› Por Sandra Russo
Tenía que escribir una columna después del partido, en eso habíamos quedado, pero sucedió algo increíble: me quedé dormida. Frita. Es el riesgo que una corre cuando mira el partido sola, y nadie se ocupa de recordarnos que está jugando Argentina y una lo que mira es un plomazo, encima comentado por Bilardo, que es desesperante.
Me resistí hasta el entretiempo, pero la verdad, lo que veía era mexicanos por todas partes, y ese gol a los cinco minutos lo único que hizo fue descorazonarme, porque no parecía una casualidad sino el resultado de una imprecisión neurótica argentina. Escuchaba a Bilardo: ¿por qué Saviola no ocupaba el lado izquierdo? ¿Por qué Riquelme no armaba en el medio? ¿Y Sorin? ¿Por qué dejaba que avanzaran a sus espaldas? Aclaro que no tengo la menor idea de lo que estoy diciendo. Bilardo me taladraba la cabeza con ese tipo de preguntas mientras el placer del texto no aparecía. El texto que escribían los once jugadores era más bien un borrador tachado. Ver ese partido era para fanáticos con voluntad de reserva moral, descripción que por lo visto no me cabe. Me dormí y me desperté en el tiempo suplementario. Supuse que las cosas estaban que ardían. Se ve que no estoy para grandes tensiones. Me volví a dormir pero con culpa, porque me desperté al rato, gritando: “¡gooooool!”, pero el gol ya había pasado, porque lo que había en la pantalla era un periodista haciéndole preguntas a Crespo.
Las bocinas ya aturdían ahí afuera. El Obelisco empezaba a poblarse. El rito de la victoria no dejaba a miles sin su paseo de sábado lluvioso y embanderado, alguien en la televisión nombró a Tevez. Me pregunté: ¿pero Tevez estaba?
Agradecí en silencio no estar obligada a escribir nada más allá de mi real percepción al respecto. A juzgar por mi siesta, y mi abrupto despertar gritando gol, debo entrar en la categoría de hinchas con baja tolerancia al estrés y poco estómago para el mal fútbol. Pero además soy argentina, porteña y analizada, de modo que no me permití dejar en banda, en la vigilia, al equipo de mis amores, así que aunque no me acuerdo, debo haber soñado con ese gol que grité. ¿No es un colmo argentino, porteño y analizado quedarse frito y soñar el resultado en lugar de quedarse alentando como Dios manda? No sé, no sé, el lunes voy a hablar de esto en terapia.
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