Mié 26.04.2006

SOCIEDAD  › A VEINTE AÑOS DE LA PEOR TRAGEDIA NUCLEAR

Sobreviviendo a Chernobyl

El 26 de abril de 1986 la ciudad fue sacudida por una explosión. El mundo supo de qué se trataba antes que los propios ucranianos: un escape radiactivo equivalente a cien bombas atómicas. Aquí, dos mujeres que recalaron en la Argentina cuentan cómo fueron aquellos días, la desinformación que sufrieron y las consecuencias que sufren sus hijos.

Era la una y veinte de la madrugada, hace exactamente 20 años. Dos explosiones en el cuarto reactor de la planta nuclear de Chernobyl esparcieron alrededor de 200 toneladas de material radiactivo equivalente a más de 100 bombas atómicas como la de Hiroshima. Era el peor desastre nuclear de la historia. Según el gobierno de Ucrania, la radiactividad afectó a 2,6 millones habitantes, incluidos 600 mil niños. Algunas estimaciones señalan que las muertes ya son 200 mil desde entonces. Dos décadas después de la tragedia, Ulana Peremyshleva y Alexandra Paliuk, dos ucranianas venidas a la Argentina, compartieron sus historias con Página/12, replicando la de miles de sus compatriotas impulsados a emigrar, como ellas, para que sus hijos tuvieran un futuro con aire limpio y se curaran de las múltiples enfermedades provocadas por la radiactividad.

“A la Argentina hay que amarla y cuidarla. Acá los chicos nacen bien, respiran aire sano. Muchos de los chicos que vinieron a este país se recuperaron”, subrayó Ulana, emocionada porque fue el país que para su familia actuó como segundo hogar. Ella vivía en Zetomir, a 200 kilómetros de Chernobyl. Ese nombre para la ciudad proviene del ruso y es como mundialmente se la conoce, pero en idioma ucraniano es “Chornóbyl”. Su traducción parece premonitoria: “negro dolor”.

El motivo principal por el cual vino a la Argentina hace ocho años “fue porque estaba embarazada y no quería que mi segunda hija naciera allá. Me fui cuando tuve la oportunidad de hacerlo”. Llegó a Buenos Aires con un embarazo de seis meses.

Veinte días antes del accidente nuclear, el seis de abril de 1986, Ulana traía al mundo a Ana. “Cuando mi hija tenía cinco años empezaron las dificultades: fiebre, no comía, no hablaba. Los médicos no sabían precisar el diagnóstico, se trataba de una infección en los riñones. En mi familia nadie había tenido problema con eso antes y los médicos no me decían el origen de lo que le pasaba a mi hija”, relató. En ese momento, un cirujano, “el único que hacía cirugía de riñones a niños en Ucrania, me dijo que la única posibilidad era la operación y eso me asustó mucho”.

Un día surgió la posibilidad de viajar a Alemania, donde “los médicos me dijeron todo. Le hicieron estudios detallados gracias a los cuales sabían cómo se movían los riñones”. En esa instancia, “me preguntaron si yo trabajaba en una fábrica de tóxicos o algo por el estilo”. Después “me preguntaron si vivía cerca de Chernobyl y después de mi respuesta no quedaron dudas de la causa del problema”.

A Ana le funciona un solo riñón “siempre con peligro de infección en las vías urinarias” y después de su estancia en Alemania comenzó a tomar medicamentos durante años. Tras un tiempo en Alemania, regresaron a Ucrania, donde “los médicos de Kiev no nos querían tratar con las indicaciones de los doctores alemanes”. ¿Por qué? “No sé, a pesar de que Ucrania era independiente desde 1991, el régimen (comunista) seguía latente.”

El día de la catástrofe “nuestra radio tenía la información paralizada. Mi marido escuchaba una emisora de Estados Unidos que traducía al ruso lo que pasaba y él me comentó que decía que algo terrible había pasado. Mi marido me dijo: esto significa kaputt”. Días después del estallido, “salí a la vereda, pensé que era feriado, no había nadie en la calle”. En esos días “pasaba el coche bomba tirando agua hasta el segundo piso de las casas. Recomendaban usar pañuelos en la cabeza, bañarse varias veces al día”, agregó Alexandra Paliuk de 44 años, vecina actual de Ulana en la Catedral Católica Ucraniana “Santa María del Patrocinio”, al 3900 de la calle Ramón Falcón. Ella vivía hace 20 años a 70 kilómetros de Chernobyl, en Niyen. “Mi hijo tenía 3 años y cuando me enteré de lo que pasaba me trasladé a Lbib, cerca de Polonia”. En esa época, “todo el mundo quería sacar a sus hijos de la zona afectada, llevándoselos a otros países o más lejos de donde vivían, pero no se podía comprar boletos, no se podía hacer nada”, recordó con sus ojos celestes llenos de lágrimas.

Nadie se enteró de lo que había pasado el mismo día por los medios de comunicación nacionales. Después de un tiempo, las dos mujeres recordaron que el 1º de mayo de 1986, el Día del Trabajo, fecha que se conmemora con desfiles, “hacía mucho calor, como nunca” en plena estación primaveral. Además, inusualmente en esa fecha “los funcionarios que estaban en el escenario portaban en sus cabezas, igual que su familia, gorros, y todos se retiraron antes de que los actos finalizaran, cuando todos los años se quedaban hasta que concluyeran”. Después de esa fecha comenzaron los rumores de lo que había pasado, cuando “Suiza da la alarma al hallar altos niveles de radiactividad”, comentó Alexandra, a quien sus paisanos llaman por la forma ucraniana: Lesia.

El día del estallido “recuerdo que la lluvia que caía en la calle era amarilla y las hojas se pusieron como en otoño”, precisó Ulana. Ella muestra bronca y tristeza: “El gobierno salvó a sus hijos, pero la gente común no le importaba al gobierno. Los médicos tampoco decían nada”.

Una amiga ginecóloga “me dijo que casi el 70 por ciento de los chicos que nacían eran monstruos, había muchas deformaciones. Yo al sexto mes de embarazo perdí a mi primer hijo, no me lo mostraron, me dijeron que fue por una infección”.

En 1994, Argentina y Ucrania “firmaron un acuerdo que permitía abrir una visa por un año, renovable”, contó Lesia y ése fue el motivo por el cual tantos eslavos vinieron al país, pero una vez que llegaron comenzó otra historia, la de volver a comenzar sin tener nada o casi nada, llevando en muchos casos una tragedia a cuestas.

Las mujeres advierten que hay muchos casos como el de sus familias o peores. Ahora, Lesia hace changas porque no le dejan revalidar su título de economista. Ulana se especializa en historia del arte y recuerda aquellos tiempos en que era guía del Museo de Bellas Artes de Ucrania en épocas del comunismo. Hoy no puede conseguir trabajo.

“La humanidad hizo un monstruo y no supo cómo deshacerse de él. Con el uso de este tipo de energía, un pequeño error se convierte en una catástrofe”, sintetizó Lesia.

¿Alguien se hizo responsable de lo ocurrido? “No, desde el ’86 hasta el ’91 hubo subsidios para los afectados. Yo tenía derecho a recibirlo, pero no tenía energías para ir a cobrarlos. No quería nada de ese Estado”, relató Ulana. Además, “sólo lo cobraba gente de una zona muy pequeña, es decir, el subsidio era para una zona limitada”, reforzó Lesia.

Ana, la hija de Ulana que nació en el ’86, hoy tiene 21 años. “Los médicos del hospital Ramos Mejía me dijeron que hay menos peligro que antes. Ya no toma medicamentos pero se sigue haciendo los controles para ver cómo están sus riñones”.

Cuando todo pasó, los científicos “sabían lo que ocurría, pero la gente no se enteró de inmediato”, señaló Ulana al recordar que “con el tiempo esto afectó a toda Ucrania. Este efecto durará unos 200 años”, sostuvo. Por otro lado, Ulana quiso aclarar que los denominados “liquidadores” encargados de limpiar y tapar el área del desastre cerca al reactor “no eran voluntarios”, eran “obligados” y “estaban horas bajo la radiactividad”. Buena parte de ellos murió.

Miles de padres se desesperaron por salvar a sus niños, pero el daño estaba hecho y no se podía revertir. Muchos de los chicos “que nacieron 3 años antes y tres años después del estallido tuvieron problemas inmunológicos, ginecológicos, entre otros. Lo que ocurre es que en sus tres primeros años de vida terminan de desarrollar sus sistemas y en ese período fueron afectados por la radiactividad”.

Chernobyl fue epicentro de una catástrofe que se expandió por otras partes del mundo. Ulana y Lesia, como cientos de miles de ucranianos, conocen la manera de que no se repita: que no haya más centrales nucleares.

Informe: M. Sol Wasylyk Fedyszak.

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