Dom 23.04.2006

SOCIEDAD  › CORLEONE, UN PUEBLO EN CRISIS TRAS LA CAPTURA DEL CAPO MAFIOSO

El miedo a no tener jefe

Los habitantes del pueblo donde fue capturado Bernardo Provenzano, jefe de la Cosa Nostra, discrepan sobre si el pueblo estará ahora mejor o peor. Algunos se preguntan si no vendrá una lucha por el control.

Por Guillermo Altares *
Desde Corleone, Italia


En el club de jubilados de Corleone, nunca se habla por su nombre de los asuntos importantes. Son campesinos duros que han sobrevivido a la pobreza, a una guerra mundial y a varias guerras mafiosas, curtidos en el silencio y en la omertá, a los que les cuesta mucho creer que puedan venir tiempos nuevos. “Aquí no va a cambiar nada”, asegura uno. “Sí, ya verás. El pueblo está mucho mejor que cuando me fui y seguirá mejorando”, responde un inmigrante retornado. “Los cambios serán para peor”, replica el otro. Hablan del futuro tras la captura de Bernardo Provenzano, de 73 años, el último de los grandes jefes del clan de los corleoneses, el más violento que haya conocido la Mafia, el hombre más poderoso de la Cosa Nostra siciliana, apresado diez días atrás por la policía italiana a sólo dos kilómetros de Corleone, tras 43 años en fuga.

“Bernardo Provenzano salvó a la Cosa Nostra al reorganizarla y establecer la estrategia de la inmersión. Pero es una pérdida de la que la Mafia no se recuperará, porque el próximo capo ya no tendrá su experiencia. La experiencia de alguien que controla los canales económicos, sociales y políticos, pero que también conoce a los pastores”, asegura Pippo Cipriani, alcalde de Corleone entre 1993 y 2002 y secretario provincial de los Demócratas de la Izquierda. “Con Provenzano, muchos han llegado a creer que la Mafia ya no es la organización que causaba los horrores de antaño, piensan que incluso garantiza la seguridad. Ahora se preguntarán si vendrá un período de lucha por el control”

El capo de todos los capos alcanzó el poder en 1993, tras la captura primero de Luciano Leggio y luego de Totó Riina que, saltándose todas las reglas centenarias, llegaron a dominar la Cosa Nostra tras exterminar a los clanes palermitanos y a todos sus enemigos, sobre todo a los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. El nivel de violencia era tan elevado e implacable que, como explica el historiador estadounidense Alexander Stille en su libro Excellent cadavers, muchos pensaban que, para un policía, un juez o un político, sobrevivir era un signo de colaboración, activa o pasiva. Pero tras la salvajada de esos crímenes, el Estado italiano respondió y la Mafia sufrió una serie de golpes muy duros, el principal de ellos, la caída de todo un sistema de impunidad y connivencia entre políticos y hombres de honor.

Provenzano, con 50 asesinatos en su haber y tres condenas perpetuas en rebeldía, decidió entonces que los amigos de los amigos debían sumergirse. “Su estrategia fue no aparecer, no ser vistos, evitar todos los aspectos violentos... Pero eso no significa que la Mafia no siga aquí”, afirma Gianfranco Minissale, de 34 años, el responsable de la Policía Nacional en esta localidad. “Desde 1993, Provenzano organiza una suerte de pax, porque comprende que cometer delitos que puedan tener una enorme repercusión no es positivo para los negocios. Pero su estrategia silenciosa no es menos peligrosa”, agrega Francesco Catalano, coordinador ejecutivo del Centro Internacional de Documentación de la Mafia y anti Mafia (Cidma), que también tiene un museo que muestra los horrores de la violencia mafiosa, que llegó a matar cada tres días en los peores años.

En apariencia, Corleone es un pueblo normal del centro de Sicilia. Un territorio lampedusiano y agrícola (el 70 por ciento de sus 11.000 habitantes vive del campo), rodeado de montañas, con muchas iglesias; café fuerte; hombres, tocados siempre con la gorra tradicional, que hablan en dialecto con hombres en las plazas (las mujeres participan mucho menos en la vida pública); con las pescaderías llenas y las carnicerías vacías durante la Semana Santa. En los mercados, que huelen a hinojo, los campesinos venden sus productos. Como otros lugares de la isla más grande del Mediterráneo, a causa de la especulación mafiosa, Corleone ha sido afeado por las construcciones de cemento de varias plantas.

Las angostas calles del centro son bonitas, aunque teñidas por una pátina de tristeza: muchas casas viejas están abandonadas, una huella de la emigración, que ha sangrado Sicilia durante todo el siglo XX (hay tantos sicilianos, cinco millones, dentro de la isla como fuera de ella). Corleone pasó en 40 años de 18.000 a 11.000 habitantes. Como en tantos lugares de la isla, donde el Estado siempre ha sido extranjero y nefasto (excluyendo una edad de oro durante la invasión normanda, allá por los siglos X y XII), las cosas se resuelven puertas adentro.

Y, mucho antes de que Mario Puzo y Francis Ford Coppola decidieran utilizar el nombre de la localidad como apellido para la familia de El Padrino, Corleone ya era tierra de Mafia. Y se presiente en muchos detalles: durante las dos procesiones del Viernes Santo los penitentes llevan la cara descubierta por una vieja orden municipal: durante años aprovecharon el anonimato del capirote para llevar a cabo venganzas mafiosas.

“Nuestra historia no es sólo la de la Mafia, sino la de la antimafia. Corleone ha producido los capos más feroces de la Cosa Nostra y el mafioso tiene un papel de condicionamiento social, político y económico importante. Pero aquí se ha desarrollado siempre una actividad anti-mafia tan antigua como la propia Mafia’, afirma Dino Paternostro, líder antimafia, director del periódico en Internet Città nuove Corleone y autor de varios libros sobre la ciudad, el último, Los corleoneses. Historia de los golpistas de la Cosa Nostra. Paternostro, que no lleva escolta y habla con total libertad (tanta que el 28 de enero le quemaron su coche), relata la historia de Bernardino Verro, el primer alcalde socialista de Corleone, asesinado en noviembre de 1915; de Plácido Rizzotto, partisano durante la Segunda Guerra Mundial, luchador contra la Mafia, que trató de impartir justicia social en una tierra dominada por el feudalismo y que fue secuestrado y asesinado en 1948. “Nosotros somos los hijos de aquellos campesinos, que aprendimos a leer y a escribir y a conocer nuestra propia historia”, asegura Paternostro.

Tras impulsar una ley para permitir el uso social de los bienes incautados a la Mafia, los ciudadanos de Corleone fundaron dos cooperativas agrícolas, en las que ya trabajan 100 personas. Sus productos –pasta, tomate, aceite y vino– son distribuidos en toda Italia bajo la marca Libera Terra. “El arresto de Provenzano no cambia el sustrato económico y social en el que han crecido esos mafiosos. Hay que crear las condiciones para que no se reproduzca el problema y uno de los factores clave es el trabajo”, afirma Gianluca Faraone, presidente de la Cooperativa Placido Rizzotto.

“La población se siente sin duda más libre, porque era una presencia que condicionaba muchas cosas”, explica el alcalde Nicolo Nicolosi. El regidor quiere seguir impulsando el turismo y pretende organizar un circuito de la Mafia. “El pueblo puede sacar beneficios de la curiosidad”, asegura.

En el caserío donde fue arrestado Bernardo Provenzano, la policía descubrió 170 pizzini, pequeños trozos de papel que el jefe utilizaba para comunicarse con el exterior durante sus 43 años de clandestinidad. El contenido de los pizzini, que viajaban de mano en mano dentro de redes de máxima confianza, ha respondido a uno de los interrogantes que se planteaban las fuerzas de seguridad: si ese fugitivo de 73 años todavía controlaba la Cosa Nostra. La respuesta ha sido un sí rotundo: era el jefe y era inmensamente rico (sólo su patrimonio personal era de 600 millones de euros).

“Los papeles demuestran que era el capo, que muchos se dirigían a él para todo tipo de asuntos”, afirma el alcalde de Corleone, Nicolo Nicolosi. “Es la forma más simple y segura para transmitir mensajes, pasa de mano en mano y dentro de una red muy discreta, y es imposible interceptarlos con cualquier método moderno”, explica el jefe de Policía, Gianfranco Minissale. Los pizzini, algunos escritos en código, con números en vez de nombres, y otros con preguntas como “¿A quién debo votar?”, han sido enviados a Palermo, mientras que un equipo de la policía científica, dirigido por Renato Blondo, está examinando con lupa el caserío. “Buscamos huellas, ADN, objetos escondidos, cualquier pista que nos permita saber quién estuvo aquí”, explica Blondo.


* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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