SOCIEDAD › CASTELLS INAUGURO EL COMEDOR PARA INDIGENTES EN PUERTO MADERO
Hubo tortas fritas y mate cocido. Turistas y curiosos varios. Y el grupo piquetero que responde a Castells. En el acto de inauguración habló el escritor Osvaldo Bayer. Cómo es el lugar.
Desde ayer, el paisaje que rodea a la “Fragata Sarmiento”, en Puerto Madero, será diferente al habitual. Después del polémico anuncio sobre la instalación del comedor comunitario, las tortas fritas y el mate cocido les dieron la bienvenida a los más necesitados, pero también a curiosos y turistas que paseaban por una de las zonas más exclusivas de la ciudad de Buenos Aires. Todos quisieron estar ahí, por lo menos para probar el menú.
“Cualquier lugar es lícito para darle de comer al que tiene hambre”, sentenció el dirigente del Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados (MIJD), Raúl Castells, antes de empezar el acto, a las 17.30. Con cámara en mano, Daniel y Lucrecia, una pareja de chilenos que vinieron de visita a Buenos Aires, prestaban atención a todos los movimientos mientras la gente se agolpaba en los laterales del pequeño comedor para recibir una torta frita, y mejor aún si ésta venía acompañada del mate cocido.
“Estamos sorprendidos de esto porque en Chile no hay movimientos que tengan comedores como éste”, señalaron. Para Lucrecia, los argentinos “son muy expresivos, si no están conformes con algo lo demuestran, en cambio en Chile son más tímidos, estas cosas no se ven en ningún lugar”. “Estábamos de paso y cuando vimos tanta gente nos acercamos”, relató Daniel, mientras guardaba su cámara en el bolso.
Castells abrió el comedor por un acuerdo con el empresario Miguel Doñate, que –luego de un entredicho con el gobierno porteño por la clausura que sufrió su restaurante en diciembre pasado–, cedió las instalaciones de otro local suyo, más pequeño.
A las seis en punto, el escenario principal, ubicado a unos cinco metros del local que ahora funciona como comedor, se transformó en el centro de atención porque acababa de comenzar el acto de inauguración.
Pero ese alboroto no le importó mucho a Jorge. “Mirá: vengo desde Once a pie para comer algo y para ver qué onda con esto. No vivo en la calle, pero no tengo plata para comer”, relató el hombre que ronda los “treinta y pico”. Diez minutos después, daba el visto bueno sobre las deseadas tortas fritas con el dedo pulgar hacia arriba.
En cambio, Teresa y Humberto todavía no probaron nada. Ellos vinieron desde González Catán, y tras algunos minutos de espera, al fin llegó el momento de la degustación. “Le falta un poco de sal”, se quejó Teresa. “Vení y contá cómo cocino”, apuró al marido, quien con cara de sorprendido se dio media vuelta y encaró, otra vez, para la barra donde reposaban las pequeñas tortas recién preparadas.
Cerca de las 18.30, el lugar cambió aún más porque empezó la peregrinación de los oficinistas que pasaban, miraban y seguían rumbo a sus casas, sin mucha sorpresa. “No me molesta lo del comedor, igual yo no trabajo acá, en pleno Puerto Madero, pero me gusta pasar cuando voy a mi casa”, explicó Mauro, de 29 años, sin mostrar demasiado interés por el acontecimiento.
Sobre el lateral de un coqueto restaurante, Carlos e Isabel miraban el espectáculo de canto –con un poco de baile improvisado– del “paisano de la provincia”, como él mismo se presentó. “Esto es pura política, acá no hay otra cosa que eso”, dijo Carlos, quien tuvo franco en su trabajo y salió a caminar junto a su mujer por Puerto Madero. Para ellos, la instalación del comedor es como “poner el Patio Bullrich en la Isla Maciel”. “Nos parece bien que la gente venga a comer, pero hay muchos lugares para hacer esto, acá hay una provocación, Castells va al choque”, opinaron, y agregaron: “Esto es lo que dejó Menem”.
Muchas personas aprovecharon el espectáculo y se quedaron apoyadas sobre la baranda, al lado del río, a la espera de la segunda partida de tortas. El mate cocido también se hacía esperar. Para paliar la sed, las seis personas que atendían desde dentro de la barra del comedor empezaron a llenar los vasos con agua, que no tardaron en desaparecer.
“Esto es muy bueno porque hay gente de acá, y muchos que vinieron desde la provincia de Buenos Aires y desde Rosario y Tucumán”, contó una coqueta mujer del dirigente del MIJD, Nina Peloso. “El comedor va a estar disponible para el almuerzo y la cena para unas 100 personas, entre chicos, ancianos y quienes no tengan para comer”, explicó la mujer, y agregó: “Va a haber pizza, arroz, fideo, un menú baratito, pero importante”.
Dentro del local había pocillos de café con el logo del MIJD y algunas remeras con leyendas alusivas a este movimiento, que los seguidores de Castells organizaban como una suerte de intercambio por paquetes de fideos, yerba o harina. Las paredes del pequeño lugar lucían algunos cuadros del Che. Sobre la barra que da al río, un recuadro con la foto del presidente Néstor Kirchner aludía irónicamente a la foto del “empleado del mes” que se ve en los locales de comida rápida: “Por su incondicionalidad con el gobierno de Bush”, explicaba Castells. Afuera, integrantes del movimiento se encargaban de la seguridad, de la prensa y hasta de que nadie pisara el pasto que rodea la entrada del estacionamiento cercano al comedor.
“No se puede creer que en la Argentina se afanen toda la guita los ricos y no dejen nada”, criticó Miguel, un periodista italiano que vive hace ya varios años en la Argentina, actualmente en el barrio porteño de Palermo. “Vine a colaborar porque acá lo necesitan, traje yerba y harina”, contó.
Del acto participó Paul Stabholz, un empresario de la zona que se acercó para llamar a sus colegas a “comprometerse con la realidad social” y anunciar que apadrinará a tres chicos que designe Castells para pagarles la educación “desde el jardín hasta el final del secundario”.
Hacia el final, en el que hubo varios oradores, llegó el momento en que subió Carlitos, de 12 años, a quien Castells presentó como “el dirigente más chico” del MIJD. El nene empezó a agradecer la habilitación del comedor y apenas pudo seguir, porque se quebró en llanto. Después fue el turno del escritor Osvaldo Bayer, quien remarcó la “ética y enorme estética” de la iniciativa. “Esto es una belleza, un lugar para la gente que necesita comer”, expresó al abrir su discurso.
Las luces empezaron a encenderse y a Luis nadie le sacaba la alegría de encima. El duerme todas las noches en la Plaza San Martín, en el barrio de Retiro. Ayer aprovechó para comer en un lugar nuevo. “Casi siempre como en la Iglesia de las Esclavas, pero vine a ver qué ligo acá”, dijo.
Desde Once, Romina y Susana llegaron al comedor en subte, pero no fueron a comer. “Estamos acá para mirar, bah, de curiosas que somos”, se sinceraron, mientras una nena de no más de seis años le reclamaba a su mamá las clásicas tutucas de maní inflado: “No hay tutucas, hay tortas fritas”, le explicaba la mamá.
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