Sáb 18.11.2006

SOCIEDAD  › OPINION

Ventanas rotas

› Por Mariano Ciafardini *

La Biblia de los criminólogos conservadores norteamericanos, a partir de los ’80, fue un artículo de J. Wilson y G. Kelling denominado Broken Windows, cuya afirmación teórica central era que no debía dejarse degradar en lo más mínimo (rotura de ventana) un espacio urbano, porque esa mínima degradación era una invitación a degradaciones mayores, hasta que el espacio susodicho se terminaba convirtiendo en el escenario ideal para el delito. Esta simple tesis urbanista era en sí inocua y hasta ingenua, si se quiere, si no fuera porque el artículo dio pie, por sus propias insinuaciones, a que, a la par de la reparación material del vidrio, era necesaria la reparación moral de la inconducta por mínima que fuera, sugiriendo un alto nivel de reacción punitiva incluso hasta con las infracciones menores, lo que dio como resultado la panacea del discurso criminológico de la derecha mundial actual, traducido en el obsceno término de “tolerancia cero”.

La versión vulgar de esta pseudocientífica afirmación que invita a perseguir con la menor condescendencia posible a los que ensucian (graffiti), molestan (limpiavidrios) o destruyen (rompedores de ventanas), por ser “delincuentes en potencia”, es la conclusión, también obscena, pero además ramplona, de que: “hay que matarlos a todos”. Esta es la versión vulgar de la obscenidad, que se masculla en muchos (demasiados) ámbitos, sobre todo de las clases medias.

Y seguramente ésta es la versión con que fue machacado insistentemente en los últimos años, al calor de la exasperación del griterío de algunos pseudoexpertos sobre el problema de la inseguridad, y de sus ecos mediáticos, el adolescente de clase media de 17 años que apuñaló hasta la muerte al niño pobre de 12, por haber roto una ventana.

Reacción desmedida ante las infracciones (de los otros) y criminalización de la pobreza son las consecuencias irremediables del discurso de tolerancia cero que, como bien se ha dicho, no es, no puede ser en términos reales y sobre todo en el postergado mundo periférico, más que intolerancia selectiva.

¿Nos lleva esta constatación del peligro de estas “teorías criminológicas” y sus metalenguajes a desconocer el problema realmente existente de la inseguridad? No, y valga como absurda referencia simbólica el “hecho” de que, en este caso: el vidrio había sido efectivamente roto, es decir “la infracción” se había cometido, como es cierto que se cometen diariamente muchísimas infracciones muchísimo más graves como son los delitos violentos, que han aumentado en cifras históricas casi en cinco veces lo que habían sido en las décadas del ’60 al ’80 y que afectan cotidianamente a la población. ¿Nos lleva este rechazo de la “panacea de la seguridad norteamericana for export” a desconocer la importancia de tratar el tema de la inseguridad? No, tenemos muchas propuestas. Por supuesto, nuestra preocupación no son los vidrios (más de uno hemos roto cuando teníamos 12 años), pero sí cómo sacar a muchos adolescentes y jóvenes de los sectores marginales de las acciones de riesgo para terceros y para ellos mismos, a las que se exponen permanentemente, cómo garantizar una eficaz protección y vigilancia de los espacios públicos y cómo crear redes comunitarias que aporten soluciones racionales y reales a la prevención del delito y desactiven, de paso, cualquier peregrina idea de reacción compulsiva o linchamiento.

A lo que nos debe llevar la reflexión sobre este hecho, superado el espanto y la indignación (no precisamente con el joven de 17 años) que nos causa, es a despertar del engaño de estos predicadores de las soluciones definitivas al problema de inseguridad a partir de medidas drásticas, que no sólo no han solucionado nunca, en ningún lugar del mundo, el problema de la inseguridad sino que enferman a las sociedades (y particularmente a los jóvenes como el del caso que nos lleva a escribir la nota) de un odio irreflexivo y brutal que, entre otras cosas, obnubila y distrae de la búsqueda e implementación de soluciones reales.

* Director Nacional de Política Criminal del Ministerio de Justicia, Profesor de Criminología (UBA), Vicepresidente del Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia (Ilsed).

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