SOCIEDAD
› EL ACUSADO PASA EL DIA EN SU CASA Y SALE DE NOCHE
Excursión al Mundo Chabán
El empresario, procesado por la tragedia de Cromañón, suele salir a comprar, pero sobre todo hace viajes nocturnos al puerto de Tigre. Página/12 recorrió su casa, estrictamente vigilada por Prefectura.
Hacia el mediodía, todos los pájaros del Delta se ponen a cantar. Se entrecruzan decenas de gorjeos elaborados, llanos, selváticos. A esta hora, la muchedumbre emplumada compele a iniciar su día a Omar Chabán, acusado por la muerte de 194 chicos en República Cromañón. El empresario actualmente sin empresa sale a hacer las compras, disfruta del sol casi primaveral y el aire limpio. Sus paisanos dicen que en la última semana se lo ve entre ellos más seguido, porque “tiene miedo de que lo metan adentro otra vez”, contó Carlos, de 11 años. Los vecinos cuentan también que Chabán sale de noche “como los búhos”, lo que explicaría su adhesión tardía a la almohada. “Ya no sabe qué hacer. Se la pasa hablando con los milicos”, informó Alejandro, marinero. En cambio, los prefectos de Albatros que lo cuidan dijeron que “nunca sale de la casa”. En busca de la imagen que reuniera al ex gerenciador y al sol –quizá la última, de prosperar el pedido del fiscal Raúl Pleé–, este diario fue demorado por Prefectura sospechado de haber robado un precario bote, sobreseído y convidado con un vaso de agua que costó conseguir.
Al amanecer, sólo estaban despiertos el frío, los chicos en travesía a la escuela y los trabajadores. En la lancha interisleña, los asientos preferidos eran los cercanos al motor. Pese a su ruido ensordecedor, era bienvenido el calor que irradiaba. Los maestros de la escuela Nº 13 mitigaban la hora de viaje con rondas largas de mate. Entre los chicos, algunos volvían al sueño, una nena comía un alfajor despacio para que durara más. Otros bromeaban por lo alto, mientras por lo bajo suspiraban por la señorita Selva. Entre ellos estaba Carlos, cuyo padre es botero. De vez en cuando lo acompaña en el trabajo. “Vivimos a diez cuadras de la casa de Chabán. Mi papá siempre lo lleva en lancha. Yo lo vi dos veces”, aseguró. Según el chico, “él no tiene toda la culpa. También está Callejeros, que dejó prender las bengalas”. El locuaz Mariano, de 12 años, disintió: “Chabán mató a un montón de pibes. Tenía cerradas las puertas, encima sobornó a bomberos. No cumplió con reglas básicas”. A Ale, de sexto, le molesta que los prefectos “estén todos allá, cuando tendrían que estar en las islas”. Recientemente, a su tío le robaron el bote de donde lo había dejado estacionado, “algo que antes nunca pasaba”, consideraban los isleños con desagrado.
Sobre el río Carapachay, a una hora y media de la terminal fluvial de Tigre, está la isla Don Mariano. En su amarradero descansa el guardacostas Camarón, de Prefectura. Tras la casa rosada de Chabán hay un par de tiendas de campaña para el uso de los 20 uniformados caqui afectados a la vigilancia. Entre ellos correteaba un bullicioso setter marrón. Como casi no pasan barcas en ese tramo remoto del Delta, no tiene muchos motivos para abrir la boca. Sobre la plataforma del guardacosta ostentaba su sueño un perro negro, el otro de Chabán. También entre los prefectos andaba vestido de jogging azul Guillermo Silva, un incondicional del procesado. El fotógrafo de Página/12 se ocultó entre maleza y mosquitos en la orilla de enfrente por si aparecía el amigo. Para poder enfocar la casa tuvo que exponerse. Una mujer de unos 60 años y pelo rubio, amiga del inquilino, vio lo que no vieron los Albatros. Gritó: “Allá hay una cámara”.
Ya desenmascarados, los cronistas remaron y fotografiaron hasta que los prefectos les ordenaron acercarse. “Nosotros no somos delincuentes”, bramó como saludo el prefecto Ricardo Zappelli, enojado porque se le continuaba sacando fotos. “¡Solamente cumplimos órdenes judiciales!”, gritó, y ordenó que subieran los del bote (un poco pinchado) para que mostraran sus documentos y los de la triste embarcación “porque si no cómo sabemos que no es robada”, evidenció.
Los perros de Chabán son mansos. “¡Salí de acá, la conchitumá!”, reprendió un oficial al can negro que entrometió su hocico en el abordaje de los demorados. Con los minutos, al comprobar que no se trataba de ladrones a remo, las facciones de Zappelli dejaron la rudeza marinera. “Nunca se ve a la prensa por acá”, explicó uno de los efectivos. Sin embargo, los isleños sostenían que en días anteriores otro fotógrafo había merodeado Don Mariano. “Tenemos que anotar quién viene, porque si salen fotos publicadas el juez nos pregunta cómo las sacaron”, dijo Zappelli, que se ofreció para ir a preguntarle a Chabán si deseaba tener una entrevista con este diario. Fue acompañado de un subordinado. Volvieron pronto: “Dice que no quiere”. Para sellar la paz, se le pidió un vaso de agua. “No sé si hay agua”, pronunció el prefecto, y dio orden para que se buscara el líquido que había. “No le saquen fotos al guardacostas”, pidió en un susurro un efectivo mientras desataba el bote del Camarón.
“Nunca sale de la casa”, aseguró Zappelli. Alejandro, que transita el Carapachay a diario, evaluó que “ya no sabe qué hacer. Se la pasa hablando con los milicos afuera. Muchos cuentan que aprovecha la noche para salir”. “Hace como los búhos”, comparó Juan, de 72 años, el isleño que alquiló el bote para las fotos que no fueron. No bien cobró los 30 pesos, el viejo se sentó a hacer una lista. Salió a evaporarlos raudamente en la compra de víveres y el pago de deudas.
La Carmencita es una lancha-almacén que provee a los aislados pobladores. Lo atienden y conducen Horacio y Osvaldo. A eso de las 15.30 pasan ante lo de Chabán. “Siempre nos compra él. Es un cliente como cualquier otro”, contó Horacio. Y observó: “Hoy es raro que no haya salido. Le hicieron las compras los de Prefectura. Se ve que está durmiendo todavía”.
Informe: Sebastián Ochoa.