Lun 13.03.2006

SOCIEDAD  › UN GRUPO DE PRESOS QUE HACE TEATRO

De las rejas a las tablas

Son detenidos con salidas transitorias y ex presos que buscan reinsertarse en la sociedad a través del arte. Formaron un grupo de teatro y esta semana estrenaron una obra escrita por ellos mismos. Aquí, las historias de quienes buscan poder vivir en libertad.

› Por Carlos Rodríguez

El Rayo y La Bestia, caracterizados como luchadores al estilo Titanes en el ring, se trenzan en una pelea “a muerte”, en la cual el primero es el bueno y el otro, el malo que se come a los chicos crudos, como dice la tradición. El público desprevenido ignora que los dos actores que juegan a ser estrellas del catch forman parte del ejército de los malos eternos, según establece el manual del buen discriminador escrito por partidarios de la “mano dura”. Roberto Carlos Ortiz, Rayo El Gladiador, y Artín Bodirikian, La Bestia que pesa obvios “180 kilos”, están presos en la Unidad 19, en Ezeiza, gozando ahora de un período de salidas transitorias durante las cuales realizan la parodia de la pelea entre El Rayo y La Bestia, junto con otros cuatro actuales o ex compañeros de celda. La parodia es la previa festiva de un drama teatral, Cambalache, que apunta a romper el hielo que conspira contra la reinserción de los que alguna vez estuvieron en prisión. Artistas Entre Rejas se llama la entidad que agrupa a los intérpretes y que los empuja hacia el afuera. Ellos quieren “hacerle entender a la sociedad que somos personas que merecemos una oportunidad y que la reinserción social del detenido es algo que contribuye a terminar con la inseguridad, porque el que tiene un futuro mejor, nunca vuelve a la delincuencia”.

El maestro de ceremonias y portavoz del movimiento es Fabián Henry, quien estuvo preso 15 años de su vida, hasta que empezó a salir, en forma simbólica, de la celda, y en el plano real, de la droga, pintando cuadros en el penal de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Allí se hizo conocido por sus óleos Visita maternal, El condenado, El garitero o El yompa (El pabellón, en lenguaje carcelario), entre muchos otros, expuestos en las calles o en galerías de arte, incluso de Buenos Aires, cuando él todavía estaba encanutado. “La reinserción social del preso es muy difícil porque existe un sistema que lucra con la industria del detenido. Sin presos no hay negocio y por eso en el interior de las cárceles jamás se hace nada para rescatarlos, para darles un futuro”, insiste Henry, quien hoy está en libertad y trabaja como asesor legislativo, en temas penitenciarios, del diputado Rafael Bielsa.

La historia de Henry está lejos de la tradición del joven sin recursos que llega al delito porque no tuvo otra alternativa. Hijo de un gerente de Aerolíneas Argentinas que murió en 1992, Henry comenzó como adicto, cayó preso acusado de traficante y sufrió imputaciones injustas o exageradas, como muchos de los que llegan a prisión por el camino del porro. Luego de pasar por Caseros, Devoto y unidades penales bonaerenses, Henry fue llevado a Concepción del Uruguay, donde comenzó a pintar. Dio clases de pintura y junto con uno de sus discípulos, Silvio Díaz, montaron talleres de arte que hoy tienen cerca de 40 inscriptos. Ahora están a punto de instalar sus talleres de teatro y pintura en la Unidad 3 de mujeres, en Ezeiza, y en la U-19. En abril, los pintores entre rejas harán una exposición en el salón José Luis Cabezas del Congreso nacional.

La vida de Roberto Ortiz, El Rayo, es más terrible. “Yo estoy preso sin querer”, afirma durante la charla con Página/12 en el Centro Cultural El Perro, de Barracas (ver nota aparte). Dice la verdad. Aunque la carátula “homicidio” puede sonar dura, en su caso existen atenuantes. Durante una pelea, en un boliche, se interpuso entre un hombre golpeador y una mujer golpeada. “Al tipo le pegué una piña acá (se pone la mano en la mandíbula), cayó, golpeó la cabeza contra el piso y se murió.”

Ortiz está cumpliendo una pena de 11 años de cárcel y le faltan más de doce meses para la condicional. En los años que lleva preso, además del teatro, consiguió pareja y tuvo seis hijos, gestados a pura visita íntima, con una mujer chaqueña que le está haciendo la pata y que le llena la vida de esperanzas. “Nosotros hacemos teatro porque queremos llegar a la sociedad y hacer algo por los pibes de la calle. Yo fui un pibe de lacalle y quiero hacer algo para que esos chicos no terminen en la cárcel, como yo terminé, aunque nunca fui un ladrón. Muchos de los pibes que están conmigo presos fueron chicos que crecieron en la calle y que cayeron en el delito porque no tenían un futuro”, insiste Ortiz.

En la obra teatral, que se llama Cambalache –tal vez por la sentencia de Discépolo que afirma que “el mundo fue y será una porquería”–, actúa también Artín Bodirikian, La Bestia, un auténtico catcher dado que fue miembro, en los setenta, de la troupe de Martín Karadagian. Sin siquiera mencionar las razones de su detención, afirma que fue “la única” en su vida y que le dieron tres años. “Lo que nosotros queremos es seguir mejorando y que la sociedad sepa que los presos pueden cambiar, pueden y merecen volver.” Los otros actores-presos son Juan Antonio Alí y el ecuatoriano William Maldonado, que está en libertad condicional.

La obra Cambalache, una producción colectiva, es dirigida por Sebastián Carrera, un hombre del teatro que también quiere llegar “a toda la sociedad con un mensaje que cambie la visión que se tiene de los presos”. La trama transcurre en un café, donde tres ex detenidos, sin posibilidad de conseguir trabajo, planifican un robo que sale mal, aunque uno de ellos logra escapar con el botín. Sus dos compañeros tienen mala suerte, como ocurre en la vida misma: a uno lo matan, el otro vuelve a la cárcel.

La línea argumental muestra la hipocresía del dueño del bar El Gallego, que lucra encubriendo a los ex presos, y deja una reflexión final en boca del personaje que interpreta Henry: “Hay mejores cosas que robar, como ser enamorarse de una mujer, los hijos, la familia, los amigos. Por Dios, la libertad”.

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