Jue 19.10.2006

SOCIEDAD  › UN PEDIDO DE EUTANASIA QUE CONMUEVE A ESPAÑA

“Estoy harta de vivir así”

Una mujer de 51 años que tiene una enfermedad progresiva desde los 11 pidió que le apliquen una inyección para paralizarle el corazón. El caso reavivó el debate sobre la eutanasia en España.

Una mujer de 51 años, Inmaculada Echevarría, solicitó por carta a la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) ayuda para acabar con un sufrimiento que empezó cuando tenía 11 años. Desde entonces sufre una distrofia muscular progresiva que ahora la condena a una cama y a vivir atada a un respirador en un hospital de Granada.

Desde los 30 años su inmovilidad es prácticamente completa. “Estoy harta de vivir así y de depender de todo el mundo. Quiero una inyección que me pare el corazón, una muerte digna y sin dolor”, asegura. “La de Ramón Sampedro me pareció cruel”, aclaró.

En la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) aseguran que bastaría con sedar a Inmaculada, que necesita el respirador para vivir, y desconectarlo, “un procedimiento que, aunque parezca similar a una inyección letal, es muy cotidiano y se usa a menudo con enfermos que están muy medicalizados”. Se trata de lo que se llama limitación del esfuerzo terapéutico, “algo convencional y asumido por los médicos. Sólo hace falta que en un momento dado un facultativo diga basta”, añaden.

La española Inmaculada Echevarría lleva muchos años deseando que eso ocurra. Tiene 51 y dice que desde los 29 lo tiene claro. “Es cuando me quedé peor de mi enfermedad y la vida dejó de tener sentido”, contaba ayer, tumbada en la cama del hospital de Granada en el que vive desde hace nueve años conectada al respirador. “No tengo fuerza ni para respirar sola”, afirma.

Miembros de DMD irán mañana hasta Granada para encontrarse con ella. “Yo quiero que me ayuden a morir sin dolor, que ya llevo toda la vida sufriendo. Que nadie se meta en mi vida, porque estoy en plenas facultades y soy libre. Sólo quiero una inyección que me pare el corazón”, explica. Asegura que a diario descubre “un sufrimiento nuevo. Cada día es más dolor, más vacío, más soledad, más silencio, más opresión”. Sus padres murieron jóvenes y ella apenas mantiene contacto con su único hermano, que vive en Logroño.

La enfermedad, distrofia muscular progresiva, por lo general congénita, se puede manifestar ya en la infancia. A ella le llegó con 11 años. “Fui perdiendo poco a poco movilidad.” Primero se paran las extremidades inferiores, luego los brazos. Ahora sólo mueve los dedos de la mano y de los pies y ha perdido la musculatura de lengua, cara y cuello. A pesar de ello, se le entiende cuando habla. Aunque lo hace bajito. En parte porque dice no tener energía para hacerlo más alto y en parte para que el personal del hospital no escuche su conversación. Cuando una de las enfermeras que la atienden entra en la habitación, Echevarría la mira de reojo y susurra: “Shhh, disimula”.

Haber hecho público su deseo puede complicar las cosas, pero la asociación DMD tratará de visitar a los médicos que la atienden. La mujer no tiene confianza en que vayan a acceder a su petición. “Aquí hay curas, frailes, médicos, y a nadie le parece bien”, cuenta. No lo habló con ellos directamente, pero algunos sospechan de sus deseos y le dijeron que no los comparten. “Pero a mí me da igual. Voy a seguir”, sostiene.

De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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