Fue una operación inédita en el país para una paciente tan pequeña. La niña nació sin oído interno y sin nervio auditivo. Ahora le fueron implantados unos electrodos directamente en el tronco cerebral, adonde llega un cable con los impulsos eléctricos.
› Por Pedro Lipcovich
A una nena de dos años, que había nacido sin oído interno y sin nervio auditivo, se le efectuó un implante directo al cerebro para permitirle obtener el sentido del oído. Es la primera vez, en toda América, que se efectúa una operación de este tipo en una paciente tan chiquita. La intervención se hizo el 6 de marzo en Buenos Aires. La niña –que entretanto cumplió tres años y que, como sus padres, gusta de bailar danzas folklóricas– ya está recuperada pero el último tramo del proceso se efectuará dentro de casi dos meses, cuando la niña, por primera vez en su vida, escuchará un sonido.
Todo hubiera sido más fácil si la pequeña paciente, llamada Luciana Cazón Ramos, hubiese tenido un problema de funcionamiento en la cóclea, el oído interno, donde normalmente las ondas sonoras finalizan su proceso de transformación en impulsos que el nervio óptico transmite al cerebro. Para personas con problemas en el oído interno, los implantes cocleares ya son rutina, contando con que el nervio auditivo, sano, puede encargarse de transportar los impulsos. Pero la nena pertenece al grupo de personas –dos de cada 20.000– que directamente nacen sin cócleas o sin nervios auditivos. Para éstas, hasta hace pocos años no había ninguna perspectiva de lograr la audición.
La posibilidad de oír, para estos pacientes, se obtiene mediante implantes efectuados directamente en el tronco cerebral: es la parte inferior del cerebro, por donde suben las señales desde la médula espinal; también es la sede de funciones básicas como la respiración y el ritmo cardíaco. No es fácil poner ahí unos electrodos.
Desde el 6 de marzo, Luciana tiene implantados, en el tronco cerebral, 21 electrodos destinados a proporcionarle sensaciones auditivas; son discos de platino, de 0,7 milímetro de diámetro. Un delgado cable los conecta con el “receptor interno”, un aparatito implantado bajo la piel, junto a la oreja. Este receptor está provisto de un imán, que servirá para sujetar la parte externa: sobre la piel se ubicará el micrófono, que recibirá los sonidos, y, pegado a él, el “procesador del lenguaje”, un dispositivo que transforma en impulsos eléctricos no sólo las palabras, sino todos los sonidos, como lo haría un aparato auditivo sano. Entonces: el micrófono recibe el sonido; el procesador lo transforma en ondas de radio que, a través de la piel, llegan al receptor interno. Este, por el cable, lleva esa información a los electrodos en el tronco cerebral. Pero, allí, todo se complica.
Todo se complica porque, en el tronco cerebral, hay células nerviosas con muy distintas funciones, y es imprescindible que las estimuladas sean las que deben transmitir los impulsos auditivos y sólo ésas. Durante la operación misma, “efectuamos pruebas de estimulación eléctrica para verificar esto”, señaló Vicente Diamante, presidente de la Fundación Argentina de Otorrinolaringología, uno de los dos profesionales que condujeron la intervención. En todo caso, según observó Jorge Salvat –jefe de Neurocirugía de la Fundación Fleni, quien codirigió la intervención–, ésta supone “un riesgo importante: introducir un chip en el tronco cerebral podría causar efectos como paros cardíacos o dificultades respiratorias: hasta hace pocos años, una operación así era inimaginable”.
Con pacientes adultos, el equipo de Diamante y Salvat efectúa esta intervención desde 1997. Con niños, nadie la había hecho en el mundo hasta 2001, cuando la puso en práctica en Verona, Italia, el cirujano Vittorio Coletti. Al equipo veronés se sumaron otros en Hannover, Manchester y, desde febrero de este año, Pamplona, en España (Estados Unidos todavía no autorizó esta práctica a menores de 12 años). Coletti viajó a la Argentina para presenciar la operación del 6 de marzo.
Ciertamente, Luciana todavía no puede oír y tardará en hacerlo. Su internación fue breve, no más de seis días, y ayer, en la conferencia de prensa donde se anunció la operación, se divertía sin inhibiciones con las cámaras de tevé. Pero el dispositivo externo, ese que se adhiere por imán, se instalará pasados 45 a 60 días de la operación. Recién entonces empezará el último, difícil tramo del proceso.
Es que las verificaciones durante la operación sólo garantizaron que es posible llegar, mediante los electrodos, a las vías auditivas del cerebro. Falta la sintonía fina. La tendrá a su cargo Norma Pallares, master en audiología: “De entre los 21 electrodos, hay que determinar cuáles proporcionan la sensación auditiva y lograr la máxima sensibilidad –explica–. Esto se logra enviando impulsos eléctricos mediante dispositivos computarizados y evaluando las reacciones al sonido”. Pallares trabajará varios días con la niña hasta obtener esto.
Y el trabajo continuará después. Porque la niña jamás escuchó un sonido y deberá aprenderlo todo. Los resultados de estos implantes no llegan a equipararse a los del ya estandarizado implante coclear, mediante el cual los niños logran un nivel auditivo que les permite hablar fluidamente e incorporarse a escuelas normales, pero “en cualquier caso, la niña podrá responder a su nombre, a los sonidos del ambiente, escuchar un timbre, un teléfono, tener acceso a la suprema comunicación, que es el sonido”, augura Pallares.
La operación, que costó 30.000 dólares, fue subvencionada por el Ministerio de Salud Pública de la Nación. Lucio Cazón, papá de Luciana, trabaja en la sección carnicería de un supermercado en la ciudad de Salta. Nelly Ramos, la mamá, es ama de casa. Además, ambos bailan y enseñan danzas folklóricas, y la niña –que cumplió tres años pocos días después de la operación– ya sigue sus pasos: “Desde que nació, iba a los ensayos y fue imitando lo que hacíamos; además, baila danza árabe, que aprendió mirando la tele”, contó su madre.
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