SOCIEDAD › VIVE EN UNA ALDEA GUARANI, TIENE UN AÑO Y PESA 4 KILOS
El hospital no la atendía porque no la consideraba una emergencia. Se presentó una denuncia contra el sistema de salud misionero.
› Por Andrea Ferrari
Cuando la vieron, se quedaron sin habla. Ni la médica ni la enfermera llegadas de Buenos Aires habían imaginado encontrar una nena en esas condiciones. La diminuta Karina las miraba con sus ojos inmensos. La balanza comprobó lo evidente: apenas superaba los cuatro kilos, pese a que ya había cumplido un año. Una vez vencido el estupor, los miembros de la Asociación Civil Santa Clara, que realizaban tareas asistenciales en Yeyi, una aldea aborigen en la selva misionera, se ofrecieron a trasladarla. Cuentan que en el hospital de El Soberbio, a 45 kilómetros de allí, un médico de guardia les dijo que tenían pocos recursos y los guardaban para emergencias, término que a su juicio no definía la situación de Karina. Entonces fueron a la farmacia, compraron el suero y la guía y hasta se la colocaron a la beba. Hoy Karina se recupera lentamente en el hospital de Oberá, pero aún no se conocen las secuelas neurológicas que puede dejarle la desnutrición. La Asociación presentó una denuncia en la Justicia contra los servicios de salud de la provincia de Misiones. Pero Karina no es un caso único en la zona.
Unas doscientas personas habitan la aldea guaraní de Yeyi. Muy cerca está Pindó Poty, con una población algo menor. Además de la asistencia oficial, ambas aldeas reciben un subsidio de la fundación alemana Ayuda al guaraní y apoyo de otras organizaciones. Entre ellas, la Asociación Santa Clara. “Fuimos a principios de diciembre para ver cómo estaba la situación, pensando en volver en marzo o abril con mayores recursos asistenciales –cuenta la médica pediatra Paula Pérez Cardozo–. Al cabo de tres o cuatro horas, cuando ya habíamos atendido a varias personas, se me acercó Rudy Sacha, que es agente sanitario en el lugar, y me preguntó si podía ver a su hija que tenía bajo peso. Cuando la trajeron, nos quedamos todos helados.”
La beba fue colocada enseguida en la balanza, que marcó 4,240 gramos, cuando por su edad, dice la médica, “debía haber pesado diez u once kilos”. De inmediato sugirieron el traslado. Según contó la familia, la beba decayó tras la muerte de su madre, seis meses atrás. Ya había estado internada y recibido el alta en el hospital, pero luego no hizo sino empeorar.
Difícilmente, El Soberbio haga honor a su nombre. En el hospital falta casi todo: el médico de guardia, dice la pediatra, “nos dijo que tenía pocos recursos y los reservaba para emergencias, por eso no podía destinarlos a esta chiquita”. A los chicos desnutridos allí no les suelen dar suero. Compraron ellos mismos los insumos necesarios y le colocaron la vía a Karina para recibir el suero. Ahora, cuenta Pérez Cardozo, la beba está en el Hospital de Oberá, donde fue tratada por un cuadro infeccioso y recupera peso lentamente. “Uno supone que puede tener daño neurológico por haber padecido una desnutrición tan severa, pero eso se verá con el paso del tiempo.”
¿Por qué se llegó a esa situación? “Es una maraña difícil de desentrañar –sostiene la médica–. La directora del hospital dice que van a la aldea, pero no pueden estar buscando desnutridos choza por choza. También había estado allí una persona de Asuntos Guaraníes, pero no sabía nada de esa nena.” Aunque no con la gravedad de Karina, la mayoría de los chicos padece algún grado de desnutrición. “Todos están parasitados y por los parásitos tienen anemia, que conlleva desnutrición crónica. Por eso, hay que hacerles tratamiento a todos.”
Como presidente de la Asociación Civil Santa Clara, Luis Reinoso presentó una denuncia al juez de Oberá Julio Scanato. “Pedimos que se investigara por qué la beba llegó a este padecimiento dado que debió ser atendida por los servicios de salud de Misiones”, reclama. Consultado por este diario, el juez se negó a comentar el avance de la causa: “No puedo dar ninguna información porque en materia de niños las causas son totalmente reservadas”, dijo. Tampoco quiso explayarse Mario Acuña, quien visita las aldeas en una doble función: es empleado de la Dirección Provincial de Asuntos Guaraníes y recibe un salario de la fundación alemana Ayuda al guaraní para coordinar la asistencia.
–Lo que digo es que gente que viene una vez por año a estos lugares tan apartados crean una situación. Es una realidad el caso del chico desnutrido, pero no doy entrevistas por teléfono. Deberían preguntar en el ministerio.
–¿En el ministerio conocen la situación de estas aldeas?
–Habría que preguntar.
Más locuaz fue en cambio la religiosa Iraceme Mattje, quien asiste a la población de Yeyi y Pindó Poty desde hace once años. “Vi otro caso similar al de Karina, o todavía peor, hace pocos meses en la misma comunidad. Una nena de la familia Da Silva, que tenía un año y medio y parecía de seis meses. Estuvo internada más de un mes. No sé por qué los caciques dicen que no hay desnutrición. Creo que se sienten presionados por la ayuda que reciben.”
A la brutal pobreza de estas comunidades se suman factores culturales. “Hay falta de alimentos y, sobre todo en verano, hay chicos deshidratados –sostiene Mattje–, pero también sucede que no saben utilizarlos: he visto que a una nena le daban la leche en polvo casi sin diluir, con cucharita.” “Es gente muy introvertida –agrega Pérez Cardozo–, no es fácil entrar a la aldea ni a las chozas. Que los chicos estén enfermos representa para ellos que Dios se los quiere llevar y no se puede hacer nada.”
Tampoco es sencillo ir al hospital: tienen que caminar cinco kilómetros y pagar ocho pesos de colectivo. Y si bien hay visitas de médicos, no siempre ven a todos. “Las jefas del hospital se enojan porque no les muestran los chicos –cuenta la religiosa–. Pero hay que exigirles que los traigan.”
Esa distancia cultural se vio meses atrás en el caso de Julián Acuña, el chico de la aldea Pindó Poty que sufría una afección cardíaca y quedó en medio de una polémica entre los integrantes de su comunidad, que no querían que fuera operado “por la medicina del hombre blanco” y la Justicia, que lo envió al hospital. Después de que lo trasladaron a Buenos Aires, los padres terminaron por aceptar la intervención y ahora está de vuelta en su aldea, recuperado. Pero no todos reciben la misma atención que Julián. “Hay, por ejemplo, dos chicos de cuatro y cinco años herniados que sufren mucho –dice Mattje–; las operaciones son sencillas, pero no se hacen. Y cada vez va a ser peor. Yo creo que no puede ser que un chico esté sufriendo así.”
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