Dom 07.07.2002

SOCIEDAD  › ECONOMIA, POLITICA Y REPRESION VISTOS POR LOS CHICOS EN LA ESCUELA

Composición tema: la crisis

En el jardín de una escuela de Moreno, los chicos dibujan a piqueteros y policías. En otra de Palermo, una nena teme tener que dejar la escuela porque su padre perdió el trabajo. La crisis, con toda su fuerza, entra a las escuelas y en cada caso las reacciones varían.
Maestros, directores y especialistas discuten cómo abordar estos temas en el aula.

› Por Horacio Cecchi

Primer caso: una cara, garabateada en lápiz, llora. Junto a ella, una figura con gorro azul y cejas “de malo” dispara balas sobre otro cuerpo, caído. Junto al rostro lloroso se lee “piquetero”. Junto al segundo, “policía”. No hace falta explicar de quién es el tercero. Abajo hay una firma: salita Verde, Jardín de Infantes, escuela Creciendo Juntos, Moreno. Segundo caso: “¿Y éste es bueno o es malo?”. La pregunta la hizo un chico de primer grado de primaria, en el Instituto Gascón, de Palermo. Se refería a Eduardo Duhalde. Tercer caso: “Este es un cartucho de Itaka. En los monoblocks está lleno. Todas las noches, la policía entra a los tiros”. Daniel, que vive en Fuerte Apache, señala en el mural confeccionado por los alumnos de 7º de la Escuela 22, de Devoto, la foto del piquetero Santillán, asesinado por la policía. El dibujo, la pregunta y el mural podrían formar parte de un próximo manual de historia argentina. Pero es la actualidad del país tal cual la viven y perciben las blancas palomitas.
Hoy, la vaca ya no es tema de composición en las escuelas, sino de subsistencia. En algunas, el miedo a la desocupación es lo primero. En otras, que maten al papá piquetero. Un día después de la muerte de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, para la escuela Creciendo Juntos no fue un día cualquiera. Uno llega hasta el predio, a la vuelta de una mole que viene a ser el Carrefour de Moreno, y descubre las paredes tapizadas de murales diseñados por los alumnos. “Basta de violencia”, decía uno. “Nos sentimos enojados y tristes porque matan a las personas”, decía otro. “La gente quiere comer y crecer”, reclamaba un tercero, firmado por los diminutos de la salita Verde.
La escuela es peculiar, y sus peculiaridades no sólo se expresan tan a la vista como los murales. A la vuelta está esa mole, un exceso de alimentos, góndolas y cemento, y el 80 por ciento de los padres de los alumnos está desocupado y sus hijos hambrientos. “El 19 y 20 de diciembre, cuando empezaron los saqueos –dijo Cristina De Vita, directora del establecimiento–, algunos chicos salían corriendo, iban hasta el supermercado y volvían para contarnos lo que pasaba. Algunos decían, ‘yo estuve ahí’. Otros, ‘papá se llevó un pedazo de carne’. Hay mucho hambre en la zona.”
Creciendo Juntos es una cooperativa de padres y docentes. Aunque escuela privada, no se corresponde con la idea que habitualmente se tiene de una privada: los padres pagan 20 pesos de cuota y 5 pesos menos por cada hermano. Pero, “el 80 por ciento no puede pagarlo”, explicó Juan Giménez, maestro del tercer ciclo y representante legal (en la escuela todos ocupan una función). “Las familias hacen trueque –agregó De Vita–. Aunque la escuela recibe subsidios para los sueldos de los docentes, hay áreas que no están cubiertas. Por ejemplo, porteros, limpieza, asesora pedagógica, taller de plástica. Entonces, las mamás se van turnando para la portería, la limpieza, otros sacan fotocopias. Pagan su cuota de esa forma.”
La represión policial en Avellaneda produjo su impacto. Al mediodía se reunieron 30 padres en la puerta, una asamblea espontánea con necesidad de hablar del tema. “No somos maestros del hambre ni de la desocupación –dijo Giménez–. Son los padres los que saben y hay que escucharlos.” Ese día los alumnos más chicos fueron elocuentes: tenían miedo. “Los piquetes son una realidad en esta zona. Participamos en algunos –explicó De Vita–. Para los chicos es un tema familiar recurrente, y decidimos acompañarlos. Pero no hubo violencia.”
Teresa Acosta, directora del jardín de infantes, agregó: “No es que todos pensaban lo mismo. Acá, por más pobreza que haya, también hay diferencias. Los chicos ven por televisión lo que pasa y después lo reflejan. Algunos también decían que lo de los piqueteros estaba mal, otros que tiene que volver Menem. Repiten lo que escuchan en la casa”. “Tratamos de desmenuzar esos discursos –describió De Vita–, reflexionar sobre lo que dicen, y llegar a una conclusión.” El resultado, al día siguiente, fueron losrostros garabateados por la salita Verde, los murales confeccionados por cada grado y la participación de padres e hijos en la marcha.
Composición tema:
Papá trabaja
El primer día de clases del 2002, Roberto Cerezo, director del Instituto Gascón, de Palermo, decidió incorporar en su discurso una innovación: “Con el corralito, nos vamos a tomar un recreo –dijo, medio en broma, medio en serio–. No vamos a hablar de él”. “¡Biennnn!”, se escuchó vitorear a los alumnos. “Algunos padres también se plegaron y aplaudieron”, dijo Cerezo. “Lo del corralito fue muy abrumador. Un barullo que los chicos tenían que codificar. Tratamos de preservar un poco a la escuela. La mayor parte de los padres está muy politizado y los hijos, muy informados. Vienen con mucha carga, y a veces buscan en la escuela una isla, un lugar para ser chicos. Tampoco se puede negar la realidad. Hacemos trabajos solidarios, juntamos ropa, saben para qué es, saben que muchos la necesitan, pero tratamos de no meter el dedo en la llaga.”
La realidad de los chicos del Gascón es diferente a la que viven en Moreno. Pero es la realidad que tienen a mano. En este caso, los fantasmas pasan, especialmente, por la amenaza de la desocupación. “Es el problema más grave –sostuvo Cerezo–. Una nena andaba muy mal, le terminó pegando a otra. Averiguamos un poquito y resulta que el padre se había quedado sin trabajo, y ella pensaba que no iba a poder venir más a la escuela. Tienen miedo de terminar viviendo en una villa. Nosotros les explicamos que no se pierde todo, que está la educación recibida, que de alguna forma se van a arreglar, que a lo mejor se quedan sin Internet o sin el cable.”
La pérdida del espacio propio impacta. Especialmente el fantasma que sobrevuela las cabezas de chicos de clase media, de familias todavía en condiciones de emigrar. Dos casos paradójicos: “Una familia se fue a Paraguay –recordó el director–. Otra a Europa. Por diversos motivos, no pudieron adaptarse y volvieron. La necesidad de los chicos de recuperar a sus amigos fue manifiesta. El que viajó a Europa estaba de vuelta en Ezeiza a las 7 de la mañana, y a las 8 y cuarto estaba en la escuela. La mamá del otro llamó desde Paraguay. Preguntó si había una vacante, la única condición por la que emprenderían la vuelta”.
Cuando en octubre del 2000, Carlos Ruckauf ordenó la implosión del Nudo 8 de Fuerte Apache, en la Escuela 22, de Devoto, todos los chicos miraban hacia el cielo.
–¿Qué buscaban?
–El humo –respondió Mary Centroni, directora–. La mayor parte vive en Fuerte Apache. Todos tienen un pariente o un amigo que vivía en el Nudo 8. Algunos tuvieron que mudarse, viven en carpas en la provincia, y ya no pueden venir más acá. Ese día, los chicos venían a la escuela con un solo comentario: “Nos dejan sin casa”. Al día siguiente, obviamente, hubo que abrir un espacio para trabajar el tema: todos querían hablar, mostrar fotos, decir algo.
El corralito, en este caso, es un problema ajeno. Buena parte de los alumnos de la 22 caminan unas 30 cuadras hasta la escuela, porque no tienen dinero para viajar en colectivo. La perspectiva sobre la muerte de los piqueteros Santillán y Kosteki es particular, como también el registro que se tiene del uniforme policial. Nuevamente, la escuela tomó el desborde de información y escuchó a los alumnos: “Los piqueteros rompieron cosas”, argumentó Facundo. “Pero tiraban con palos y piedras, y la policía con balas”, respondió Ezequiel. El resultado, después de soltar todo lo que pensaban, fue un mural, realizado por los alumnos de 7º, con fotos y textos recortados de los diarios, y las palabras Paz, Trabajo, Justicia, pintadas sobre el pizarrón.
Composición tema: La vaca
En la escuela 30, Granaderos de San Martín, de Libertador al 4900, el problema es otro. “El año pasado teníamos 670 alumnos –describió su directora, María Cuenca–. Este año, más de 700. ¿Qué pasó? Son familias de una clase media muy castigada que no pudieron seguir pagando una escuela privada.” En la escuela se organizan talleres sobre solidaridad. “Se trabaja cómo ayudar al otro –aseguró Cuenca–. Siempre hay algo para dar aunque se tenga poco.” Los lunes es el día en que más se nota la crisis. “Ese día, los chicos vienen más angustiados”, dijo Cuenca. ¿Qué cambió? Las salidas de fin de semana ya no son lo mismo que eran. No más cine, no más compras. Basta con un paseo. “No pueden comprar, cuidan los elementos, si se va a hacer una excursión y sale dos pesos, lo piensan dos veces.”
“Los chicos, ahora, hablan del hambre”, señaló Beatriz Lafaci, de la escuela Almafuerte, la número 8, de Boedo. “Es de jornada simple. Antes, los chicos se llevaban el refrigerio a la casa. Ahora se nota que muchos vienen a comerlo a la escuela porque no comieron en su casa.” El año pasado, en la Almafuerte había 350 alumnos. “Ahora hay muchos más –dijo Lafaci–. Pero la cantidad de padres socios de la cooperadora bajó de más de 200 a menos de la mitad. No tienen para poner 5 pesos.”
Hace cuatro días, una nena de cuarto grado participó de un trabajo solidario en la escuela. “Había que traer un alimento para la carpa blanca que hay en el barrio. La nena le dijo a Cristina, la maestra: ‘Siempre es bueno dar, pero cuando uno no tiene...’. Cristina le preguntó por qué lo decía. Y ella le contestó: ‘Pude traer sólo un paquete de polenta’. El hermanito de primero lloraba porque la hermana no traía nada. Para un chico de cuarto o uno de primero es muy fuerte. Ahora, algunas mamás están trabajando en las escuelas. Hacen tres horas para la limpieza y se llevan 150 pesos. Cuando abrimos la lista, había una cola que no terminaba nunca.”
“Nosotros tenemos, como proyecto educativo, la recuperación de los valores, entre ellos, la solidaridad –dijo Lafaci–. Siempre colaboramos con escuelas, hogares de niños. Pero ahora estamos tomados muy de cerca. Tenemos el Roperito, que armamos con lo que los chicos ya no usan. Ahora no da para mandarlo afuera. La ropa la necesitan acá.”
Sobre Ramón Falcón al 4100 se levanta la Escuela 2, de Floresta. Sus chicos y docentes están cruzados por una realidad cotidiana: para entrar o salir deben pasar delante del ex campo de concentración El Olimpo. El proyecto educativo de la número 2 es la memoria. “Se trabaja con testimonios escritos, películas y libros. Tuvieron acercamientos al Nunca Más, vieron La historia oficial –explicó la directora, Evangelina Morales–. El 8 de julio vamos a hacer talleres con los papás, como actividad incorporada al acto por el 9 de Julio.”
El tema: ¿Somos independientes?

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