SOCIEDAD › LOS AVANCES DEL MOVIMIENTO NUDISTA EN LA ARGENTINA
Consiguieron la personería jurídica para su asociación. Tuvieron reuniones con la Secretaría de Turismo y en Córdoba organizaron eventos deportivos con auspicio oficial, como un maratón y un torneo de voley al desnudo. Los nudistas argentinos transitan un proceso de institucionalización con que buscan diferenciarse “de otros desnudismos”. Aquí cuentan cómo se vive al desnudo.
› Por Andrea Ferrari
El estatuto que elaboraron lo dice sin ambigüedades: “Naturismo es una forma de vivir en armonía con la naturaleza, caracterizada por el desnudo comunitario”. El trámite llevó un año, algunas correcciones y mucho papeleo, pero al fin hubo luz verde: la Asociación de nudismo naturista de la Argentina (Apanna) obtuvo recientemente la personería jurídica, que habilita su actuación legal como entidad dentro del país. “Esto significa un reconocimiento de que el nudismo no constituye ningún tipo de delito”, festejan sus miembros. En esta búsqueda de un marco institucional, los nudistas también mantuvieron en dos oportunidades reuniones con el secretario de Turismo de la Nación y realizaron en Córdoba eventos deportivos –como un maratón al desnudo–, con el auspicio y la presencia de las autoridades locales. En todos los casos se preocuparon muy especialmente por dejar sentado que adhieren a las pautas de la Federación Naturista Internacional, como forma de desmarcarse de otras posibles maneras de andar al desnudo. Porque si hay algo claro es que para esta gente ser nudista no es sencillamente sacarse la ropa.
El asunto puede dar pie a mucho malentendido. Si alguien cree que los nudistas son una banda de jóvenes zafados que andan exhibiendo cuerpos esculturales en toda oportunidad posible, tiene que saber que esa imagen está a kilómetros de la realidad. En la práctica, el nudismo es una actividad de gente de edad media, principalmente parejas u hombres solos (las mujeres casi nunca van sin acompañante), que buscan privacidad y calma y que detestan que alguien se aparezca con una cámara de fotos a importunarlos.
Página/12 entrevistó a dos de los principales exponentes del movimiento nudista (o naturista, ya que se usan como sinónimos) en el país: la abogada Florencia Brenner, secretaria de Apanna, y el ingeniero José Blanco, que está al frente del Espacio de Encuentro Naturista (Edén), una asociación que organiza eventos nudistas en quintas del Gran Buenos Aires y piletas cubiertas.
Fue Brenner quien se ocupó de las gestiones para obtener la personería jurídica. “Hace dos años convocamos a una asamblea donde se resolvió hacer un estatuto e institucionalizar el nudismo para que tuviera sus límites –cuenta– para saber cuáles son las reglas de juego y que no se confunda con otro tipo de desnudismo.”
Al cabo de un tiempo los llamaron de la Inspección General de Justicia para hacerles algunas “observaciones”: “Básicamente que se aclarara la relación entre el nudismo y el bien común, que es un requisito para obtener la personería”, dice. Precisamente ése fue el motivo por el cual se les negó la personería a otras agrupaciones, como la de swingers, o más recientemente la Asociación travesti Alitt: la Justicia entendió que sus objetivos no tendían al bien común.
En el caso de Apanna, las correcciones hicieron hincapié en los propósitos vinculados a la relación con la naturaleza y el fomento de actividades ecologistas, deportivas y culturales. Además, habían afirmado que promovían el nudismo en ámbitos privados y públicos, y debieron agregar, en el caso de los públicos, que son “habilitados por la autoridad competente”.
–Ellos tenían miedo de que saliéramos a la calle a caminar desnudos y ésa no es la intención, ni nunca lo fue.
Las visitas de miembros de la Federación Naturista Internacional al país fueron la excusa para solicitar en dos oportunidades entrevistas con el secretario de Turismo, Carlos Meyer. “Fue muy alentador porque encontramos una apertura mental absoluta –dice Brenner–. El nos escuchó, dijo que sabía lo que era el naturismo. Pero lo que a Turismo le interesa son inversiones. Nosotros pudimos contarle lo que queremos hacer, pero ninguna de las instituciones naturistas tiene fines de lucro, entonces no contamos con capitales.” “En la última reunión –añade José Blanco–, se mencionó la posibilidad de generar facilidades, como exenciones impositivas. Sucede, sin embargo, que aquí nadie se plantea grandes inversiones, como resorts de cinco estrellas. El nuestro es un naturismo no consumista: lo que ganamos lo gastamos.”
Hasta ahora, la única playa nudista del país es La Escondida, en Mar del Plata. En Córdoba está Yatan Rumi, una reserva naturista de 1200 hectáreas. Y en Buenos Aires hay diversos clubes y quintas que realizan encuentros para nudistas. Para un novato en estos temas, llama la atención la constante mención en los sitios de Internet a los lugares donde se cumplen las pautas de la FNI.
–¿Por qué tanta insistencia con las pautas?
–Surge la necesidad de hacer un distingo entre las instituciones que las respetan y las que no lo hacen –sostiene Blanco–. Cuando se habla de esas pautas se alude sobre todo a que no son permitidos actos ostensiblemente sexuales. Hay lugares donde esas reglas no rigen del todo: aunque se llamen naturistas, no lo son. El naturismo es estar sin ropa como un parte de un proceso de integración social y de integración a la naturaleza y no como parte de un proceso de conseguir relaciones de otro tipo.
Las otras normas de la FNI tienen que ver fundamentalmente con una convivencia pacífica. Una de ellas es la mirada: se pide no mirar “de forma molesta, provocativa o persistente”, aunque todos admiten que mirones hay en todas partes. Y obviamente, nada de fotos sin el consentimiento de la persona retratada. Luego hay reglas básicas relacionadas con el ambiente, como no hacer ruidos molestos. Y una última: llevar una toalla. “En realidad las normas de la Federación Internacional son las de cualquier grupo humano educado –dice Blanco–. No tener sexo en público es algo obvio. Y no molestar con ruido excesivo, no dejar basura. Lo único que nos distingue es que prescribimos llevar una toalla para sentarse en una silla de uso común. Lo demás son cosas de buena educación.”
El nudismo en Argentina tiene un largo recorrido: el primer grupo, llamado Panda (Primera asociación naturo-desnudista argentina), se formó en 1934.
“Duró hasta más allá del ’80, atravesando a Lanusse, a Onganía, al Proceso, pero con un perfil muy bajo”, cuenta Blanco. “Tenían una isla en el Tigre –agrega Brenner–, adonde nadie sabía llegar. Dicen que la gente se perdía en el camino.” Cuando ese grupo dejó de existir surgió otro denominado Nat, que tenía una quinta en Benavídez. Y ya a fines de los ’90 le siguió Edén. Pero para muchos de los nudistas la primera vez no fue aquí, sino en el exterior.
–Yo empecé en un año que fuimos de vacaciones con mi marido a St. Marteen –cuenta Florencia Brenner–. Ibamos en un charter lleno de argentinos y al bajar del avión uno nos dijo: “Acá hay una playa nudista, no dejen de ir a verla”. Por supuesto, fuimos todos. Me asombré, porque me encontré con gente absolutamente normal, respetuosa. Con mi marido pensamos que era un buen lugar, muy tranquilo. Al día siguiente volvimos y al cabo de unos días nos animamos a sacarnos la ropa. Siempre los hombres se animan antes que las mujeres: a mí mi marido me tuvo que esconder la parte de arriba de la malla. Después de eso, otro año alquilamos una cabaña ahí mismo, sobre la playa: uno no tenía ni que vestirse para salir.
En Argentina, en cambio, no soñaba con desnudarse en público. “Lo conocí a José a través de una carta de lectores de un diario en la que hacía una defensa de la playa La Escondida cuando la inauguraron, en respuesta a alguna gente que estaba muy enojada. Yo no me había imaginado encontrar eso en Argentina: pensaba que era algo que sólo se podía hacer en el exterior. Ahí empezamos a relacionarnos. De ese grupo que se hizo al principio fue surgiendo la idea de una asociación para poder en el futuro lograr una federación nacional. Y estamos trabajando en esto.”
–¿Cuando empezó a hacer nudismo lo contaba?
–Al principio no. Después empecé a contarlo a mis amigos, a mis hijos. La aceptación en general fue buena. Nunca lo oculté, pero si noto que la gente se molesta dejo de mencionarlo. En nuestra vida habitual somos como cualquiera. Mi idea es “donde fueres haz lo que vieres”, es decir, nosotros no salimos a caminar desnudos por la calle. Esto es para mí una forma de vida: el nudismo naturista no se agota con el desnudo, todas estas ideas del respeto del otro y del medio ambiente me interesaron siempre.
Blanco cuenta que empezó en una playa mexicana, con su mujer.
–Fue por pura picardía: a ver cómo era eso. Lo que descubrimos fue fundamentalmente una sensación enorme de libertad, de comodidad, de placer en el contacto con el mar. Cuando volvimos queríamos hacerlo acá. Encontramos a través de una revista un lugar en Benavídez.
–¿Cómo lo maneja en su entorno familiar?
–Es complicado. Tengo distintas relaciones con mis cuatro hijos: dos lo aceptan y dos miran con cara torcida. Creo que en la generación posthippie los hijos son más conservadores que los padres. De todas formas, supongo que sería difícil compartir con ellos un ámbito nudista, porque después de todo hemos sido criados como textiles.
“Textil” es la palabra que usan los nudistas para referirse a quienes no lo son. O eventualmente a ellos mismos, porque tal como dice Florencia Brenner, “somos en un 70 por ciento del tiempo textiles y sólo un treinta nudistas”.
Y sobre los textiles afirman que se manejan como muchos mitos en cuanto al nudismo.
–Uno de esos mitos es que somos una especie de secta –dice Blanco– y cuando nos juntamos nos desnudamos. Pero no es así, no es un ritual. Nadie es masoquista, si hace frío no nos sacamos la ropa.
Otro de los mitos que mencionan es que “sólo tienen que hacer nudismo los bellos”.
–Eso es propio de una concepción de vida, es además de consumista, teatral. Uno no hace nudismo para exhibirse, sino para sí –agrega–. No es que uno se muestre: es que no se tapa. Y ese mito textil hace mucho daño: muchos van a ver cuerpos perfectos y se desilusionan, porque son cuerpos normales.
–El rasgo característico que todos compartimos es la no discriminación –sostiene Brenner–. Para nosotros es aceptada una persona gorda, flaca, blanca, negra, anoréxica. No existen cuerpos lindos o cuerpos feos, sino cuerpos humanos. Pero la mayoría de las mujeres te dicen ‘no, yo con mi cuerpo ni loca hago nudismo’. Es el error más grande: uno se siente más cómodo con su cuerpo, sea gordo o flaco o con cicatrices, en un ambiente naturista que en un grupo donde están luciendo las bikinis o las marcas. Somos contrarios al consumismo.
–Incluido el consumismo de gimnasio –añade Blanco.
–¿Hacen nudismo en su vida cotidiana o sólo en quintas y playas?
–Hay gente que llega a su casa y se arranca la ropa, necesita hacerlo -dice Brenner–. Yo personalmente no, quizá si hace mucho calor. Para mí, el nudismo naturista no pasa sólo por estar desnuda, hablaría más de un nudismo de mente, de alma, como una apertura mental: tener la mente abierta a los cambios, libre de preconceptos.
–En mi caso es usual que en verano esté desnudo en casa y más de una vez mi mujer me tuvo que gritar “¡Pará!”, cuando iba a atender el timbre. Es que es tal la costumbre que uno se olvida de que está desnudo.
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