En Batán, a veinte kilómetros de Mar del Plata, un zoológico ofrece la posibilidad de acariciar leones, osos y otros animales. Un paseo “para preservar el ámbito natural y crear conciencia”.
› Por Carlos Rodríguez
Desde Mar del Plata
Iván es uno de los más veteranos. El preconcepto dicta, por su aspecto, por su presencia imponente, que debe ser tan terrible como aquel zar de Rusia, Iván IV, que devastó pueblos e implantó la esclavitud. Este Iván fue criado, como un hijo propio, por un matrimonio que vive en la zona norte del Gran Buenos Aires. Iván dejó de ser bebé muy rápido y sus primeros balbuceos inquietaron al vecindario. Sus dueños, aunque la tenencia era ilegal, lo mantuvieron en su poder hasta los cinco años. “Iván ¿dónde estás?”, lo llama el cuidador, Diego Botta, y el león, obediente como un ovejero alemán, levanta su enorme cabeza, lo busca con la mirada y bosteza. Todo, sin ponerse de pie, porque el verano –y la tranquilidad que brinda tener la comida asegurada– lo han vuelto perezoso. Iván es uno de los catorce leones que tiene el zoológico de Batán, a veinte kilómetros del centro de Mar del Plata, donde chicos y grandes pueden darse el lujo de intimar con los grandes felinos y sacarse fotos con ellos, acariciándoles la cabeza como si fueran de peluche.
Diego Botta, a quien acompaña Anabella Gómez, es el anfitrión de una visita guiada al predio de diez hectáreas. Una selva, abierta todo el año, donde los visitantes pueden pasar el día lejos del mundanal ruido. O mejor dicho, escuchando sonidos exóticos, mientras disfrutan de la sombra en un escenario lleno de verde donde se puede comer en mesas rodeadas por árboles. “A Iván y a unos pocos leones los tenemos en un rectángulo de tierra rodeado por un foso, aunque la mayoría son mansos, y a otros los tenemos más en contacto con el público. Iván, que tiene cinco años –los leones pueden vivir hasta los veinte o más–, cuando vino jugaba con osos de peluche que le habían comprado sus dueños, que lo tenían como mascota.”
En el Zoo de Batán, Iván se hizo adulto y fue padre de dos camadas de leones. Los mayores, Cesáreo y Napoleón, ya cumplieron dos años. Todavía no llegan a lucir la larga melena de papá, pero alcanzaron su tamaño. Para demostrar que dice la verdad, en cuanto a la mansedumbre de los felinos, Diego juega un rato con los dos machos y con sus hermanas, Elsa y Sasha, de un año y medio. Los machos son muy afectuosos y están a punto de tirarlo, cuando le apoyan sus dos manos delanteras sobre el pecho.
“A los felinos les sacamos las garras delanteras, para que no lastimen. Son inofensivos, pero a veces, sin querer, pueden hacer daño”, explica Diego. Luego hace una aclaración para evitar posibles reacciones de los proteccionistas: “Las garras delanteras las usan sólo para cazar y acá no las necesitan, porque tienen las raciones garantizadas”. Los nacimientos, entre los felinos, son frecuentes, aun en cautiverio. “La gestación ronda los tres meses, en algunos casos unas semanas más, pero no más de eso.” El benjamín de los tigres es Picachu, de tres meses, el preferido de los más chicos, a la hora de las fotos.
El zoológico se ha ido poblando con ejemplares nacidos en su seno. Sam y Ursula, dos tigres de Bengala, son los padres de dos hembras y un macho de tres meses. Otros tres alegres tigres, de un año y medio, que juguetean con el cuidador, también nacieron acá. Gisella y Evaristo, un matrimonio de osos pardos, tuvieron una hija que se llama Daniela y tiene seis meses. Su show diario consiste en chuparse las manos y hacer un ruido que parece un gemido, un llamado a los padres, que viven en una jaula vecina. “Hace el mismo ruido que hacía cuando su mamá le daba de comer”, cuenta Diego. Los que también tuvieron familia fueron los hipopótamos, Hipólito y Carla, pero la recién nacida murió al poco tiempo. Sus padres buscan de nuevo y para lograrlo tienen largos y voluminosos encuentros amorosos a pleno sol, sin tapujos. Sexo animal que sería censurado hasta en el canal Venus. Los hipopótamos siempre brindan espectáculo, incluso con sus peleas. “Son animales que defienden su territorio y utilizan sus colmillos para pelear. A los machos hay que tenerlos separados. Las peleas entre ellos son terribles”, asegura Diego.
El dueño del zoológico es Daniel Chidini, quien explica así el estilo del lugar: “La idea era preservar el ámbito natural y crear conciencia, en grandes y chicos, sobre la importancia de mantener a las especies en su hábitat. Junto con otros zoológicos podremos lograr la reproducción de especies amenazadas, para luego reinsertarlas en su medio salvaje. Ese es otro de los objetivos”. En el Zoo de Batán, al que se llega por la ruta 88, hay un serpentario con yacarés, iguanas, pitones, yararás y boas; aves de corral y aves exóticas; monos, pavos reales, ocelotes, pumas y un sinfín de especies. Silvia Sabugal, la mujer de Chidino, brinda una explicación doméstica sobre el zoo: “Mi marido tenía la pieza llena de víboras y otros animales. Un día, por suerte, me dijo: ‘Vieja, vamos a tener un zoológico’. Fue una suerte para todos”.
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