Sáb 12.11.2005

SOCIEDAD

“La ciudad global está segregada por clase social”

La urbanista Zaida Muxí cuestiona la división de las ciudades actuales en espacios abandonados y los destinados al turismo.

› Por Sonia Santoro

“La ciudad global está segregada por clase social y no hay ninguna búsqueda de igualdad, el que pueda pagar se salva y el que no, a la jungla.” Argentina radicada hace ocho años en España, la arquitecta y urbanista Zaida Muxí pasó por Buenos Aires para hablar sobre el uso del espacio público en las ciudades actuales. Criticó la “museificación” de la ciudad, entendida como la puesta a punto de zonas aptas –bellas y seguras– para el consumo de los turistas extranjeros, frente a la “ciudad del abandono, de los que perdieron”. Además, reivindicó la ocupación del espacio público en las protestas: “Hay que respetar cierto orden, pero a los problemas hay que hacerlos evidentes en las calles, si no la gente no los ve”.
Las frases de Muxí son una síntesis de su preocupación por la globalización. Su mirada combina también la sociología y el urbanismo.
Muxí trabaja en el Urban Technology Consulting, cuyo director es el prestigioso urbanista Jordi Borja. En su último libro La arquitectura de la ciudad global, describe los efectos de la globalización en las ciudades contemporáneas, haciendo foco en Buenos Aires.
–Allí habla de macdonalización y disneylandificación de la ciudad, ¿podría explicar estos conceptos?
–No son míos, el de macdonalización es de Jeremy Rifkin y el de disneylandificación es de John Hanningan. Son dos conceptos del mundo empresarial que se transfieren a otros ámbitos. El primero es la apariencia de un espacio agradable, que esconde una programación muy estudiada a gran escala. Yo lo traslado a la manera de ser de la ciudad actual, donde tenemos que ser más consumidores y menos ciudadanos; perder cualquier espíritu crítico frente a la realidad, donde lo único que nos interesa es la diversión. Disneylandificación es parecido. Es un juego pero todo está pautado, como en Disney, donde sus trabajadores no tienen derechos gremiales, no pueden manifestarse, todo está hiperlimpio...
–¿Cómo se aplican a Buenos Aires?
–Cuando empecé llevaba 8 años fuera. Y vista de afuera Buenos Aires era un castillo de cristal, todo era fantástico, era el Primer Mundo... La gente me decía en España “pero si Buenos Aires está súper bien”. Y yo respondía: “No está bien, si miras más allá”. La globalización es una nueva etapa productiva que está marcada por las nuevas tecnologías, por la dispersión en el planeta de la producción, no es como la fábrica fordista donde estaba todo en el mismo sitio, hoy ni se sabe quién es el dueño de nada, se diseñan campañas en un lado, productos en el otro, se envasa en otro y se distribuye de otra manera. Entonces, pensé que esta manera tenía que afectar a las ciudades. La conclusión es que es una ciudad tardo racionalista. La ciudad racionalista es la de entreguerras que intenta responder a los problemas de la ciudad posindustrial, contaminada, con una nueva clase obrera que vive de manera terrible en las ciudades europeas. Se piensa que la manera de solucionar esto es separar la vivienda de las zonas de trabajo y de las zonas de ocio o recreo. La ciudad global vuelve a tomar esos elementos con la diferencia que enmascara estas separaciones, las disfraza de diversidad, está segregada por clase social y no hay ninguna búsqueda de igualdad, el que pueda pagar se salva y el que no, a la jungla.
–¿Hay alguna manera de escapar a las ciudades globales?
–Creo que hay grados. Cuanto más desigual es la sociedad más se nota esta división. Yo diría que no porque no, hay salida sostenible del modelo en que vivimos, así que en algún momento ha de reventar. Pero creo que antes podríamos revertir las ciudades para no llegar a eclosiones graves como hasido aquí en la crisis del 2001 o Los Angeles en los ’90, cuando la gente pobre toma las calles...
–A pocos años de la crisis, en Buenos Aires ya hay zonas como Palermo o Las Cañitas que están como en los ’90...
–Sí, ahora vuelve a ser un sitio muy rentable para la inversión extranjera. Porque así como en el planeta somos un 20 por ciento los que disfrutamos el beneficio de los recursos, en las ciudades se repite el esquema. Siempre habrá un 15 o 20 por ciento que podrá consumir y para ellos se construyen estas escenografías del lujo y de la segregación. Y todo es cada vez más segregado, vigilado, cerrado porque cada vez es más contrastada la diferencia con el otro. Y para el dinero global, que necesita rentabilidad inmediata, la ciudad se convierte en una fuente de garantía de rendimiento. La mayoría de las inversiones en Puerto Madero las hace gente que compra proyectos y antes de que los edificios estén levantados han vendido al doble. Es total especulación.
–¿No se ha aprendido nada de la crisis?
–No se ha replanteado nada.
–Sí hay otro uso del espacio público, el de las marchas.
–Así como el que tiene puede exhibir sus riquezas en la calle, el que no tiene puede exhibir sus pobrezas. El tema es que, como en todas las ciudades, para hacer una marcha hay que pedir permiso. Yo creo que habría que respetar cierto orden, pero me parece que a los problemas hay que hacerlos evidentes en las calles, si no la gente no los ve.

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