SOCIEDAD › OPINION
› Por Nora Veiras
Mi mamá tiene 78 años. Es afiliada al PAMI en la provincia de Buenos Aires, pero yo, creyendo que podría solucionar en forma directa el problema que la aquejaba, decidí hacerla atender en el Hospital de Clínicas, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Hete aquí que por no sé qué zona de influencia no le correspondía el Clínicas, en consecuencia resolví pagar en forma particular la atención. Así llegamos –apelo al plural porque una intervención quirúrgica es algo que afecta no sólo al paciente– al día D: la operación con el fin de realizar una biopsia y determinar un diagnóstico.
Una primera fecha la suspendieron porque no había quirófanos disponibles. Todo bien. Se trataba de prolongar por unos días la ansiedad, pero después de mucho trajinar era tolerable. La segunda fecha no sufrió alteraciones. Llegamos a las 8 como estaba previsto. Mi mamá fue sometida a la operación sin inconvenientes. Un camillero, muy atento, me indicó que debía llevar las dos muestras al tercer piso y al primero del hospital para realizar los análisis correspondientes. Ahí empezó la odisea.
Bajamos con ella los nueve pisos después de esperar, con mucha paciencia, el ascensor y llegamos al primer destino.
–Ah no... Va a tener que buscar un laboratorio porque acá no tenemos reactivos para este estudio.
–¿Cuándo llegan los reactivos?
–No sé, son de Estados Unidos.
–¿Usted me está diciendo que sometieron a una operación a una persona con el solo fin de hacerle estos estudios y ahora no pueden hacerlo?
–... –silencio y mirada de vaca de la empleada ante la expresión atónita, angustiada, incrédula de mi mamá.
–Va a tener que buscar un laboratorio y rápido porque si no la muestra no va a servir –intercedió otra y atenta buscó los teléfonos de dos laboratorios privados donde poder enmendar el desastre.
–El estudio le saldrá unos quinientos, seiscientos pesos. Acá cuestan más o menos eso –explicó–. Por las dudas averigüe en PAMI.
Nadie me había informado el costo de los análisis posteriores a la operación. No podía superar la indignación, la ira. ¿Cómo se puede ser tan inmune al sufrimiento ajeno, tan irrespetuoso? Con una comunicación por los teléfonos internos se podría evitar el sufrimiento inútil de una persona. ¿Cómo puede ser que el laboratorio no informe a los cirujanos que no se pueden realizar determinadas operaciones porque no hay reactivos para los estudios?
En la oficina de PAMI en el hospital se horrorizaron junto conmigo, que a esa altura andaba con el frasquito para hacer la biopsia a cuestas, pero fueron implacables: “Entró por el circuito privado, es otro circuito, averigüe en la Facultad de Medicina”. Me dieron un teléfono en el que no contestaba nadie y para colmo ya eran las 13 del viernes. Entraba en tiempo de descuento.
Muy a mi pesar apelé a un conocido en el PAMI, que me facilitó un contacto para poder solucionar el tema. El médico del PAMI no daba crédito de que yo anduviera dando vueltas con la muestra para la biopsia.
Semejante falta de sensibilidad, de responsabilidad en un trabajo que tiene como razón de ser nada más y nada menos que tratar con la gente en absoluto estado de vulnerabilidad, ¿quién lo paga?
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