Dom 22.01.2006

SOCIEDAD  › UNA REFLEXION SOBRE LOS SETENTA, EL “PERONISMO DE LIBERACION” Y LO QUE SIGUIO

La década atragantada

Los setenta son una época fijada en el imaginario político, unos años tenaces sobre los que se sigue opinando con pasión y violencia. Así, “setentista” es un insulto o una definición peculiar del compromiso. Un recorrido sobre cosas imaginadas y cosas reales de esos años, y de éstos.

Por Nicolás Casullo
Jeringoza


¿Qué fueron en realidad los primeros ’70? ¿Qué contuvo el ’73? La revisión de esos años necesita ahora un debate más arduo que lo testimonial, lo denunciativo o la información sobre sus violencias organizadas. Representa una época cultural y mítica mucho más telarañosa, dentro del argentino de estos días, que el repetido dato de Firmenich, López Rega, Videla y las balas. Nos muestra un tiempo carente de ensayos que analicen los imaginarios sociales que su sola mención todavía activa. Esos iniciales ’70 reptan en nuestras almas.

Si a vuelo de pájaro uno toma nota de lo que lee y escucha en la actualidad, detecta ese latido de lo aún no situado: de qué forma tenaz resuenan esos años en el presente. Para el ex presidente Menem los ’70 son hoy su reaparición como el comunismo siempre disfrazado. Para la extrema izquierda son la retórica gubernamental evocante de una política engañosa. Para el intendente Patti resultan el regreso victorioso de los derrotados. De acuerdo con el presidente Kirchner representan en parte un fondo histórico para una política nacional pacífica y democrática. Según una derecha expresa como la de Mariano Grondona, los ’70 significan el montonerismo otra vez, ahora en términos de farsa. Para la investigación académica pasaron a ser una sumatoria de datos de la que casi siempre se fuga la clave secreta. Para el negocio editorial son una cantera de escrituras que rinde beneficios. Para la moral de Carrió exponen la cuota revivida de provocación populista contra la Iglesia, los militares y los agroexportadores objeto de “retenciones”. Para el diario La Nación personifican el populismo en sus rasgos más potencialmente totalitarios. Para los sectores de la izquierda nacional radiografían el peronismo más genuino. Para el progresismo antiperonista, los ’70 representan lo insoportable de tener que volver a vivir un tiempo de “izquierda peronista autoritaria”. Para los transversales constituyen el retomar un proceso, tergiversado otrora por el vanguardismo militarista.

Historia y tragedia

En el debatir nuestros ’70 durante estos últimos dos años y medio se puso de manifiesto, desde la primera evocación fuerte hecha por el presidente Kirchner antes de asumir, que en aquel pasado nacional de hace tres décadas quedó, mal acumulada, la mayor carga de sentido histórico que planteó la biografía de la Argentina moderna.

Ese cúmulo de significación no sólo se expresó en las muertes cuantiosas, en la experiencia de una edad aciaga. Tal desdicha dibujó sin duda el drama mayor del siglo pasado. Aunque probablemente también este dato de lo infausto obligó a que los ’70 fueran hablados sobremanera como denuncia de unos y cinismo de otros, demasiado en las figuras del guerrillero, el torturador y el desaparecido, para dejar todavía desguarnecida la real comprensión de esa Argentina –de nuestra historia en sí– y dentro de ella la dimensión del peronismo y de la cultura política general de la sociedad.

Tiempo pasado sin embargo que aún está ahí, se lo acepte o rechace: tanteado en la penumbra de lo que nos pasa. Tiempos que yace en su furia y dolor como una presencia en claroscuro, callada, en un rincón de la misma habitación donde ahora ejercemos nuestras discusiones y retóricas: algo que no alcanza a discernirse todavía con el rango de figura dibujada.

El proceso militar, la democracia alfonsinista, la escuálida renovación del PJ, el extenso menemato y la fallida Alianza son períodos complejos pero hablados, y por ende bastante saldados interpretativamente por el imaginario social. En cambio aquel corto 73-76 del “peronismo de la liberación”, el de los últimos años de Perón, el del auge de las vanguardias de izquierda –aquel país que quedaría como una oscura cifra situado antes y después entre dictaduras– permanece en la ambigüedad interpretativa, en la indecibilidad de lo que configura filosóficamente un destino. Entendiendo por esto último: el mutismo con que se reviste a veces lo que signa.

Destino. ¿Qué se busca decir? El camino de lo que contradictoriamente hace y deshace una historia social, en este caso la argentina. El acontecer como verdad y a la vez como enigma de esa misma historia. Como huella indeleble y a la vez desmemoria recurrente. Como punto ciego –la guerra– y a la vez como clave de bóveda –mundo fuerte de ideas– en un único y mismo rostro. Esto es, el sentido de lo humano en tanto redención y a la vez catástrofe. Tal cual sabía enunciarlo de manera incomparable y por vía poética el pueblo griego: lo efectivamente trágico en tanto punto cumbre para pensar y preguntarse por la condición del hombre y su comunidad.

Trágica sería la visión, según el filosofar del alemán Frideric Schelling, de la trama de una historia en el momento del conflicto que jamás se resolverá tal cual lo sueñan las voluntades en acción. ¿Qué interpretación sobre lo cultural y los mundos colectivos –más apta aún que la crítica materialista o moralista– que entender los ’70 desde la idea de un tiempo de liberación mutado y concluido en opresión extrema como el Prometeo Encadenado de Esquilo? O desde la búsqueda de un bien común, que obliga al mal, al ritual de la violencia como en Agamenón. O el proyecto de un país pensado en términos de mancomunión y justicia, que en realidad quiebra en profundis las comuniones como en la Tebas de Penteo. O un itinerario que busca poner fin a los velos y mentiras de una historia, y termina cegando las miradas igual que en Edipo.

El reconocimiento de la tragicidad no es un juicio negativo, una descalificación historiográfica ni una mitificación a la memoria de los ’70, sino el fondo indeleble que expone una determinada escena nacional. En esa escena los hombres, amigos y enemigos, están a la altura del ephos, de la pasión identitaria que los enviste como tales, pero las fuerzas provenientes y las desatadas desintegran a los propios protagonistas.

Trágica es la conciencia de la condición trágica de la historia desde la temeridad de los hombres. Es el poeta Holderlin, cuando su héroe Hiperión rememora el fracaso de su lucha por la libertad griega, debido a los desbordes de la misma historia desaforada. El recuerdo neblinoso de Hiperión descifra lo diáfano y lo fúnebre en las mismas imágenes.

La gimnasia
de sepultar un tiempo


Las argumentaciones que produce hoy el fuerte reaparecer de los años ’70 no tienen que ver sólo con la sangre y la muerte, sino con una marca profunda de la memoria en lo que hace a una época que expuso lo nacional indeleble: una dramática viga maestra que explicaría nuestras claves históricas, entonces y ahora.

Un país, aquél, más desnudo que nunca en su confrontación entre intereses en pugna. La actualización discursiva de la veracidad que expuso aquella historia remite hoy a todos los fantasmas del lenguaje que portamos. Es que no hay nada más drástico, inclemente, a veces intolerable, que aquello que impide instrumentar las ideologías conciliadoras, que quiebra el mito o baba del diablo de la supuesta unanimidad de intereses sociales.

En la primera mitad de los ’70 no primaron tales dispositivos mediadores, consoladores, a cargo de una dominación simbolizadora de las cuestiones: de un poder liberal que por último siempre se reservó definir “el todo” argentino. Por el contrario, lo que se litigó y confrontó en aquel entonces fueron, precisamente, las representaciones del mundo nacional. También las del pasado, y las de la propia cultura argumentativa en cuanto a legítimo/ilegítimo, legal/ilegal, democrático/ no democrático, bajo la hipótesis de una lucha que adquiría para sus actores la dimensión de “histórica”. Es por eso que en realidad aquel tiempo, en su sonoridad y violento derrumbe sigue sin ser hablado hoy. Apenas fantasmáticamente aludido.

Como un fetiche entonces que esconde su propia biografía, ese tiempo hasta el ’76 sería, desde esta perspectiva, años argentinos que componen una estructura profunda de la memoria social colectiva: una suerte de sociedad transparentada y en drástico litigio. Y a la vez, esos años resultan la narración peronismo/antiperonismo por largos años obturada. Un relato que por la dramaticidad del fracaso “de la liberación” expuso luego los mayores disfraces, eufemismos, hipocresías y máscaras linguísticas –desde uno y otro bando– en cuanto a de qué se trataron y tratan las cosas nacionales, la violencia y las calidades institucionales.

Distintos lemas y paradigmas que impregnaron los años posteriores a esa escena de los primeros ’70, buscaron de manera diversa dejar atrás aquella Argentina setentera con su disputa de clases sociales, desgarrada entre un proyecto popular con su caudillo y plagado de esperpentos, y una tradicional dominación cívico-militar del país, disfrazada de palabras altisonantes y antipopulistas por derecha y por izquierda marxista.

En esas secuencias posteriores se tienen la promesa de la dictadura militar de un orden higienizado con “nuevos” partidos, la democracia que daría de comer junto con el preámbulos de la constitución y el equivoco histórico padecido, slogans del gobierno radical triunfante. El menemato como peronismo en sus despojos, tránsfuga, entusiastamente delictivo y comprado por la edad de las mieses neoliberales del primer mundo. Luego la fallida “moralización del modelo” del uno a uno a cargo de la Alianza. Y la protesta de cacerolas defraudadas y piqueteros rebeldes desde diciembre del 2001 clamando por una intempestiva renovación de todos los políticos.

Estos horizontes propositivos desde el ’76 para acá pueden ser leídos –en relación con lo que nos preocupa pensar– como napas recientes que se agolparon, que hundieron y distanciaron, en cada ocasión, aquel relato vertebral que habían protagonizado los ’70 como resolución de una áspera modernidad capitalista del país. Fueron renovados y sucesivos horizontes ideológicos y políticos que en su intención abarcadora de una nueva verdad explicativa de lo nacional, alejaban de aquellos fallidos ’70. Apartaban de aquella escena incandescente y violenta protagonizada por la sociedad, que en su querer consumar popularmente un largo período inscripto en la inteligibilidad de nuestro siglo XX (con sus actores, versiones y tiempos progresivamente enfrentados) habían por el contrario concluido con la muerte de su líder histórico, con feroces luchas internas peronistas, con el delirio del izquierdismo guerrillero y el cálculo exterminador de las fuerzas armadas poniéndole fin a una Argentina histórica.

La lejana cercanía

Pero ninguna de estas divisas epocales de nuestra crónica reciente, que ejercieron ya sea la demonización de aquellas posiciones irreconciliable, luego la abstracción democrática, la promesa del fin de las corporaciones, el “derrame inversor para todos”, el privilegio del país privatizado, la “autonomía de la política” con respecto al dato social en crudo, el fin de las ideologías, el republicanismo de mercado, en definitiva ningún armado de esta serie durante tres décadas logró, sin embargo, instalar una nueva lógica substituta que quebrase el fondo de la escena de los ’70. Que disolviese lo esencial de aquella escena sobreviviente en nuestros imaginarios y mentalidades. Sobreviviente en credos, reacciones, tipologías, antinomias, inconscientes, mundos simbólicos prepolíticos, memorias ancladas en archivos ideológicos, simbologías del “otro”. Escena sobreviviente en lo que hace a ideas claramente divergentes con respecto a lo democrático, a las nociones de poder, de pueblo, de justicia, de sociedad nacional: sin lograr disolver por lo tanto aquellas formas endisputa –que se heredan a sí mismas– sobre las posibles y enemistadas historias a postular para el país.

De ahí la intensidad de sesgos que provoca hoy, en los ríos subterráneos de la sociedad argentina media, el regreso de esos ’70 en tanto cita y referencia fuerte desde el gobierno y las oposiciones. Tensión manifiesta no en términos de reacción contra algo que ya estaría superado, y retornaría desde la lejanía como criatura intrusa y “extranjera”. No en tanto rechazo a una violencia guerrillera por renacer, porque tal tesis no tiene asideros en el presente. No por recelo a aquellas banderas “socialistas” (como muerto viviente resucitado) porque tal objetivo no está en el orden del día de ninguna agenda. Por cierto, en el presente la disparidad ideológica y política se vuelve más áspera y virulenta en sus enunciaciones no por la ajenidad que aparta a una y otra época, sino por lo contrario: por lo que permanece inscripto hoy de aquellos ’70 en la narración sobre y en nosotros mismos, como sociedad siempre descuajada y renacida.

En la comprensión de nuestra actualidad con sus disputas políticas diarias, se debe reconocer lo que se decía al principio del texto: la condición de tragicidad en que quedó anidada la crónica argentina desde aquellos años duros. Esto es, tragedia que expone una verdad ambivalente, abierta, incierta, incompleta, fracasada, y que por eso mismo toca las identificaciones más hondas de un ser comunitario. Nos obliga a un logos nacional que desafía las simplificaciones, los esquematismos, el blanco o negro, la simple condena o el panegírico de aquellos años.

Desde este ensayístico punto de vista, nuestros ’70 no son buenos o malos. No deberían llevar a melancolía o satanización. No han muerto ni volverán. Remiten al humus societal cuando riega y abreva lo trágico: al entusiasmo y el duelo de las causas humanas llevadas a cultura. Razón y mito en cruce: las narraciones que siguen calladamente hablando.

Constelación ‘70:
cinco aproximaciones


La primera mitad de los ’70 fija varios puntos cardinales como dimensiones contradictorias, ambiguas, de encontrados valores en lo social, y que se esparcen hoy por detrás de las tan mentadas figuras de la violencia, la mesa de tortura y la muerte. En principio, el peronismo emergió entonces con el máximo punto de autoconciencia de su propia biografía en tanto proyecto movimientista-frentista-populista, y como la amenaza más concreta de todo el siglo XX a la dominación económica e ideológica liberal histórica. Esto es, en el ’73 una contradictoria izquierda real de masas populares adquiere su fisonomía y triunfa democráticamente en el marco de una sociedad de inclinación en buena medida conservadora.

Segundo, el peronismo suma en aquella encrucijada al campo intelectual, universitario, estético y de juventud burguesa de origen marxista, cristiano, nacionalista, humanista, campo que le había sido siempre adverso, el cual se hace cargo de algo decisivo y ausente en 1955: de otra lectura y comprensión de la índole de lo argentino. Por lo que, a la tradicional disputa en fábricas se agrega la otra gran disputa decisiva para la legitimidad de gobierno de un bloque histórico democrático: la cultural, dentro de la pluralidad del universo de libros, textos, ideas, valores, medios de masas, docentes, comunicadores y mentores. En los ’70 puede decirse se instituye el debate político-intelectual, informativo-mediático y teórico-conceptual que redefine y encauza la comprensión de las cosas del país. Queda trazado un surco profundo de lectura desde lo nacional, aun por encima de posteriores gestiones, gobiernos y programas y de las propias defecciones peronistas.

Tercero: el costo de aquella nueva articulación socioideológica en el peronismo setentero devendrá en un estigma que sobrevuela y legan los ’70: descomposición identitaria del movimiento, contradicciones intestinasviolentas, habilitación de intereses y políticas golpistas, indefensión, derrota, caída y fracaso. Desde el ’73 el peronismo hace notorio que precisa, cuando domina en su cuadrante el centroizquierda, “desclasar” la composición de sus bases, ampliarse políticamente, redesplegarse y coherentizarse con la propia escena política histórica trastornada. En aquel ’73 remociona, dinamiza y hegemoniza de manera frentista un embrionario posperonismo que conmueve al campo político, que altera al propio justicialismo y que actualizó la discusión sobre qué es “progresismo” en el país.

En cuarto lugar: la secuencia nacional que desemboca en aquellos ’70 ratificó de manera elocuente que el eje cultural y político de enfrentamiento peronismo/antiperonismo es el que le da forma, cuerpo y voz genuina a la crónica de los conflictos argentinos contemporáneos. Básicamente cuando dicha crónica se vuelve realmente confrontativa a partir de determinados lapsos políticos de un peronismo corrido a izquierda. En tales circunstancias dicho eje de discordia emerge de manera natural, espontánea, atávica, ciega, ideologizando desde esta oposición de manera negativa, inconveniente y hasta inoportuna el conjunto de la escena social. Esto es: esencialmente el eje de tensión peronismo/antiperonismo hace legible todos los trasfondos societales y culturales en sus distintos tiempos históricos, más allá de las máscaras, lenguajes o ropajes políticos que pretendan suplantarlo.

Finalmente, también los años del ’70 al ’76, en las ambiciones transformadoras que el movimiento popular contuvo y en el categórico naufragio que protagonizó, confirmaron de manera traumática que el plexo de “la cuestión nacional” efectivamente a resolver, y la representación popular de ser el piso o termómetro de justicia social intransferible, son dos temas cruciales en claras manos de la capacidad o incapacidad del peronismo ayer y hoy. Temas, ambos, que el justicialismo expresó, llevó a corrupción o abandono, y que invariablemente busca reponer como extraña memoria de sí mismo en situaciones de crisis o esperanza nacional. De esto se puede deducir, desde los ’70, una suerte de permanente suma cero en la historia larga de un movimiento popular con una indefinición política permanente, donde lo que no logra solucionar en dichos planos fundamentales se convierten en el gran alimento de su propia sobrevivencia y nuevas apuestas.

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