Hace nueve años, una docente llegó para escolarizar a los doce niños de Piedra Trompul, una comunidad mapuche de Neuquén. Así comenzó a gestarse la escuela que se inauguró el viernes. Cinco maestras, una de ellas mapuche, dan clase a 40 niños.
Desde San Martín de los Andes
Los días de Ana comienzan temprano. Después de despertarse y levantar a sus dos hijos emprende una larga caminata. Es un andar por caminos sinuosos, de ripio, barro, que en días de lluvia se tornan complicados. Pero Ana y sus hijos lo hacen de lunes a viernes, caminan 8 kilómetros para llegar a la escuela 337 de Piedra Trompul, a unos 30 kilómetros de San Martín de los Andes, Neuquén. A unos mil metros por sobre el nivel del mar, la escuela está en medio de la comunidad mapuche Cayún y allí asisten 40 alumnos mapuches. El viernes comenzaron las clases en su nuevo edificio, bordeado por picos blancos y lagos cristalinos. Por las intensas nevadas y el crudo invierno, el ciclo lectivo es desde septiembre a mayo. Pero esta no es sólo la historia de Ana, sino la de otras decenas de familias y de las cinco docentes, que junto a Ana, que es portera, llegan a este lejano paraje para dar clases y tratar de que sus alumnos conserven sus raíces.
“La lucha para que exista hoy esta escuela comenzó en 1997 y fue acompañada siempre por la comunidad”, relata Elsa Arrain. Esta mujer de gestos suaves se emociona cuando habla de la escuela. Es que ella está desde el origen, época en que era docente de los primeros alumnos.
Todo empezó siete años atrás, cuando un agente sanitario llegó a ese paraje y detectó chicos sin escolarizar. Eran doce alumnos en ese entonces y las clases empezaron en la casa de Florentino Cayún, lonko (líder) espiritual de la comunidad. Una parte de su vivienda, una cabaña de madera construida con árboles de la zona, la destinó para que los chicos aprendieran. Tiempo después, las clases fueron en otra casa y luego pasaron a darse en un centro comunitario cercano. Tampoco era lo ideal, entonces comunidad y docentes solicitaron que se construyera una escuela. El sueño se les cumplió esta semana.
Hoy Elsa es la directora y, junto a cuatro docentes más, una de ellas mapuche, llegan a diario a esta escuela rural de alta montaña en medio del Parque Nacional Lanín. Vienen juntos y comparten sus autos. Cuando llueve dejan sus vehículos a un kilómetro y caminan cargados de libros y carpetas, además de los alimentos para sus chicos. “Uno se engancha con las necesidades de la gente, por eso lo nuestro no es netamente pedagógico, sino que es asistencial”, remarca Elsa.
La escuela hoy tiene nivel inicial y primario. Las edades de los chicos son variadas y se dividen en tres aulas. La misma comunidad, integrada por 120 pobladores, ayudó a levantarla. Sólo hay clases por la mañana y comienzan después del desayuno. Al mediodía almuerzan y vuelven a sus hogares, donde los espera el cuidado del ganado y el cultivo de frutillas y verduras. Muchos de ellos no tienen electricidad en sus casas.
“Para mí es un sueño que ellos sean alguien y que tengan una profesión”, señala Ana, que ayuda en la cocina. Maxi es su hijo. Tiene 11 y va a cuarto grado. “Me gusta estudiar y lo que más disfruto es educación física y aprender el idioma mapuche”, dice él. Cuando vuelve de la escuela, hace la tarea y cuida a sus animales. “A mí me gustan los números, me gustaría ser maestra de jardín. También me gusta el mapuche para hablar”, dice Teresa, de 8, que juega con Calfu, que quiere decir azul en mapuche.
La comunidad Cayún posee los títulos de las tierras en las que viven hace cientos de años, aunque no tantas como las que realmente les pertenecen, según cuentan.
“Con mis manos ayudé a construir esta escuela”, relata Patricio Cayún, lonko de la comunidad. También se aflige al mencionar que “estamos perdiendo nuestro futuro porque los jóvenes se tienen que ir al pueblo para trabajar”. Por eso es que están tratando de levantar un camping.
“El idioma lo hablaban sus abuelos, pero los chicos no lo conocen, por eso se quiere recuperar desde la escuela”, comenta la maestra de jardín, Laura Cara. “Nosotros vamos aprendiendo con ellos.” Para Elsa “esto es parte de la educación intercultural, en la que no domina ninguna cultura”. A pesar de esto, Patricio Cayún insiste en que “queremos tener nuestros propios docentes” y recuerda que ellos también se formaron en escuelas públicas. “Nosotros teníamos una idea de escuela más natural, más conectada al medio ambiente.”
Enseñar el idioma a los chicos es la tarea que lleva la profesora de lengua mapuche, Delia Mena, que es parte de otra comunidad, la Cayulef. Junto con la lengua, los chicos aprenden su historia. “C‘MEI TAM‘N C‘PAN” (Bienvenidos en mapuche), se anuncia a la entrada de la escuela que se preparó para recibir al ministro de Educación de la Nación, Daniel Filmus, quien llegó para inaugurar el ciclo lectivo 2006 y el nuevo edificio.
En esta escuela y distinto de lo que se puede encontrar en cualquier otra, los alumnos y Delia llevan alrededor de su cuello o en su frente un chailonko, una especie de collar tejido. “Nuestros abuelos nos enseñaron que en él está la vida, la sabiduría, el consejo, la cosmovisión. Nos lo ponemos porque nos da la fuerza y la sabiduría de nuestros mayores. Nuestros abuelos tenían dolor de cabeza porque nos quitaron el territorio y todo eso lo representaron en el chailonko.”
Informe: Maria Sol Wasylyk Fedyszak.
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