SOCIEDAD › ESCRITO & LEÍDO
› Por José Natanson
“Si la cultura política se forma como consecuencia de un contexto social y de una historia, si es una variable dependiente, entonces cambiará cuando cambie la sociedad. Pero, a la inversa, puede suceder que se convierta en un obstáculo al cambio social, que lleve a los miembros de esa sociedad a dar las respuestas equivocadas ante unas circunstancias cambiantes, y con ello, a perder las mejores oportunidades que se abren.”
Desde el punto de vista de la cultura política, América latina conforma una unidad bastante homogénea, caracterizada sobre todo por un bajo nivel de apoyo a la democracia, inferior al de Europa e incluso al de Africa: los datos de Latinobarómetro –la encuesta más difundida sobre coyuntura política en la región, que permite comparar y promediar las realidades de los diferentes países– indican que el apoyo a la democracia es un 30 por ciento inferior que en Europa, y un 29 por ciento menor que en Africa.
En su artículo “América latina y su mudable amor por la democracia”, incluido en la última edición de la revista TodaVía, el politólogo Ludolfo Paramio rastrea las causas de esta desafección. La historia de autoritarismos –dice– no resulta una explicación convincente: las encuestas realizadas en los países de Europa del Este, que recuperaron la democracia como parte de la tercera ola que también incluyó a América latina, muestran grados más altos de consenso democrático. “Se diría que los ciudadanos de esos países distinguen entre la democracia como régimen político y el ejercicio concreto de los gobiernos. En cambio, todo parece indicar que los latinoamericanos hacen depender su apoyo y su satisfacción con la democracia de la opinión que merecen los gobiernos”, sostiene Paramio. Y recuerda que el desplome de 2001, un pésimo año económico para la región, tuvo su correlato en el índice de apoyo a la democracia.
Si se descarta como razón explicativa la falta de experiencia democrática, la respuesta puede hallarse en la extrema desigualdad de las sociedades latinoamericanas y en una estructura de reparto de bienes sociales basada en un arraigado clientelismo. Paramio sostiene que en América latina conviven dos tipos de clientelismo: uno antiguo, heredero de la Colonia, y otro “moderno”, articulado alrededor de sindicatos, partidos y punteros cercanos al Estado, que asumen la forma de redes de intercambio personalizado. Lejos de transformar esta realidad, los modelos neoliberales de las últimas dos décadas la profundizaron, esta vez bajo la forma de las políticas sociales focalizadas, recomendadas con énfasis por los organismos internacionales de crédito.
Prestigioso politólogo español especializado en América latina, Paramio analiza la cultura política de la región junto a otros académicos de peso que también colaboraron en esta cuidada edición de la revista de la Fundación OSDE: Isidoro Cheresky, Ernesto Laclau, René Antonio Mayorga y Héctor Tejera Gaona. Lejos de las ilusiones de arquitectura institucional y de los sueños de grandes rediseños de las administraciones públicas latinoamericanas, y aunque reconoce la importancia de avanzar en la modernización del Estado y la renovación de los partidos políticos, Paramio va más allá: “El malestar democrático de la región sería fruto de la incapacidad para ofrecer alternativas modernas al clientelismo. La clave para resolver la desafección (cultural) hacia la democracia no está tanto en mejorar el diseño de las instituciones como en desarrollar políticas sociales universales que ofrezcan una alternativa a las estrategias clientelares”.
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