Dom 23.04.2006

SOCIEDAD  › MARCELO URRESTI, SOCIOLOGO

“No criminalizar lo que es propio de los chicos”

La muerte de Matías puso en primer plano a los adolescentes. La noche teen terminó demonizada por el discurso de la mano dura. Marcelo Urresti (UBA) explora ese universo y desmitifica su supuesta violencia.

Que son un peligro en la calle. Que se pelean todo el tiempo. Que se juntan en patotas. Los adolescentes porteños fueron lanzados al blanco mediático por la muerte de Matías Bragagnolo. La paradoja de la (supuesta) violencia asociada al ABC1 de los chicos –los teen que ahora son protagonistas de la noticia pertenecen a las clases media acomodada y media alta– no impidió el regreso del discurso de la mano dura, la baja de la edad de imputabilidad y hasta de la “tolerancia cero”. El sociólogo Marcelo Urresti, investigador del Instituto Gino Germani (UBA), lleva años estudiando la cultura adolescente. Aquí, desmenuza el interior de ese complejo universo, explica cómo se relacionan los chicos con la sociedad y advierte sobre la falsedad del presunto rebrote de violencia en los jóvenes.

–Usted trabajó con los adolescentes y la noche. ¿Qué resultados obtuvo de esa investigación y cómo es la relación entre los chicos menores de 18 años y las salidas nocturnas?

–En principio está el tema de los horarios, que se van volviendo cada vez más tardíos. Hay una oferta de consumo de tiempo libre cada vez más diferenciada. Son circuitos más excluyentes de la diferencia social, que no son congregantes sino que son circuitos de segregación, donde suelen estar clases muy homogéneas. Allí aparecen circuitos claramente definidos para clases medias y altas, a los cuales, aunque siempre no es el caso de los adolescentes, sólo se puede llegar con el auto de la familia o en taxi. También se advierte que la noche se va volviendo cada vez más profunda, también para los jóvenes, donde los horarios se van corriendo para la madrugada y después para la mañana, lo que explica de alguna manera “escapes” de la vida normal de ser joven. Otro tema es que hay una industria muy fuerte de oferta de bienes y servicios, porque los adolescentes son los grandes consumidores del espacio social, mucho más en los sectores medios y altos, que son los que tienen en muchos casos las decisiones de compra. Así se los va independizando más. Y la noche actual responde también a ese deseo de autonomía, que cualquier adolescente siempre tuvo, pero que fue controlado por los padres. De esa forma empiezan a generarse noches paralelas en las que a ciertos sectores se les brinda un servicio con bienes que les permite lograr esa autonomía buscada.

–La muerte de Matías generó debate sobre los jóvenes de clase media y media alta y la violencia. ¿Cómo entran en ese juego los adolescentes de buena posición económica?

–Peleas hubo siempre. La violencia en los chicos de clase alta existió siempre, el tema es que no llegaba a los diarios. Recuerdo que había toda una territorialidad de la clase alta, donde los que jugaban al rugby tenían como una “diversión” agarrarse a trompadas con otros clubes, que además, eran todos parientes y amigos. Era como una especie de juego del orden de la adrenalina. Era parte de una diversión nocturna. Con el tiempo hubo una serie de enfrentamientos, allá por los años ’80, entre clases diferentes. Se peleaban los chicos del alto de San Isidro o de La Horqueta o de Las Lomas, con los chicos de La Cava, y también era deportivo, nunca un arma, siempre eran trompadas. Ese tipo de violencia entre adolescentes existió siempre. Ahora, lo que no tenían eran consecuencias graves, porque rápidamente las peleas se desarmaban. Lo que sí está apareciendo es que hay muertes por enfrentamientos violentos, cosa que antes no pasaba.

–¿Bajar la edad para la imputabilidad penal puede ser una solución a una violencia en ascenso?

–En aquellos tiempos nadie salía a reclamar bajar la imputabilidad penal. Eso implica cambios jurídicos muy importantes, caída de la ley Agote, un nuevo estatuto jurídico para menores, una nueva ley de penalidad juvenil. Pero ese análisis a nadie se le ocurrió plantearlo. Está siendo abordado en los últimos años, exacerbado con el caso de Axel Blumberg. De allí en más, todo lo que constituya una violencia en la que participe un adolescente o un joven, tanto como víctima o como victimario, va a ser asidero para que se reclame la baja. En algunos sectores de la derecha hay un proyecto muy claro en penalizar ciertas conductas, y esa ley no va a estar orientada a detener la violencia de los chicos de clase media y alta, sino a limpiar las calles de los chicos de clases bajas que no tienen inserción institucional clara. Esto está muy relacionado con la teoría del Cristal Roto y la del Cerco, que son las que llevó adelante quien fuera el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. Sirve para que las clases dominantes amenazadas o las privilegiadas amenazadas recuperen el control del espacio público sacando a los sectores populares y marginales del medio. Cada uno de estos hechos lo van a capitalizar, y no están preocupados por resolver las causas que llevan a la llamada delincuencia juvenil. No hay delincuencia juvenil. Hay delincuencia, nada más.

–¿Hay algún análisis profundo sobre la baja de la imputabilidad?

–Hay una discusión jurídica interesante que la planteó en su momento Unicef, con Emilio García Méndez y Mary Beloff, dos juristas especialistas en penalidad juvenil que no están del todo en contra de la baja de la edad. De lo que están en contra es de mantener el tipo de fueros, de tratar a un chico como si fuera un adulto. Defienden formas de penalidad para penar conductas de menores de 18 años, pero buscan otro tipos de penas y otro tipo de procedimiento jurídico. Bajar la edad por sí misma no va a cambiar nada, va a ser mucho más injusto. Los que quieren bajar la edad manteniendo un mismo estatuto jurídico de patronato en realidad lo que quieren hacer es penalizar a los jóvenes de sectores populares. Los de sectores medios y altos pueden gestionar con los sistemas de defensa. Hay muchas penas que no son la reclusión y la pérdida de la libertad. Acá nunca se discute un régimen de penas diferentes. Siempre se habla de privarlos de la libertad, que ya se ha demostrado muchas veces que lo que genera es la reincidencia.

–¿Existe un fenómeno de patotas o bandas de adolescentes, tal como se habló largamente después de la muerte de Matías?

–No. El adolescente cambia de campo. Sus relaciones pasan de ser privadas o acotadas en instituciones de encierro, como son las escolares y la familiar, a convertirse en sociales. El niño se convierte en adulto. Empieza a transitar por la calle, a estar lejos de la tutela de los padres, a estar solo, a ampliar sus redes de conocimiento, y en eso es muy importante el grupo de pares. Cuando se habla de patotas, para mí es hacer una interpretación muy abusiva de algo que es prácticamente inevitable para cualquier adolescente: andar en grupo. Es parte de la maduración psicológica y social de un adolescente el que pase por un grupo muy simbiótico, muy cerrado, de pertenencia con sus amigos. Eso con el tiempo se va desarticulando. Ese chico rápidamente se incluye en la educación superior, o en el trabajo, y el grupo de adolescentes que tenía la función horizontal de rearticulación del cambio de campo se desactiva. Por otra parte, para los adolescentes es muy importante el espacio. Algo de lo que nunca se habla. Esto es reemplazado por el espacio de exploración que es la calle, donde no está papá. Es el lugar del grupo de pares, donde los adolescentes empiezan a conocer que hay otro tipo de adolescentes, y experimentan el espacio social. El espacio y el deambular son fundamentales para que se convierta en un adulto.

–Estos días se insistió en una relación directa entre ese grupo de pares y la violencia...

–Si interpretamos el grupo de pares y la calle, dos espacios de transgresión y horizontalidad como patota y violencia, estamos fritos. No se puede criminalizar algo que es propio de los adolescentes, que no hace patotas, sino que van en grupos, y que pueden pelearse. Hay que tratar de que no se maten. Pero no se puede evitar que vayan en grupo y que lo necesiten. Lo que no hay que hacer es que eso se criminalice porque si se hace vamos a tener un problema social a la larga, que es que esos chicos no van a poder resolver eficazmente su proceso de adolescencia y algo tan importante como la construcción de lazos de amistad. Es evidente que cada tanto esos grupos que tratan de construir un nosotros cerrado chocan con otros. Acá hay un tema muy importante que es el llamado “pasaje al acto”, elemento propio de los adolescentes. No es lo mismo decir “te voy a matar”, que hacerlo. El mejor ejemplo del “pasaje al acto” es la famosa frase “me quiero matar”. Cuando un adolescente dice eso es complicado porque es el único grupo de edad que pasa al acto. Hay que ser muy delicados en el trato con adolescentes porque son muy vulnerables; más que los niños, que están tutelados, y más que los jóvenes más adultos que ya están incluidos.

–¿Y el miedo a esa vulnerabilidad cómo se representa?

–Justamente, en los grupos que están constituyendo su identidad en la incertidumbre, muchas veces la manera de afirmar el “nosotros” es con la provocación. El chocar hombro con hombro cuando están en un boliche o pasan caminando por la calle, el probar que se es varón. Por su parte, la chica prueba que es mujer cuando adopta determinado consumo, como fumar o tener sexo repentino. Son conductas de riesgo, pero que no se las va a suprimir con controles abusivos. El adolescente está testeando los límites. Es propio de ellos el encontrarlos a través de la transgresión. Si ese período de experimentación que es importante para la maduración no está, vamos a generar imbéciles, chicos que respeten todo lo que se les dice.

–¿Hay más jóvenes que pasan al acto?

–Habría que revisar las estadísticas, pero lo que es claro que los adolescentes son el grupo más vulnerable a lo que se llama muerte por causa externa. Siempre son los que más se suicidan, mueren en accidentes o en agresiones.


Entrevista: Luciano Zampa.

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