provincia de Buenos Aires, entre las dos regiones se cuentan un policía muerto cada tres días.
El cabo Nelson Carlos Alfonso, de 35 años, llevaba doce años de servicio dentro de la fuerza. Murió en Pilar después de resistirse a un intento de robo provocado por tres adolescentes de entre 14 y 16 años de edad. Alfonso no estaba solo. Lo mataron cuando estaba con su familia, a 500 metros de la Panamericana, en el cruce de la ruta 26 y Santa Catalina, en Manuel Alberti, una localidad de Pilar. Ahí esperaba al ómnibus que lo llevaría como todas las noches hasta Belgrano, donde está la comisaría 33ª, su puesto desde el ‘90.
Los problemas empezaron poco después de las ocho de la noche. Con Alfonso estaban su mujer y sus hijos de 14, 12, 10 y 4 años. Los que se acercaban tenían la intención de llevarse algo de dinero y el arma reglamentaria. El suboficial se resistió. Forcejeó con uno de los jóvenes e intentó defenderse con su revólver hasta que sintió dos tiros, uno en cada brazo. En ese estado siguió disparando hasta hacer caer a dos de los adolescentes. El tercero, el más chico, fue quien se escapó. Pero antes de hacerlo volvió hasta donde estaba el policía como quien tiene una cuenta pendiente. En ese acto, se acercó hasta el pecho del policía ya tirado en el suelo y le corrió el chaleco antibalas para pegarle el tiro.
El policía fue la única persona de su familia herida. Los jóvenes no tocaron ni a su mujer ni a sus hijos. En esas condiciones, el cabo fue trasladado a una sala de primeros auxilios, donde murió poco más tarde. La causa fue caratulada como “tentativa de robo, abuso de arma, atentado y resistencia a la autoridad y homicidio”.
Con esa muerte, las fuerzas de seguridad de la provincia y de la Policía Federal cuentan en 48 las víctimas propias este año. Los datos encierran tanto a quienes han caído como víctimas de robo como aquellos que murieron prestando servicios. En promedio, según estadísticas de la Federal, hay un policía muerto cada tres días. Esos datos pueden compararse con los del año pasado si se toma en cuenta sólo el número de la Capital Federal y de las delegaciones federales en el interior del país. Entre ellos, durante 2001, hubo 49 muertos y sólo durante los primeros cinco meses de 2002, los muertos de la Federal suman 30.
Tras la muerte del suboficial Alfonso aparecieron otros dos casos de agentes malheridos. En uno de ellos se trató de un sargento de la Policía Bonaerense que estaba de civil y fuera del horario de trabajo. El caso ocurrió el domingo a la noche en Monte Chingolo, pero se conoció recién ayer. El sargento Ramón Orzuza recibió varios disparos cuando intentó defender de un robo al locutorio donde trabajaba su mujer. La defensa le costó cara: terminó con un balazo en el brazo, igual que su perseguido aunque él terminó escapándose. El episodio es investigado por el fiscal en lo criminal de Lomas de Zamora Nicolás Vituri.