Una nena de 10 años y su hermanastro de 23 vinieron a buscar a Marie, que vive aquí desde hace tres años como refugiada. La encontraron gracias a la memoria de un empleado de Migraciones.
Parece de película, pero es una historia real. El miércoles se presentaron en la oficina de Migraciones dos chicos haitianos, hermanastros, recién llegados a la Argentina. Arribaron sin conocer el idioma, persiguiendo un objetivo: encontrar a su mamá, a la que no veían desde hacía tres años. Con mucha ayuda del destino, cuando hacían su presentación en el organismo para ver si la hallaban, un memorioso empleado recordó que hacía tres años se había presentado una mujer, también haitiana, que extrañaba a su pequeña niña, que había quedado en el país caribeño. La mujer pudo ser ubicada y la historia tuvo un final feliz.
“Para mí esto es un milagro, pasé toda la noche pensando si estaba soñando. Antes estaba sola, ahora tengo a mi familia”, relató a Página/12 Marie Edouard Carius, una morena haitiana feliz de haberse reencontrado con su hija y con su hijastro, el joven a quien cuidó desde los 13 años hasta su partida. Los chicos sabían que Marie vivía en la Argentina pero no tenían ni su dirección ni su teléfono.
Harold Louisjuste, de 23 años, y Naika, de 10, que tienen el mismo padre, llegaron la semana pasada al país. Cuando caminaban por el aeropuerto de Ezeiza una mujer haitiana los vio, se les acercó y les preguntó en francés de dónde venían. Esa mujer había llegado hace más de diez años al país y les preguntó a los chicos si tenían dónde quedarse y, como estaban solos, se fueron con ella.
Días después, “sabiendo que buscaban a su mamá, un conocido de la señora los llevó a Migraciones”, contó Marie, que desde 2003 vive en la Argentina como refugiada. “El jueves me llamaron del Cepare (Comité de Elegibilidad para los Refugiados que funciona en Migraciones) preguntando si podía ir para allá porque había una nena que en sus papeles tenía mi nombre”, contó a Página/12. El empleado que la recordó había encontrado su ficha y se comunicó con ella. “El me llamó diciendo que fuera rápido para Migraciones. Yo dejé lo que estaba haciendo y salí corriendo.”
“Resulta que el empleado recordó mi apellido porque yo fui muchas veces a Migraciones para hacer los documentos y para pedir si alguna organización podía traer a mi hija y a Harold. El empleado me recordaba, su nombre es Marcos y él tampoco podía creer esta coincidencia.”
Apenas llegó a Migraciones, Marie se reencontró con su hija. “Nos vimos, nos abrazamos por un largo rato, y no pude hablar durante media hora. No paraba de llorar.” Tras la emoción, a las autoridades no les hizo falta más: los tres se fueron a conocer su nuevo hogar.
“Después fui a agradecer a la mujer que los cuidó, espero que Dios la bendiga”, dijo. Ahora los chicos esperan recibir el status de refugiados y recibir ayuda del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur). El titular de Migraciones, Ricardo Rodríguez, comentó a este diario que “la madre está como refugiada hace tres años y los chicos están a la espera y seguro que los resultados serán favorables por un principio internacional que es el de reunificación familiar”.
Normalmente “estos trámites tardan porque se les toma declaración a las partes. En este caso seguro se hará en poco tiempo”, subrayó Rodríguez, quien preside el Cepare, conformado por Cancillería, Acnur y la Secretaría de DD.HH.
Marie no explica los motivos que la trajeron a la Argentina. Extraña su país, ahí todavía vive su mamá. Ella sólo podía comunicarse de vez en cuando por teléfono con los chicos y la última vez que lo hizo fue un mes antes de que llegaran a la Argentina. En esa ocasión no le dijeron que iban a viajar. “Los chicos andaban de un lado para otro”, contó Marie, por eso se le complicaba ubicarlos siempre.
Ahora necesita trabajo y que Naika vaya a la escuela. Marie, en su país natal, es docente y ya aprendió bastante bien el castellano. Aquí, de vez en cuando, “hago trencitas en el cabello, dejando mi teléfono para que me llamen”.
Naika tiene su cabeza repleta de trencitas. Le da vergüenza hablar, pero está feliz.
Informe: M. Sol Wasylyk Fedyszak.
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