Lun 27.02.2006

SOCIEDAD  › EN ESPAÑA, UN GRUPO PRO EUTANASIA ASISTE A ENFERMOS TERMINALES

Una guía para morir con dignidad

Los voluntarios primero tratan de convencer a los enfermos que quieren morir para que acudan a otros recursos. Si no pueden, les entregan un kit de fármacos que ellos mismos se administran.

› Por Ana Alfageme*
Desde Madrid

Cruz estaba consumida por un tumor y arrasada por los dolores. Había meditado durante meses sobre la posibilidad de suicidarse. Una voluntaria de la Asociación para el Derecho a Morir Dignamente (DMD) la acompañó cuando se bebió un combinado de fármacos que la enferma misma había preparado y que le produjo la muerte. Aunque tratan de convencerlos de que acudan a otros recursos, DMD proporciona a sus socios una guía de autoliberación para que, en caso de enfermedad terminal y sufrimientos insoportables, puedan morir dignamente (“autoliberarse”). DMD mantiene que es legal aportar esa información. Especialistas en bioética difieren sobre si es moral o no ofrecerla.

1 Marina y Cruz. “Después de sorber aquel líquido verdoso que tenía preparado se acomodó en la cama y me dio las gracias por haber hablado con ella tantas veces; lo habíamos hecho casi a diario durante más de un año. Me dijo que cuando se hubiera ido subiera al piso de arriba para admirar las vistas sobre la ciudad, pero que no me fuera de la casa hasta pasadas ocho horas. Tenía miedo de no morirse. Luego me pidió que la dejara sola.”

La mujer que comparte este recuerdo es alta, habladora y de gestos juveniles, pero le queda poco para cumplir 60 años. La llamaremos Marina, porque su madre, muy anciana, ignora que su hija suele acompañar a moribundos. Aquella tarde Marina se sentó en la silla de la cocina, el único sitio donde podía acomodarse. La casa, muy grande, estaba vacía. Muebles y libros habían sido donados. Sólo quedaba aquella mujer, Cruz (un nombre también supuesto), y la cama donde reposaba su pequeño cuerpo ya consumido y deformado. Padecía un cáncer terminal. La heladera estaba llena de exquisiteces, porque la anfitriona quería honrar a aquella voz amiga, la de Marina, la voluntaria de la Asociación por el Derecho a Morir Dignamente (DMD), que la había confortado tantas veces al otro lado del teléfono. Marina recordó las palabras de Cruz aquella mañana: “Ya no aguanto más”.

–Desde la cocina, la oía respirar con tranquilidad, incluso reírse, porque había citado a una amiga para el día siguiente. Luego noté que se había dormido y entré a verla. Su cara tenía un gesto relajado, cuando un rato antes no me había permitido tocarla, porque todo le dolía. Dos horas después, murió.

La escena descripta ocurrió en 2005. Un año antes, Cruz, una mujer adinerada y culta, sin parientes, había llamado a la asociación porque deseaba morir. Acababan de diagnosticarle un tumor muy agresivo que la dejaría vivir pocos meses más. Marina, que había padecido cáncer hacía unos años, le tomó el teléfono y le habló de los cuidados paliativos; trató de convencerla de que desistiera. Luego siguieron conversando. Cruz se hizo socia de DMD y le fue facilitada una guía que ha editado la asociación de Madrid para quitarse la vida –autoliberarse, lo llaman– cuando se padece una enfermedad irreversible con sufrimientos insoportables. Cinco personas, todas asociadas a DMD Madrid y aquejadas de cánceres terminales o dolencias degenerativas, recurrieron en 2005 a este documento y solicitaron la compañía de voluntarios de la asociación en el momento de morir. La guía advierte de que “el suicidio es una conducta impune en España y dar información también lo es”.

2 El último recurso. La denominada Guía de Autoliberación es un folleto-borrador de ocho páginas con información muy condensada, “a la que cualquier persona puede acceder en libros publicados e Internet”, según se asegura en el texto. En ella se dan pistas concretas para “autoliberarse”. Una de las opciones es mediante combinaciones de fármacos. El texto sólo se proporciona a los socios de más de tres meses de antigüedad de DMD Madrid, una asociación con 440 miembros que aboga por la eutanasia, según fuentes de la propia agrupación. Sólo un 5 por ciento de los socios son enfermos terminales. La mayoría la constituyen familiares de personas que han tenido muertes muy duras o quienes militan por la legalización de la eutanasia.

En 2005, 23 personas acudieron a DMD Madrid con el planteamiento de quitarse la vida. Cada vez que esto ocurre, tres voluntarios y dos médicos especialistas en cuidados paliativos se sientan a hablar con el enfermo, según explica César Caballero, coordinador, en el austero despacho que tiene DMD en el centro de Madrid. “Le planteamos que el suicidio es el último recurso, que antes hay que agotar todas las vías disponibles, que es mejor no precipitarse y que existen maneras de combatir el dolor hasta que llegue la muerte, que son los cuidados paliativos. Pero si quiere seguir adelante, hablamos del contenido de la guía y le indicamos cómo conseguir la cantidad de medicación necesaria para tener una muerte digna”, asegura Caballero. “El enfermo puede recabarla a través de su médico a lo largo de unos meses.” Sólo cinco personas se decidieron.

“Queríamos que nuestros socios tuvieran la tranquilidad de que no estarán desamparados”, dice. La guía ha sido redactada por médicos y revisada por juristas socios de DMD.

3 Marina y el olor dulce. “Cuando alguien se convence de que puede morir asistido, adquiere una tranquilidad que le hace retrasar la muerte. O no querer morirse”, dice Marina.

Entre el 80 y el 90 por ciento de quienes desean autoliberarse pospone el momento de la muerte una vez que es asesorado. Y la mitad de los que hacen acopio de la medicación no la utiliza nunca, según datos de DMD Madrid. Marina, que trabaja con marginados, también se acercó a DMD hace ocho años porque pensaba que le quedaba poco tiempo. Le habían hallado una metástasis. Desde que un amigo falleciera de sida, desesperado junto a ella, ha acompañado en la muerte a unas 60 personas, la mayoría pacientes del síndrome.

–Yo les acaricio la frente, el pelo, las cejas, porque a mí me gusta que me toquen las cejas –dice. Y se pasa sus dedos largos por encima de unos ojos oscuros y despiertos.

–Les digo: no te resistas, no pongas barreras, conmigo aquí no puede pasar nada –agrega–. Aunque estén sedados les sigo hablando, y les cambia la cara. He conseguido que mueran con paz. Me he sentido bien cuando he acompañado en la autoliberación. Pensaba en mi propia muerte y me decía: ojalá yo pudiera irme así.

Cuando Marina dice que reconoce el momento en que llega la muerte, su expresión se dulcifica.

–Primero noto el olor, es un olor dulce.

4 La llave de la vida. Caballero prosigue: “Están tranquilos teniendo los fármacos en su mesita de noche. Al poseer la llave de su propia vida y saberse dueños de su destino, a veces no llegan a usarlos nunca”.

El texto recoge las cantidades letales de seis fármacos –sólo uno se puede conseguir sin receta médica– y el mecanismo por el que actúan. La guía fue elaborada en abril de 2005 y se basa en la traducción de un documento de 62 páginas de la Sociedad Escocesa de Eutanasia Voluntaria (VESS) que DMD editó en 1993. Pero era demasiado larga y compleja, aseguran. Hace un mes y medio ha sido revisada para añadirle dos fármacos más y tres cócteles. “Los pacientes deben tener suficiente autonomía como para quitarse la vida ellos mismos, poder realizar el acto físico de administrarse los medicamentos –asegura Caballero–, porque nosotros no podemos ayudarles, podría ser punible.”

La guía, que se ha enviado a las otras sedes de DMD (Asturias, Cataluña, País Vasco y Galicia), comienza definiendo el término autoliberación: “Es el suicidio en las circunstancias en las que se justifica la eutanasia: enfermedad terminal o irreversible que causa un sufrimiento insoportablepara la persona que lo padece, por una decisión libre, reflexiva y madura, con la voluntad inequívoca de morir como último recurso para poner fin ella misma (autoliberarse) a ese sufrimiento”.

Se especifica que la autoliberación “no es un acto irreflexivo que obedece a un impulso o a una situación social, económica o emocional por muy desastrosa que sea, sino una opción meditada que el individuo toma en libertad”. También advierte de que la depresión no es motivo para quitarse la vida. “La depresión puede ser reversible; el suicidio, no.”

La guía, que incluye direcciones de interés y enlaces web, informa sobre cómo preparar los fármacos, lo que no se debe hacer –“es muy importante que no haya interrupciones, visitas imprevistas”–, o el tiempo necesario para evitar la reanimación: “Tan importante como el método elegido es el plan a desarrollar: cuándo, dónde, con quién, qué hacer si algo falla, notas al juez y a los seres queridos, quién encontrará el cuerpo y, sobre todo, el período de tiempo necesario para evitar la reanimación posterior, que ha de ser de 8 a 12 horas”.

Aconseja enviar a los seres queridos “cartas o testimonios que expliquen los motivos y muestren agradecimiento hacia esas personas que disminuyan los sentimientos de culpabilidad que pudieran surgir”, dice literalmente. También sobre la posibilidad de mantenerlo en secreto: “Algunas personas desean que su suicidio pase desapercibido y su muerte parezca una muerte natural consecuencia de la enfermedad, manteniendo en este caso en secreto su voluntad y omitiendo cartas y testimonios”.

La última página es un modelo de una carta dirigida al juez de turno, en el que se expone la situación de “enfermedad incurable” y se declara que para tomar esa decisión “seria, serena e inequívoca” no ha sido inducido por ninguna persona. “Mi objetivo ha sido morir de forma digna y responsable, eximiendo a cualquier otro individuo”, concluye la carta, que ha de ser depositada en el buzón “la noche anterior” o “por su acompañante cuando todo haya acabado”, si no es probable que encuentren el cadáver en las próximas 24 horas.

5 Marina y Eva. “El día de su muerte, Eva fue a la peluquería para cortarse el pelo a la última moda y hacerse la manicura y la pedicura. En las uñas de los pies le pintaron unas florecitas. Luego encargó a un restaurante que le subieran comida para cinco y cenó cuatro veces, cada una con una persona. La última fui yo.”

Marina recuerda ahora que Eva, la otra mujer a la que ha acompañado en su autoliberación, con una terrible enfermedad degenerativa, la recibió en la puerta, muy arreglada, le dio unos guantes y le dijo que se los quitara cuando se fuera de su casa.

–Comimos jamón pata negra. Bebimos buen vino y mejor champán. Yo me resistía. Y ella: “Tranquila, mientras yo me muero, tú duermes la borrachera”. Cuando acabamos, se tomó la medicación y protestó en broma de lo mal que sabía en comparación con el cava. Me consultó sobre el camisón que se iba a poner y se tumbó sobre la cama, sin taparse, porque quería que se le vieran las uñas de los pies. Me dio dos besos y le tomé la mano. Le hablaba para tranquilizarla. Temía vomitar, pero se durmió muy rápido.

Horas después, Marina salió de la casa con un libro, un disco de música de relajación –regalos de Eva– y una carta para el juez que echó en el primer buzón.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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