SOCIEDAD
› DETIENEN AL EMPLEADOR DENUNCIADO POR EXPLOTAR INMIGRANTES ILEGALES
El hilo no se cortó por lo delgado
Por orden del juez Oyarbide, la Gendarmería allanó dos talleres de costura clandestinos, donde unos 40 inmigrantes trabajaban y vivían con sus hijos. El empresario fue denunciado por la Defensoría del Pueblo porteña, por “reducción a la servidumbre y tráfico de personas”.
Bernabé Castro, vecino del taller clandestino de Laguna 940, vio en el mediodía de ayer cómo cargaban en camiones las prendas y maquinarias del lugar investigado por la Justicia. Se comunicó con la Cooperativa La Alameda, que llamó a la Defensoría porteña, que mandó un fax al juez Oyarbide. Minutos después, llegaron efectivos de Gendarmería que detuvieron a Juan Carlos Salazar Nina y a su esposa Remedios, los dueños del taller, denunciados por presunta “reducción a la servidumbre y tráfico de inmigrantes”. Secuestraron inmensa cantidad de ropa y 80 máquinas de confección. El allanamiento alcanzó al otro taller, ubicado en Garzón 3583. Los 40 habitantes de esos lugares permanecerán en ellos hasta el lunes, cuando cobren los 300 pesos del subsidio habitacional otorgado por el gobierno porteño. La explotación de inmigrantes bolivianos fue denunciada por Página/12: éste puede ser un caso testigo de trata de personas con fines de explotación laboral.
Sin las herramientas, las propiedades se parecen a las casas que durante 10 años pretendieron ser. Quienes tenían contacto cotidiano con los talleres aseguran que ahora faltan personas y maquinarias, que habrían sido trasladadas a otros dominios de Salazar Nina. Si es así, lo dirá el acusado hoy o mañana, cuando el juez lo indague. Ayudarán a aclarar la situación los hasta ayer empleados de los detenidos, que sumarán sus testimonios a la causa. En quince días, varios de ellos presentarán su proyecto para conformar una cooperativa de trabajadores. La semana próxima, la Defensoría del Pueblo comenzará a documentar declaraciones de más obreros, víctimas de otros quince talleres textiles.
La casa de Laguna, con sus paredes y baldosas celestes, no desentona con las demás del barrio. Ayer, los y las talleristas tomaban aire sentados en sillas, mientras los uniformados verdes iban y venían. Una pila de botellas de cerveza cubría la parrilla para los asados que a veces preparaba el jefe a sus empleados, cuando la permanente situación límite de sus relaciones amenazaba írsele de las manos. Los vecinos pasan por la puerta y exclaman “yo ya sabía que iba a terminar así”. Todos lo sabían, pero nada había por hacer. “La 40 no reaccionaba”, dicen en referencia a la comisaría lindera con el taller de Garzón. A media cuadra está el de Laguna. Para Omar, hijo del vecino Bernabé, también terminó la pesadilla. “Cada dos por tres me peleaba con él”, cuenta. “Pero él nunca salía, me mandaba a sus empleados. Una vez vinieron quince y los boxeamos con mi viejo”, sostiene. Grandes púgiles no podían ser los obreros, cuya única actividad física era coser 18 horas por día. Con agujas que se les clavaban en la cara cuando quedaban dormidos sobre las máquinas, extenuados y mal alimentados. Según el Consulado boliviano, en los ambientes cerrados y húmedos en que trabajaban imperaban las enfermedades. Contabilizan decenas de casos de tuberculosis. Y la anemia llevó a la muerte a más de uno. Es que tenían que compartir las raciones de alimentos con sus hijos, que como no producían no merecían comida. Nadie sabe cuántas personas están en esta situación, aunque desde la Defensoría porteña calculan que pueden ser 150 mil en el área metropolitana, traídos al país mediante engaños para someterse a tratos inhumanos.
Para el legislador porteño Roy Cortina, el de los dos talleres es “un caso testigo de servidumbre y esclavitud en el Mercosur”. La semana próxima, presentará en el recinto “un pedido de informes para que el Ejecutivo de la ciudad investigue hasta dónde llega esta red, que retiene a miles de personas”. Además, prepara un proyecto de ley “para expropiar las maquinarias y entregarlas a las víctimas, así tienen el trabajo digno que les prometieron cuando las trajeron engañadas”.
Quien puede dar constancia de que se trata de un “caso impactante” es Alicia, maestra de la escuela 17. Su compañera, Mónica, se quedó ayer con los chicos del taller de Garzón. Ellos las ven como si fueran ángeles. En el 4ª grado de Alicia, 18 de sus 25 alumnos viven encerrados en talleres. “Para ellos la escuela es el paraíso. Ahí desayunan, almuerzan y a veces meriendan. Llegan los lunes y están desesperados de hambre”. Según Alicia,”cuando les decimos que al día siguiente no hay clases porque tal maestra no puede venir, ellos vienen igual”. Para la docente, “lo más grave es que son callados, herméticos. Solamente se expresan a través de la música y el dibujo. Hacen música clásica con la flauta”. Por lo que vieron y vivieron, rodeados de gente borracha y de violencia sexual, “necesitan ayuda psiquiátrica ya mismo”, diagnostica.
La cantidad de ropa incautada superó las expectativas de Virgilio Gentile, a cargo del operativo de Gendarmería. Tuvo que pedir un segundo camión para transportarla. Las personas sentadas en cada silla de las casas eran “extranjeros documentados e indocumentados”. El que era rey de esta jungla se fue con cara de gordo bueno a una dependencia de la fuerza.
El 13 de noviembre próximo, en la cooperativa La Alameda quedará conformada la Unión de Trabajadores Costureros, integrada por quienes fueron semiesclavos de estos talleres. La semana que viene, la Defensoría comenzará a recibir más testimonios de trabajadores bolivianos explotados en otros quince talleres clandestinos de Parque Avellaneda.
Informe: Sebastián Ochoa.