Vie 26.07.2002

SOCIEDAD

Los pasajeros que Southern Winds no dejó volar porque son ciegos

Un matrimonio de no videntes intentó comprar pasajes para viajar con su hija de 3 años de Buenos Aires a Mendoza. Pero la empresa se negó a venderlos por su discapacidad. Y lo fundamentó con argumentos insólitos. Entre otros, señaló motivos de seguridad.

› Por Horacio Cecchi

Según proyecciones de la Secretaría de Turismo nacional, la temporada turística de invierno movilizará a 6 millones de viajeros. Página/12 está en condiciones de corregir esa cifra: serán 5.999.997. Los tres faltantes, el abogado Marcelo Lanzzavechia, su esposa Adriana Zafaroni, y su hijita de tres años, Carolina, cayeron de la estadística porque no pudieron viajar a la ciudad de Mendoza, donde debían arribar según sus planes por vía aérea. Para más datos, como pasajeros de la cordobesa Southern Winds. Una semana antes de las vacaciones de invierno, Lanzzavechia decidió hacer la reserva telefónica. Todo iba de maravillas, hasta que el abogado aclaró que él y su esposa son no videntes. “Ah, no. Ciegos, no”, respondió la telefonista. La explicación, nada tranquilizadora, era un derroche de altruismo: “Es por su propia seguridad –alegó la telefonista de SW–. Imagínese si se cae el avión. ¿Cómo harían ustedes para salir?”.
Desde hacía un tiempo, Marcelo y Adriana se habían dedicado a alimentar la fantasía de Carolina. La pequeña de tres años no conocía la nieve más que por alguna película de Disney, y aceptó muy divertida la promesa de sus padres. El plan fue viajar durante las vacaciones de invierno a la ciudad de Mendoza, desde donde la familia Lanzzavechia tomaría excursiones hacia los níveos cerros aledaños. No era la primera vez que la pareja viajaba a ese destino. “Estuvimos muchas veces, antes y después de casados, pero sin Carolina”, explicó el abogado a este diario.
El plan no tenía ningún secreto: salir en avión el primer sábado de las vacaciones y volar de regreso el sábado siguiente. Una semana antes del planeado viaje, el abogado discó el 0-800 de SW con la intención de reservar tres pasajes. “A la ciudad de Mendoza”, dijo a la telefonista. “Tres pasajes. Dos mayores y un menor”, agregó. “El sábado 6 y regreso el 13”, dictó la fecha. La operadora hizo la reserva, pero antes de cortar, Lanzzavechia hizo la aclaración a partir de la cual se abrió un imprevisto y original intercambio de opiniones:
–Los dos mayores son ciegos –explicó el abogado, sabiendo por infinidad de viajes anteriores que las empresas colaboran con las personas discapacitadas, tanto en el check in, como invitándolos a la espera en sala vip, y facilitando el ingreso al avión.
–Ah, no –respondió la telefonista–. Ciegos, no.
–¿Cómo que no?
–No, no. Ustedes tienen que viajar con un vidente. Es por ustedes. Imagínese si se cae el avión, quién los va a ayudar.
–Qué fe que le tenés a la empresa.
–Son normas de seguridad. Lo único que le puedo ofrecer es un boleto condicional.
¿En qué consistía el boleto condicional? En que la familia Lanzzavechia esperara en el aeroparque a que uno de los pasajeros del mismo vuelo, con los dos ojitos a full y dispuesto a guiarlos con la mirada en caso de caída imprevista, aceptara acompañarlos. Si no encontraban a nadie dispuesto, no habría vuelo para los Lanzzavechia. Finalmente, ante la insistencia del abogado, que es ciego pero no mudo, la operadora hizo la última oferta: “Me propuso que viajara con mi perro lazarillo al lado”. Lanzzavechia se esforzó pero no pudo imaginar al ovejero alemán, con el avión caído, indicándole “guau guau la salida”.
La empresa aérea tiene una explicación. “No es que no pudieron sacar pasajes –aclaró a este diario un vocero de SW–, sino que tenían que ir acompañados. Es una norma de seguridad, por una recomendación de la OACI (Organización Internacional de Asociación Civil). El avión en que ellos viajaban era un CRJ, que tiene una tripulación de dos auxiliares, y la norma indica que pueden viajar cuando al menos hay tres auxiliares”.
Lanzzavechia anunció a Southern Winds que presentaría un recurso de amparo y solicitó la mentada norma de seguridad. Jamás la recibió. En cambio, lo llamó un directivo de SW, invitándolo a un café. –Para mi hija fue muy traumático –dijo el frustrado viajero.
–No se ponga en fatalista –bromeó el ejecutivo.
–Si quiere le llevo a mi hija y usted le explica.
–Parece que estuvo en algún diario, es medio sensacionalista –intentó seguir bromeando el directivo.
–Yo no quiero su café, quiero sus pasajes –cortó por lo sano Lanzzavechia.
Jamás supo el objetivo de la invitación, ya que nunca concurrió. Los pasajes jamás llegaron. “Yo pago, y los que no tienen auxiliares son ellos. Es la única empresa que no puede resolver el problema –aseguró Lanzzavechia–. Los discapacitados son ellos.”

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