A medianoche se abrió el santuario de Liniers para los fieles, que llevaban diez cuadras de cola. Algunos calculaban que el número de asistentes era menor este año. Otros, que se mantenía.
“Desde que venimos las cosas nos van mucho mejor”, se convencía María Eva, que lleva trece años consecutivos visitando en su día a la figura de San Cayetano en la parroquia de Liniers. Ella, junto a dos amigas también habitués del santo, esperaban en sillas playeras a la cero de hoy para pasar algunos segundos frente a la imagen del patrono del pan y del trabajo. Aguardaban para contemplarlo, pedirle y agradecerle, y así cumplir con la cuota anual de devoción. Alrededor del trío de señoras, los fieles, ordenados en una extensa fila, se acomodaban para evitar el frío de la noche. La espera había dado lugar a una suerte de mercado persa, donde se multiplicaban las ofertas de espigas con estampitas y velas, agua caliente, sandwiches y baños.
“Gracias a Dios nos ayudó mucho. A nuestros maridos y a nuestros hijos no les falta trabajo”, explicó María Eva sus motivos para la devoción. “Aunque siempre hubo mucha más cantidad de gente. Hubo años que llegábamos también al mediodía y estábamos a la altura de Vélez”, comparó a poco más de tres cuadras de la parroquia. A su lado, Beatriz Amalia y Sara, con menos experiencia en vigilias de San Cayetano, asentían con movimientos de cabeza. “Sí, hay bastante menos gente”, agregó Sara. “Vinieron menos a pedir y más a agradecer. Y vinieron menos por el frío”, señaló con seguridad de encuestador Beatriz.
El sendero de fieles empezaba en Cuzco 150, en la puerta de la iglesia. Continuaba hasta Bynnon, se extendía siete cuadras hasta Reservistas Argentinos y se estiraba por dos cuadras más hasta el estadio de Vélez Sarsfield. Más allá se veían varias cuadras extra de vallas naranjas que colocó el gobierno de la ciudad y que esperaban volverse útiles más entrada la noche.
“Yo hace ocho años que vengo y mi hermana hace quince, así que es la anfitriona”, contó a Página/12 Delfina, mientras entre risas señalaba a Aurelia, enfrentada en la ronda por la que circulaba el mate. Además había ido una amiga de las dos, Ramona, y el marido de Delfina, Juan Pablo. “Venimos porque, gracias a Dios, el pan y el trabajo nunca nos falta. Ahora vamos a ver, yo digo que entramos a la iglesia a las cuatro, pero mi esposo dice que recién a las seis”, comentó. Pero no quiso decir qué apostaron.
A un costado de quienes esperaban que comenzara el día del santo se acomodaban las mesas de los vendedores ambulantes sumadas a los comerciantes que tienen sus locales en la zona. Los rosarios de madera o con cuentas celestes, rosadas y blancas colgaban al lado de lamparitas de 40 watts. Las espigas con estampitas salían por dos a cambio de 1,50 peso. Las figuras de porcelana escapaban al bolsillo popular: 19 pesos. Los comercios de los alrededores ofrecían agua caliente y baños, en una oferta que terminaba por mezclar las necesidades espirituales con las fisiológicas.
“Desde Laferrere vengo –dijo Juan Carlos a una cuadra de la parroquia–. Llegué ayer (por el sábado) a las seis de la mañana. No sé los años que hace que vengo. Siempre agradezco, porque el trabajo es lo que nos mantiene vivos.”
Entre el humo de los calentadores y braseros que yacían esparcidos en la calle se podía distinguir el aroma de alguna vela perfumada y del mate cocido. El vaho era traspasado por los pregones: “¡A un peso cincuenta el pebete de jamón y quesoooooo! ¡Un peso lo’ llaverito’!” Y junto al murmullo de las charlas entre vecinos de espera se escuchaban las radios que largaban los relatos de la primera fecha del Apertura. Un parlante por el que se pedía “por la paz en Medio Oriente y por la ecología” completaba el pastiche sonoro.
“Vengo a agradecer porque tenemos trabajo y salud –explicó Olga, arreglada como para una misa de domingo–. Hace casi veinte años que venimos. Siempre digo que si el año que viene puedo, mientras me dé la salud, voy a venir. Y el frío de esta noche no es nada, hubo noches que llovió a cántaros. Pero nos aguantamos: dicen que la fe mueve montañas.Siempre hay más gente, cada vez hay más.” A un costado, Angélica, que llegó desde Villa Albertina, no está tan segura sobre la concurrencia: “Ahora pareciera que no hay tanta, pero puede ser porque muchos mañana (por hoy) tienen que trabajar”, intentó conciliar.
Informe: Lucas Livchits.
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