Dom 17.09.2006

SOCIEDAD  › DONALD MAC PHERSON, ESPECIALISTA CANADIENSE EN REDUCCION DE DAÑOS

“El uso de drogas debe ser una cuestión política”

En Vancouver estuvo al frente del programa más exitoso de reducción de daños del mundo, que logró bajar el consumo a niveles mínimos. Aquí, explica cómo lo logró. Una de sus principales recomendaciones es la creación de lugares para que los adictos se junten aunque no dejen de consumir.

› Por Cristian Alarcón

Heroinónamos que se inyectan en las calles, un crecimiento explosivo de las sobredosis, epidemia de sida y hepatitis C y el aumento de los robos. Ese era el panorama en la Vancouver sitiada de fines de los ’90. Donald Mac Pherson, coordinador de Políticas de Drogas de ese gobierno local, estuvo al frente del más exitoso programa de reducción de daños del mundo. La escena de la ciudad canadiense mutó hasta reducir el impacto de los consumos a niveles mínimos. De visita en Buenos Aires para participar del IV Conferencia Nacional sobre Políticas de Drogas organizado por la Asociación Intercambios en la Cámara de Diputados, Mac Pherson desgrana en una conversación con Página/12 los cambios que los canadienses produjeron para abordar el problema. Al tanto del éxito y la masividad del consumo de pasta base de cocaína o paco en la Argentina, comienza por recomendar que se creen programas de contacto con los adictos en la calle y lugares para que pasen su tiempo, aunque no dejen de consumir. “Aunque los programas de contacto son importantes, si no se conectan con empleo, educación y vivienda no sirven de nada”, aclara.

–¿Cuáles eran las posiciones al comienzo de su gestión?

–Un grupo muy amplio de la comunidad quería desarrollar y ampliar el trabajo de reducción de daños. Otra gente pensaba que el sistema judicial no estaba funcionando bien porque los jueces no estaban metiendo presa a la gente. Pero el momento clave fue cuando el jefe de los jueces de instrucción de la ciudad informó que hubo 400 muertos en British Columbia –el estado provincial– y 200 en la ciudad de Vancouver. El habló con doctores, ONG, la policía, familiares, prisioneros, usuarios de drogas y dijo que en lugar de gastar dinero en la Justicia criminal deberíamos gastarlo para crear servicios de salud para usuarios.

–¿Que pasó tras el informe?

–Al principio no pasó nada. En ese entonces yo todavía dirigía un centro comunitario en medio del escenario de drogas. Durante cinco años siguió muriendo mucha gente de VIH, aumentaba la movilización de la comunidad de los dos lados. El alcalde de Vancouver comenzó a involucrarse mucho con el tema. Pasé entonces del centro comunitario a la alcaldía y la meta fue que el uso de drogas fuese una cuestión política, ponerlo en la agenda política. Volvimos a ver el informe y quedó claro que nada ocurriría hasta que los políticos no asumieran el tema. El liderazgo político es muy importante.

–¿Cómo lograron imponer esta visión?

–Argumentamos que la policía no podía hacer más, incluso no siendo corruptos y queriendo hacer algo, sin que todos los usuarios que se drogaban en la calle accedieran a algún tipo de programa. La idea era cambiar el comportamiento en la calle.

–En Buenos Aires la escena ocurre en los guetos pobres. ¿Se pueden aplicar estas políticas en las villas miseria?

–Sí, seguro, pero el problema de drogas en nuestro contexto es un pequeño síntoma de problemas mucho más amplios. A pesar de eso se puede hacer reducción de daños, trabajo de acercamiento en calle, pero debería no recortarse el tema a drogas, sino ampliarlo al desarrollo social, el empleo, cuestiones más estructurales. Lo mismo es en Vancouver. Tenemos un servicio para que la gente se pueda inyectar en forma supervisada, y eso está bien, pero no es todo.

–Ustedes buscaron respuestas en las experiencias internacionales. ¿Qué otras escenas hay que observar?

–Los europeos entendieron que siempre un pequeño porcentaje de la población estará comprometida con el tema de las drogas. Y que eso no va a cambiar. Así que para reducir los daños han decidido invertir más dinero en mejorar la salud de ese pequeño sector. Ellos aceptan que la gente va a usar drogas, y que la mayoría no va a tener problemas.

–¿Cómo es entonces ese abanico de estrategias en Canadá?

–Comenzamos por programas en la cárcel. Si no hay servicios en la cárcel todo será peor cuando salgan. Por eso hay tratamientos especiales dentro de la prisión. Por supuesto, es importante la distribución de jeringas, pero sobre todo crear un lugar para ir, no para usar drogas, sino simplemente para que los consumidores puedan estar.

–¿Cómo son estos sitios?

–Los staffs son pares de los adictos, trabajadores sociales y comunitarios. Lo más importante es que es un lugar para que los adictos vayan. No hay necesidad de ser entrevistados. Los servicios que incorporamos reconocen que la gente continúa usando drogas. Antes todos obligaban a dejar de usarlas. Ahora eso no es una obligación. También creamos lugares para dormir y programas que para mejorar las viviendas. La idea es que el adicto se conecte con todos los servicios que da el Estado.

–Si aquí el gobierno crea lugares para que vayan los adictos al paco, por ejemplo, es probable que los vecinos reaccionen en contra.

–Fue exactamente así en Canadá. Por eso es que son tan importantes los políticos. Hubo una gran pelea cuando abrimos el servicio. Los vecinos dijeron: ¿cómo pueden apañar así a los drogados? El municipio les dijo: “Entendemos que estén preocupados pero creemos que es importante. Les vamos a dar una autorización para operar por dos años. Vamos a crear una comisión que conocerá y evaluará cómo funciona. Ustedes pueden venir y dar su opinión. Si hay problemas vamos a tratar de enfrentarlos. Si todo lo que ustedes temen sucede, vamos a sacar estos centros”. Cuando hicimos esto los problemas desaparecieron. El gobierno tiene un poder. Los vecinos deben tener un espacio para exponer sus problemas.

–Entrevisté a una madre de dos chicos muertos por el paco que pide ayuda porque cree que sus hijos más chicos también pueden morir. ¿Qué debería hacer el Estado con ella?

–¿Existen en Buenos Aires, en esos barrios, lugares para que los jóvenes vayan? ¿Existen lugares de internación de fácil acceso? Porque si no existen, estamos en graves problemas. Nosotros creemos que lo que hay que hacer es fortalecer las capacidades de una comunidad. Una mujer como ella debería ser un motor de cambios. Tenemos historias similares en Canadá. Es difícil lidiar con esto. No hay una respuesta fácil para esa pregunta. Usaría la situación para visibilizar la necesidad de crear servicios para los jóvenes.

–¿Cuánto tuvieron de presupuesto antes y después?

–Al comenzar hicimos un cálculo que era que necesitaríamos cien millones de dólares canadienses, unos ochenta millones de dólares extra. Son muchas organizaciones de la sociedad civil las que reciben estos recursos extraordinarios. Esto debe medirse de acuerdo con lo que se ahorra al invertir. Por ejemplo, al prevenir un caso de VIH se evita gastar 250 mil dólares por año en la atención de esa persona. Es necesario de todas maneras un convencimiento más ideológico para otros servicios cuyo impacto es más intangible. Aunque los programas de contacto son importantes, si no se conectan con empleo y vivienda no sirven de nada.

–¿Es sólo un asunto de recursos?

–En Canadá hay gente que cree que, si tuvieran el número suficiente de camas de tratamiento de drogas, con eso se resolvería el problema. Pero la verdad es que podés tener miles pero es un problema de la sociedad que no se resuelve sólo así. Hay una tensión entre tener los recursos suficientes y tratar los temas sociales más estructurales. Por ejemplo, programas de trabajo que capaciten a los usuarios de drogas para que desarrollen habilidades para ingresar al mercado.

–¿Cómo fue la estrategia para convencer a la ciudad?

–El mejor propagandista fue el propio alcalde, y el editor de uno de los periódicos locales que fue clave en abrir el debate.

–¿Qué recomienda para neutralizar el tráfico de drogas?

–Aunque lo único que podría funcionar es legalizar, preferimos no usar esa palabra. La gente enloquece cuando uno dice legalizar. Creen que se trata de vender cocaína en los kioscos. En realidad queremos pasar a un mercado de drogas bajo el sistema criminal de la prohibición a un mercado de regulación y control. Esas dos palabras son importantes: control y regulación para no provocar pánico social.

–¿Cómo regular entonces?

–Lo ideal es buscar regulaciones diferentes para cada sustancia. Es distinto el éxtasis de la cocaína, de la marihuana. El uso de drogas está enraizado en la cultura. Pero eso está cambiando como consecuencia de la globalización. Las sustancias están más disponibles en distintos lugares. Las drogas de diseño nos llevan hacia nuevos escenarios. Hay sustancias más refinadas. Por ejemplo, si sos un violinista y tenés un concierto algo puede hacerte oír mejor. Eso ya existe. El uso de drogas cada vez ancla más en este mundo moderno globalizado y complejo.

–Otra de las tendencias globales parece ser las mezclas de drogas.

–Los dealers están mezclando sustancias e inventando. La demanda también tiene que ver. La gente sabe lo que quiere, especialmente las clases medias. Estamos hablando de clubes de drogas, como existen en Europa. Saben exactamente qué quieren conseguir. Todos somos diferentes, cada uno sabe lo que funciona en cada uno. En Estados Unidos hay una raíz, que es la maca, muy exitosa –se la conoce como el viagra natural–. El propio Redbull, como energizante. Es una época compleja en que la gente quiere estimularse.

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