SOCIEDAD › LAS FANS DE SANDRO FESTEJARON EL CUMPLEAÑOS DEL IDOLO
Las nenas dieron presente desde hace días, acampando, como todos los años, en la puerta de la casa de Banfield. Crónica de un amor que sale indemne del tiempo y la ley del mercado.
› Por Sandra Russo
“¿Qué tal, mis nenas?”, dice él a las cuatro de la tarde, y esa cuadra de Beruti al 200, en Banfield, estalla. Las nenas gritan y lloran. El sabe manejarlas, sabe llevar las riendas. “Shhh, callate, linda, dije silencio”, desliza cuando un grito le tapa la voz. Sandro está parado en una tarima rodeada de vallas, en la puerta de su casa, que está atrás del célebre paredón de piedra de unos cuarenta metros de largo. Las nenas obedecen a su papi. Porque estas nenas están inflamadas, están que arden.
“Es un placer muy grande volver a estar aquí, un año más, junto a ustedes. No quiero dramatizar pero pasé una operación difícil. Ustedes me hacen muy feliz”, dice Sandro, y ellas se menean, se tocan la cara, se frotan los ojos. El ritual del saludo de cumpleaños ha terminado. Nadie esperaba más. Ninguna nena esperaba más, porque una nena sabe que él es de saludar así, cortito, pero también sabe que una nena que se precie de tal habrá sacado número algunos días antes o habrá acampado en la vereda desde el lunes o el martes pasado para asegurarse de que cuando los demás se vayan ella se quedará en la cola de las privilegiadas, las que entrarán por esa puerta y serán abrazadas y besadas por Sandro para llevarse una fotografía. Y esa fotografía será, en la vida de esas nenas, histórica.
Toda la cuadra está llena de pasacalles de clubs de fans. Sólo algunos mencionan a Sandro. Casi todos se dirigen a Roberto. Entre esas fans y el artista hay lazos fuertes, abonados por muchos años de recuerdos. Este no es un amor planeado por Afo Verde, no es el resultado de un truco de los medios. Acá se ponen ovarios.
A Sandro esas nenas lo han querido la vida entera. El las ha acompañado a lo largo de su juventud y su madurez, y ahora que él cumple 61, muchas de ellas andan cruzando también esa frontera que las convierte en sexagenarias. Pero estas nenas no están para ir a jugar al bingo a un centro de la tercera edad. Estas nenas están en carrera, se humedecen, palpitan. “¡Chicas, agarrándose la bombacha que ya sale!”, grita una de ellas cuando parece que por fin Sandro saldrá de su bunker para hacerlas felices, una vez más.
Por un minuto contigo
Elsa es una hermosa mujer. Al pelo rubio le haría falta un baño de crema y una tintura, pero sus ojos celestes delineados en azul resplandecen mientras se banca las miradas. Todos la miran. No es para menos. Elsa está vestida de Barbie Princesa, creo yo cuando me choco con ella, y veo el falso satén del vestido largo que termina con puntillas. Todo es en rosa. Tiene un ramo de flores en la mano y un cartel con forma de corazón que dice: “Sandro, el amor que te tengo me lo voy a llevar a la tumba”.
Elsa viene todos los años disfrazada. Se vistió de gitana, se vistió de novia, se vistió de boxeadora, y hoy eligió vestirse “de Rosa Rosa”, explica. “Lo vi por primera vez a los 19 años, cuando él empezaba. Y lo amé. Y lo seguí amando toda mi vida. Disfrazarme es un regalo para él. Desde acá no me va a ver, pero como estoy disfrazada me van a hacer notas, y a lo mejor me ve por televisión”, explica, y cuando un hombre pasa por al lado con la extraña torta decorada con jamón y queso, Elsa se queja: “Pero por favor, ¿no van a traer nada dietético?”, como si la Rosa Rosa o la Barbie Princesa estuviera invitada a la fiesta en palacio.
Mirta viene desde La Boca y tiene colgada del cuello una foto gigante de ella con Sandro. Fue en el 2001 cuando la gracia se produjo: Mirta logró entrar, pero cuando estaba por hacerlo la emoción fue tan grande que decidió que tenía que ponerle forma, y se puso de rodillas para llegar hasta él. Cuenta que Sandro la hizo levantarse del piso y le dijo “si seguís llorando no podemos hacer la foto”, y ella se recompuso pero en la imagen se la ve puchereando mientras él la abraza paternal.
Por él yo dejo todo
Mirta tiene otra anécdota que, dice, le marcó la vida. Cuando se quedó embarazada de su primer hijo, el primer antojo que tuvo fue ir a ver un show de Sandro. Y cuando estaba en fecha para parir, el último antojo también fue ir a ver un show de Sandro. Esa noche ella no podía hacer la cola entera, y el azar la puso a la vista del ídolo, que entraba en su auto y la llamó. La hizo subirse. “Vos no podés estar así acá, mami”, le dijo. Y Mirta, con sus nueve meses de embarazo, disfrutó de una hora de esa bendita compañía, y de un tarareo de Rosa Rosa para ella sola. “Lo amo, lo amo, lo amo, en mi casa tengo fotos de él en todas partes. Es lo primero que veo cuando me despierto y lo último que veo antes de dormirme. Tengo una foto de él hasta en el baño. Yo quería ponerle Sandro a mi hijo, pero mi marido no me dejó. Viste cómo son los hombres.” ¿Cómo son los hombres?, le pregunto a Mirta, porque tal vez ella me pueda dar alguna buena pista. Y ella contesta, ya no risueña, ya no divertida: “No entienden. Esto es amor, amor. Si él me llega a necesitar, si existe la oportunidad de que deje todo para cuidarlo a él, yo dejo todo. No tengo ninguna duda. ¿Dejarías a tu familia por él?, me preguntan. Claro que sí, claro que dejaría todo. Esto es amor”, repite, como aferrándose no a una palabra sino a una balsa en la que, quién sabe, podría salvarse.
En la cuadra hay de todo, pero las nenas son inconfundibles. Llevan vinchas, sombreros, las caras pintadas con su nombre, fotos viejas, carteles. Son mujeres de vidas a todas luces difíciles, mujeres trabajadoras o amas de casa que cuando eran jóvenes se abonaron a un sentimiento que Sandro fue alimentando a lo largo de los años. “Es un señor”, repiten. “Cuando él habla, te eleva”, describen. En la pared de la casa, al costado de la puerta por la que saldrá él, una de ellas pegó un cartel que dice: “Prefiero un minuto contigo a una eternidad sin ti”. Y es que es eso lo que pasa en esta cuadra entre estas nenas y su amor: Sandro es para ellas la parte de la vida en la que ellas ocultaron, preservaron una edad de oro en la que la pasión gana el partido.
Cuando a las cuatro de la tarde él sale y les habla, sus caras se transforman y son de verdad nenas que lo adoran. Y él, que carga con sus 61 y su enfermedad pulmonar, también rejuvenece y es el hombre que encarna para estas mujeres lo mejor y lo más intenso de la masculinidad: él pone límites, pone reglas de juego. Marta entró hace unos años a sacarse la foto con él después de haber acampado tres días. ¿Y cómo es la casa?, le pregunto ingenuamente. “Ah, no, mirá que te va a hacer pasar a la casa. Su casa es sagrada. Vos entrás por esa puerta y hay un jardín y las fotos se hacen ahí. De la casa no se ve nada. El nunca quiso mostrarla y eso hay que respetárselo. Vos respetás a la persona que querés.”
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