En 2003 asesinó, en Miami, a su ex mujer y a su suegro. Escapó y reapareció en Ituzaingó al frente de un almacén. Lo detuvo Interpol.
› Por Horacio Cecchi
Es cierto que en lo del Chileno el despacho de almacén era lerdo; según algunos, cuarenta minutos dicen que podía demorar cualquier pedido por su evidente torpeza, aunque parezca exagerado. Todo eso es cierto. Pero también hay que destacar que nadie se quejó jamás de esas facturas ni mucho menos del jamón cocido. Una joya dicen que eran. Y no es para menos. El Chileno, el Manu Barrientos, no es almacenero, ni chileno, ni se llama Manuel, ni Manu, ni siquiera Barrientos. Pero sí es joyero. Ayer, a eso de las diez y cuarto de la mañana, una delegación de Interpol lo fue a buscar a su almacén de la calle Clierment 612, de Ituzaingó, y se lo llevó puesto como el joyero Hugo Ramón Quesada, buscado por los mar-shals de Miami por el asesinato, en agosto de 2003, de su ex Maritza Xiques, y de Emilio Xiques, su ex suegro, y por el intento de homicidio de Nieves Xiques, madre de Maritza y mujer del finado Emilio. Al Manu se lo llevaron esposado ante un vecindario que fatigó sus ojos de sana curiosidad entre persianas, pero que no se animó a perder el sesgo incrédulo de ver al pacífico almacenero en milagroso trance hacia demoníaco joyero.
La sorpresa se la llevaron tanto Hugo Quesada y su actual pareja como también el barrio, al menos la cuadra de Clierment al 600, entre Gascón y Medrano. “Estamos a cuatro cuadras de la estación, pero esto es un barrio”, describió una vecina, ubicada estratégicamente en diagonal a la casona de estilo indefinido, en cuya planta baja se abre el almacén del Chileno y en su planta alta la vivienda que la pareja venía reformando a todo vapor desde su instalación.
Los Quesada, perdón, el Manu Barrientos, se había instalado en el lugar hacía poco tiempo. Un sello con la inscripción en Rentas de la provincia, pegado contra la vidriera, databa como fecha de inicio el 4 de julio de 2006. Un recorte de cartulina naranja, también en la vidriera y con letra manuscrita, indicaba los horarios de apertura y cierre, con un formato AM y PM que le daba un raro acento american way, que cualquier curioso trasnochado habría confundido erróneamente con costumbres foráneas, pero jamás con el verdadero origen: los horarios de Miami. Para Quesada, el modo AM-PM era tan sólo un fallido de su inconsciente, vapuleado tras tres años de fuga.
La historia policial, antes de que su rostro apareciera como wanted por los marshals del país del norte, indica que Hugo Ramón Quesada, de 49, era un conocido joyero argentino en Miami, que en 2001 había sido condenado por robos y estafas a joyeros en La Florida. Después de cumplir con la ley, retornó a Estados Unidos a fines de julio de 2003 con una visa de quince días, para intentar reconciliarse con su ex, Maritza, de 29.
El 10 de agosto de ese año, la visitó en su casa del Country Walk, en Miami, donde la mujer vivía con las dos hijas de la pareja. Allí, después de discutir, la asesinó asfixiándola y ocultó el cuerpo en un placard. Después, llevó a las dos niñas a la casa de otra hija, que había tenido en otro matrimonio, con quien las dejó avisando que las pasaría a buscar después. Se dirigió entonces a lo de sus ex suegros. A Emilio lo asesinó del mismo modo que a su hija. Y atacó con un cuchillo a Nieves Caridad, esposa de Emilio. El cuerpo del hombre fue hallado, varios días después, en un taller de herramientas de la vivienda. La que dio el aviso fue Nieves, a quien el joyero había dado por muerta y que pidió auxilio al 911 con un puñal todavía en la espalda.
La mujer fue internada de inmediato en una clínica. A los investigadores les llamó la atención que nadie pasara a visitarla con el correr de los días y empezaron a investigar. Fue entonces cuando descubrieron el cuerpo de Emilio y el de Maritza.
Para entonces, la ventaja había resultado decisiva. Quesada había partido con sus papeles en regla hacia México. Desde allí, pasó por un país centroamericano (ver más abajo), más tarde, a Chile, y desde allí, ya constituido chileno y almacenero, se instaló en Ituzaingó.
“Nosotros nada, solamente de ir a comprar facturas cada dos por tres –describieron en la remisería Amancay, sobre Clierment pero al 500, cruzando Gascón–. Ahí podíamos estar cuarenta minutos esperando para que despachara un pedido de fiambres surtidos.” “El jamón se le iba para un lado y la máquina cortaba para el otro –agregó otro en la remisería–. Pero nada más. Era muy amable y lo conocían como el Chileno.”
–Para mí es una sorpresa, porque era atentísimo –aseguró, todavía incrédula, una vecina del otro lado de la vereda–. El decía que había estado en Cuba, que había hecho trabajos sociales. Y se daba corte, medio fanfarrón y latoso, pero correcto.
–Estaba construyendo esa casa que viera cómo estaba –agregó otra–. Ese lugar era imposible para vivir, pero lo fueron haciendo.
–Lo que llama la atención –se incorporó una tercera– es que él decía que alquilaba, pero decía que había puesto cien mil pesos en refacciones. ¿Me va a decir que si alquila se va a gastar esa fortuna?
–No, lo que pasa es que había acordado un leasing –aclaró la amiga de la tercera, que se sumó como quien no quiere la cosa–. Por lo menos él decía eso. Y en cinco años la iba a comprar.
–No, querida, no. Si el último mes no lo había pagado. Si él estos días se quejaba de que lo habían estafado con los títulos, porque parece que la casa estaba en sucesión.
Hugo “el Joyero” Quesada fue a parar a una celda de Interpol, en Cavia y Salguero. De allí, después de cumplirse los trámites de extradición, seguramente viajará con gastos pagos a Miami, donde será enjuiciado. Por Ituzaingó tuvo un paso fugaz y sorprendente. Pero nadie puso en duda, jamás, que el jamón y las facturas eran una verdadera joya.
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