SOCIEDAD › A DOS SIGLOS DE LA INVASION BRITANICA DE 1806, UN DEBATE SOBRE LA PRIMERA REACCION POPULAR EN LA CIUDAD
› Por Eduardo Videla
Hace dos siglos, cuando la Argentina era apenas una ilusión, un episodio fue el disparador de lo que luego se constituyó en un país. La invasión de los ingleses a la ciudad de Buenos Aires fue posible gracias a la colaboración de un sector de la dirigencia local de la época. Y también dio pie a la primera rebelión popular en estas pampas. ¿Fue una insurrección espontánea de los sectores populares o promovida por la elite porteña? ¿Por qué se defendió a un imperio para rechazar la dominación de otro? Página/12 hizo éstas y otras preguntas a historiadores, que, desde distintos puntos de vista, coincidieron en considerar estos hechos como la semilla de la revolución que vino después. La conformación de las milicias armadas, integradas por gauchos mal pertrechados y peor vestidos, por abogados y hasta por esclavos, fue la piedra fundadora de las fuerzas que libraron la guerra anticolonial. Hoy se cumplen 200 años del desembarco británico en Ensenada, que dio comienzo a la primera invasión. Durante 48 días se conmemorarán los hechos más relevantes esa gesta, conocida como la Reconquista, que culminó el 12 de agosto con la rendición de las tropas británicas (ver notas aparte).
“Nuestra historia divulgada nos ha convencido de que la heroica resistencia de los pobladores fue unánime. Pero eso fue cierto sólo para algunos de la ‘clase decente’, como Liniers, Pueyrredón y Alzaga, y será realmente auténtico en la reacción de la plebe, los humildes de la ciudad y las orillas, que es la que expulsó a los invasores británicos”, destaca el historiador y escritor Pacho O’Donnell.
“La gente no salió a la calle porque sí –sostiene desde otra perspectiva Liliana Barela, directora del Instituto Histórico de la Ciudad–. Salió porque alguien la movilizó: en ese momento, los comerciantes que vieron afectados sus intereses. Y las milicias que formaron, hay que reconocer, surgieron con un tinte democrático, porque la propia milicia elegía a su jefe.”
Para el historiador Luis Alberto Romero, “lo más destacado de esos episodios es su sentido popular, la movilización que hubo al final de la primera invasión y sobre todo entre la primera y la segunda, producto de la formación de las milicias”. Lo que generó la invasión, dice, fue sobre todo un movimiento de militarización del pueblo. “Fue la primera incorporación de los sectores populares a la política convocados por la elite: los jefes de los regimientos eran gente de la elite, como Saavedra y Pueyrredón”, agrega.
Por aquellos años, Buenos Aires tenía apenas 40 mil habitantes. En 1806 prácticamente no tenía ejército que la defendiera, apenas unos reservistas españoles, y eso lo sabían bien los británicos, merced a la labor de los espías que habían infiltrado entre los porteños. También conocían la existencia de un abultado tesoro, producto de la recaudación acumulada que no había podido ser remesada a España por la crisis en las comunicaciones marítimas. Esas fueron razones suficientes como para que las embarcaciones comandadas por William Beresford desembarcaran en el Río de la Plata, aún sin esperar el aval de la corona.
“La cuestión es que los ingleses vinieron a este lugar porque pensaban que iban a ser bien recibidos”, sostiene Lidia González, del Instituto Histórico porteño.
–¿Y fueron bien recibidos?
–Digamos que ni bien ni mal. Ellos sabían que acá no había organizada una defensa y que además, que por muchos iban a ser bien recibidos. De hecho hubo familias que los invitaron a su casa. Pero también hay noticias de cronistas de la época que dicen que en muchas pulperías, en lugares populares, cuando los ingleses iban a tomar algo eran agredidos y alguno que otro pasó a mejor vida.
Para Barela, hubo un detonante para la reacción armada y fue cuando Beresford dictó el decreto de libre comercio. “Ese decreto rompía el negocio de los contrabandistas y los grandes comerciantes. Eliminaba los impuestos a la importación de productos y liberaba también las exportaciones. Es muy duro pensar que se hizo por esto, pero es más creíble. En la Defensa, el héroe iba a ser Alzaga, que representa a los grandes comerciantes.”
Leales y traidores
Para Pacho O’Donnell, la actitud de la mayoría de los integrantes de la clase alta de Buenos Aires, españoles pero también criollos, fue obsecuente y colaboracionista (ver nota aparte).
“Hay cierta interpretación de la historia que pone como traidores a aquellos que fueron a hablar con los ingleses, como es el caso de Castelli”, dice Barela. “Es un momento de mucha confusión: ¿traidor a quien es el que va a hablar con los ingleses para ver cuánto podrían ayudar a la independencia?”.
Lidia González recuerda una frase que Belgrano les dice a los ingleses: “El amo viejo o ninguno”. “Lo dijo cuando Beresford, nombrado gobernador, llama a jurar por la bandera británica, y Belgrano, que está al frente del Consulado, evade esta situación, se ausenta del lugar y evita jurarla.”
Entonces, ¿fue una rebelión popular o una acción impulsada por la elite? Para Aurora Ravina, titular del Departamento de Historia del Colegio Nacional de Buenos Aires e investigadora del Conicet, fue un poco de cada cosa. “Es que la flota inglesa incautó los barcos mercantes que estaban en el puerto, que pertenecían a las familias Alzaga y Pueyrredón, que justamente iban a ser los líderes de la Reconquista y la Defensa”, recuerda. “Al principio hubo una negociación con los ingleses: le ordenaron al virrey Sobremonte, entregar el tesoro que se había llevado –no porque se lo robara, sino porque tenía órdenes de protegerlo de los británicos–, a cambio de que devuelvan los barcos. Así y todo, les devolvieron sólo una parte”.
“Es cierto que los ingleses no eran bien vistos por la población de Buenos Aires. Eso lo aprovecha la elite para organizar a los milicianos”, agrega Ravina. “Ellos solos no podían y por eso movilizaron al pueblo, que les respondió.” Para la historiadora, no hubo alianza táctica entre los patriotas y los ingleses, sencillamente porque “el término patriotismo no cabía en ese momento y, en todo caso, lo local estaba representado por lo español, frente al inglés, el extranjero invasor. La posibilidad de liberarse de España no estaba en discusión todavía, sino más bien la probabilidad de deshacerse del virrey”.
Para Luis Alberto Romero, no hubo una alianza entre los sectores populares y la elite, simplemente, porque no estaban separados. “Las clases dirigentes locales eran sobre todo comerciantes españoles y algunos criollos. No hay que olvidar que el líder de la Defensa fue Martín de Alzaga, un comerciante español que después fue realista. Pero en ese momento no se hacía diferencia entre unos y otros: el español no era extranjero, a diferencia del inglés, que además no era católico. En 1806 la sociedad era hispano-criolla. Los españoles recién se van a considerar extranjeros después de 1813 o 1814.”
–¿Había quien miraba con simpatía a Gran Bretaña?
–En ese momento había infinidad de posibilidades. Era un mundo de cambios permanentes, Inglaterra estaba en guerra con España y luego fue su aliada. Lo mismo ocurría acá. Para algunos, los ingleses podían ser la herramienta para la independencia. Es difícil mantener alineamientos: si hasta Moreno fue aliado de Alzaga, que luego fue su enemigo. Son alianzas tácticas que no son muy diferentes a las de los políticos actuales –evalúa Romero.
El pueblo en armas
“La Reconquista de Buenos Aires se organizó con tropas que Liniers trajo desde Montevideo, pero también con las milicias mal vestidas y mal armadas que se armaron aquí, como los húsares”, sostiene Lidia González. Recién después de la victoria sobre los ingleses, cuando Liniers fue coronado virrey, se organizaron las milicias como los Patricios. “Que por otra parte, militarmente funcionaron bastante mal ya que fueron rápidamente dispersados por los invasores en la segunda Invasión. Ahí fue decisivo el papel de los vecinos desde sus casas”, agrega Barela.
“Las primeras milicias estaban conformadas por un grupo de gauchos que por todo uniforme tenían una cinta celeste y blanca en el pecho, los colores de la Virgen de Luján, ya que en esa ciudad Pueyrredón organizó a su tropa”, revela Ernesto Jauretche, secretario general de la Comisión del Bicentenario bonaerense, historiador por vocación más que por profesión.
Agrega O’Donnell que las milicias se formaron como resultado del fracaso de las tropas regulares al servicio del rey. “Las armas pasaron a poder de los ciudadanos que constituyeron las milicias, distribuyéndose de acuerdo con rasgos comunes: los Patricios, compuesta por quienes no vivían del comercio; los Arribeños, originarios de las provincias del norte; los Pardos y Morenos (organizados por castas), Gallegos, Montañeses, Miñones o Catalanes, entre otros.”
Para Romero –que se basa en los trabajos sobre el tema de Tulio Halperín Donghi–, estas milicias constituyen “un hecho excepcional en América: la formación de regimientos que discuten día a día lo que había que hacer y que eligen a sus propios jefes.”
Retirada y regresos
La invasión fue un acto de piratería con uniforme –como lo demuestra el robo del tesoro–, pero sobre todo, parte de un proyecto comercial y político de Gran Bretaña, que había experimentado su Revolución Industrial y buscaba mercados en todo el mundo. Habían tomado el Cabo de Buena Esperanza, posesión holandesa en Africa, y desde allí vinieron por Buenos Aires, una plaza fundamental para entrar en América del Sur. Eso justificó que no se dieran por vencidos e intentaran con una segunda invasión.
“En realidad, la primera y la segunda fueron casi la misma porque los ingleses no se fueron del todo –dice Lidia González–. Pero entonces encontraron una ciudad preparada, había acantonamientos en distintos puntos de la ciudad para esperar al enemigo.” “En ese momento la ciudad tiene 40.000 habitantes y 7000 efectivos. Ya es una ciudad militarizada”, agrega Barela.
En esa ocasión, destaca Lidia González, la ciudad se convirtió en un arma más. Se basa en una declaración del comandante Whitelocke, jefe de las tropas invasoras, en el juicio que le hicieron en Londres: “La rara construcción de las casas, sus azoteas construidas por parapetos y otras circunstancias que favorecían mucho su defensa hicieron que de ningún modo expusiera las tropas en una contienda tan desigual como la que se presentaría al entrar en una plaza tan grande como Buenos Aires, cuyos habitantes estaban todos preparados para defenderla”.
En esas casas se acantonaron los milicianos, apoyados por los habitantes que, desde las azoteas atacaron a los invasores con piedras y agua caliente, descartado ya el mito del aceite hirviendo, cuyo costo era prohibitivo hasta para defenderse de un invasor.
“En rigor, es la primera vez que los habitantes de Buenos Aires sienten que son invadidos –analiza González–. En el interior, las poblaciones originarias sintieron la invasión de los españoles y en muchos casos la resistieron. Pero acá, cuando llegaron los españoles, los aborígenes escaparon”.
Terminadas las escaramuzas, en Buenos Aires quedaron muchos de los ingleses invasores. “A algunos los confinaron. Algunos se casaron con señoritas criollas. Hubo profesionales que se quedaron porque les interesaba estar en este lugar. Uno de ellos fue Alexander Gillespie, un viajero y cronista a cuyos textos recurrimos para reconstruir la época”, dice la directora del Instituto Histórico, que está a punto de editar dos libros sobre el bicentenario de las Invasiones, destinados a los docentes y las escuelas.
La historia demostró que a Gran Bretaña no le hacía falta una invasión para poder hacer negocios en esta tierra. También porque mantener una colonia era muy caro, la vía política les abrió las puertas para los empréstitos, las inversiones en ferrocarriles y los negocios con las carnes. Una historia conocida, otra historia.
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