Dom 22.04.2007

SOCIEDAD  › MARY BURTON, MILITANTE ARGENTINA ANTIAPARTHEID EN SUDAFRICA

La dama que desafió al peor racismo

Llegó a Sudáfrica hace 46 años y se comprometió en la lucha contra la segregación. Mandela la designó en la Comisión de Verdad y Reconciliación, que investigó las violaciones a los derechos humanos en el apartheid. Hoy continúa en lucha contra la pobreza.

› Por Mariana Carbajal

Mary Burton parece una abuelita de cuento. Pero detrás de esa imagen serena se esconde una historia poco conocida en el país: la de una heroína nacional en Sudáfrica, la de la única argentina elegida por Nelson Mandela para integrar la Comisión de Verdad y Reconciliación que investigó las violaciones a los derechos humanos cometidos durante el apartheid. Esta mujer que nació en Rosario y se educó en el Northlands desafió al régimen racista en sus tiempos más duros desde una organización de mujeres blancas de clase media acomodada. Sin familiares afectados por los horrores del apartheid, Burton y su grupo Black Sash (Faja Negra) denunciaron dentro y fuera del país las atrocidades y dieron apoyo a familiares de presos políticos y a víctimas de la segregación racial a través de una red de defensorías barriales. A los 66, Burton batalla contra la pobreza en una Sudáfrica con desocupación del 40 por ciento: “Ahora estoy embarcada en una nueva lucha porque los derechos sociales y económicos son derechos humanos”, contó a Página/12 en una visita a Buenos Aires.

Así como las Madres de Plaza de Mayo adoptaron el pañuelo blanco, Burton y sus compañeras usaban una banda negra cruzada en el pecho como símbolo de la muerte de los derechos constitucionales para la mayoría de la población sudafricana. Todas provenientes de familias conservadoras de buen pasar, se paraban frente a legisladores y jueces para avergonzarlos por su complicidad con la política racista del Partido Nacional. A tal punto fueron decisivas en el proceso de cambio en Sudáfrica, que horas después de salir de prisión, en 1990, Mandela las nombró en su primer mensaje al país. Frente a millones de personas dijo: “Ellas son la conciencia de la Sudáfrica blanca”. Una de las integrantes de Black Sash había escondido al líder negro antes de que cayera preso. Entre 1986 y 1990 Mary Burton fue presidenta de Black Sash. En la actualidad es miembro de su directorio.

Bastante más alta que la media argentina y de piel muy blanca, Burton muestra que sus antepasados ingleses y alemanes dejaron su impronta. No esconde sus canas: ahí están, elegantes, bien peinadas. Hace tantos años que vive en Sudáfrica –casi cincuenta– que se siente más cómoda al hablar en inglés que en castellano. Llegó a la Argentina la semana última invitada por Mujeres por la Paz, una entidad que integra la legisladora porteña María Eugenia Estenssoro, que ofició como una de sus anfitrionas.

Burton nació en Rosario en una familia de clase alta. Sus padres eran argentinos. Durante su infancia vivió en distintas ciudades y también en Brasil, por los traslados laborales de su padre, que trabajaba en la fábrica Alpargatas. Pero terminó su secundario como pupila en el Colegio Northlands, de Olivos. La holgura económica le permitió estudiar francés durante dos años en Suiza y después periodismo en Londres. Fue en Europa donde conoció al hombre que cambiaría su vida: un empresario sudafricano de quien se enamoró perdidamente y al que siguió. “A los 21 años llegué a Sudáfrica sin saber demasiado del país”, recordó. Era 1961 y la política segregacionista impuesta por el partido gobernante se profundizaba. Mary había escuchado del racismo, pero no tenía idea de su alcance, de sus consecuencias, de su crueldad. Sin muchas vueltas, aquella joven argentina decidió casarse. La ceremonia fue en Brasil, donde estaba afincada su familia. Y ahí nomás se mudó a Ciudad del Cabo.

“Cuando llegué a Sudáfrica, Mandela y sus compañeros ya estaban presos. Su causa judicial estaba en pleno proceso. Pero los blancos podían vivir sin enterarse de nada. De vez en cuando había algunos disturbios, pero nada más. A tal punto que a mi suegra lo que le preocupaba era que en los días de manifestaciones los lecheros no llevaban la leche. Era la única consecuencia que sufrían los blancos. Muchas veces la gente me pregunta por qué me involucré si en Brasil yo no realizaba ninguna actividad política. ¿De dónde viene ese interés? Creo que de la impresión que me causó el racismo tan evidente, tan injusto”, relata Burton. Uno de los hechos que más la movilizaron fue el cierre de las escuelas nocturnas, mayoritariamente negras, por temor a que se politizaran. Eran tiempos en los que Ciudad del Cabo cada vez estaba más y más dividida. “Había sido una de las ciudades más liberales y las personas de descendencia mixta, los mestizos, vivían junto con los blancos, pero en ese momento todo eso se estaba desenlazando. Me parecían ridículas las divisiones.”

Primero se comprometió con algunas actividades de caridad. Con una amiga llevaban sopa a las villas. “En un momento de gran pobreza, de crisis, hay un lugar para la caridad, pero no cuando la gente tiene posibilidades de trabajar por su cuenta”, dice. Burton quería canalizar su indignación de otra forma. A través del esposo de otra amiga, un abogado que trabajaba ad honorem en una defensoría de Black Sash, Mary descubrió en 1964 la organización que se transformaría en un motor esencial de su vida.

Doble responsabilidad

Por entonces, Blach Sash llevaba nueve años desde su creación. “Eran mujeres conservadoras, ingenuas políticamente. Pero supieron encender una chispa. Hacían manifestaciones y marchas de protesta llevando la faja negra, pero cuando perdieron su primera batalla, con los cambios en la Constitución que convalidaron el apartheid, muchas de ellas abandonaron la organización”, recuerda. Quedaron las más comprometidas con la defensa de las libertades civiles de la Sudáfrica negra, entre ellas Burton.

A través de las defensorías barriales abiertas en distintas ciudades, las Black Sash fueron tomando contacto con las atrocidades de la política segregacionista. Primero brindaron asistencia legal a los negros que eran detenidos por circular sin “el pase” por zonas exclusivamente blancas. “Así empezamos a tomar contacto con el sufrimiento de esas familias y a reclamar al gobierno. Nosotros siempre decíamos que teníamos la capacidad de arruinar cualquier cena adonde íbamos, porque hablábamos de esos temas de los que nadie quería hablar”, se ríe, ahora, Burton.

–¿Cómo tomó su actividad la familia de su marido?

–Fue un poco difícil: iba en contra de lo que pensaban y querían.

–¿Ellos defendían el apartheid?

–Se decía siempre que los sudafricanos blancos de idioma inglés votaban al partido de la oposición, que era también blanco pero un poco más liberal, y daban gracias a Dios por el Partido Nacional que les protegía los intereses. Mis suegros eran muy buenos conmigo pero yo sabía que no les gustaba lo que hacía. Ellos tenían miedo. Eran tiempos en que con la palabra comunismo uno podía destruir todo. Y decían: “¡Ah, Black Sash!, empezó bien pero ahora se ha vuelto muy comunista”. En 1950 se había prohibido la existencia del Partido Comunista. “Nosotros no éramos comunistas pero todo lo que se oponía al apartheid se tildaba de comunista. Por muchos años nos dijeron que éramos idiotas útiles, algo que nos enojaba mucho”, rememora.

A pesar de la posición de su familia política, Mary tuvo siempre el apoyo de su marido, con quien tuvo cuatro hijos. Hoy tienen una decena de nietos. El hecho de ser mujeres blancas y pertenecer a una clase media acomodada las protegió en su lucha. Por esa razón –dice– tenían casi una doble responsabilidad de pelear por los derechos civiles de la población segregada. Durante los tiempos más severos de la represión algunas de las integrantes de Black Sash fueron detenidas. “Yo fui presa varias veces, pero no por muchos días. Me acuerdo de que una vez fue durante una marcha a la prisión donde estaba detenido Mandela, para demostrarle apoyo. A casi todos los que habían iniciado la movilización los habían frenado. La ciudad estaba cercada. Pero unos siete, que éramos todos blancos, pudimos llegar más cerca. No sé qué pensaban que íbamos a hacer, pero nos arrestaron. Y el oficial que me detuvo y me llevó al patrullero me agarró apenas de la manga, casi sin tocarme, tenía miedo de que lo acusara de malos tratos”, comenta. Hasta en eso había diferencias. “Cuando estábamos detenidas, de un lado nos ponían a las blancas y del otro a las negras. Teníamos mejores condiciones hasta en la prisión: nos daban mejor comida y colchones, ellas tenían sólo frazadas para dormir.”

–¿Qué situaciones del régimen racista la conmovieron más?

–La cuestión de la educación me impresionaba más: nacido negro no ibas a tener nunca la posibilidad de tener una buena educación. La estrategia política era educar a los negros para ser trabajadores. En un discurso en el Parlamento, el primer ministro dijo: para qué darles buena educación cuando no van a tener condiciones de vida para usarla. Que ahora se diga una cosa así parece imposible, aunque se piense. Pero en ese tiempo se podía decir impunemente. Todo estaba dividido para darles los beneficios a los blancos y nada a los negros. Y día a día la situación empeoraba. Los blancos pensaban: la única manera de protegernos en este continente es tener nuestro lugarcito, nuestro país para nosotros. Por eso iban sacando a los negros de las zonas blancas. Y había tierras que habían pertenecido por varias generaciones a familias negras y como estaba rodeadas de poblaciones blancas, se dictaba una ley que decía que estaba en un mal lugar y los sacaba con todo lo que tenían, y los llevaban a una zona donde no tenían posibilidad de hacer una granja. Uno se enfrentaba siempre a tantas injusticias.

Las Black Sash ayudaban a las familias para que pudieran visitar a los presos políticos. Podían verlos una vez al mes. Les facilitaban dinero para viajar al Cabo, les pagaban el tren, las hospedaban en una casa la noche previa a ingresar a Robben Island, la isla donde estuvo Mandela gran parte de los 27 años que pasó encarcelado. “Había casos de prisioneros cuya familia no los apoyaba más, tal vez su esposa se había vuelto a casar con otro, y no recibían visitas. Y en esos últimos años, yo también tuve el derecho de ir a la isla a visitar a alguno de ellos.”

Pero no fue allí donde conoció a Mandela. Cuando Mary iba a la prisión, al líder del Congreso Nacional Africano (CNA) ya lo habían trasladado. Recién le dio la mano después de que asumiera la presidencia en 1994, al ser elegido en las primeras elecciones con sufragio universal en Sudáfrica.

En 1995, Mary fue elegida por Mandela, en un largo proceso de postulaciones y recomendaciones, como parte de la Comisión de Verdad y Reconciliación que investigó las violaciones a los derechos humanos cometidos durante el Apartheid y estuvo presidida por el premio Nobel de la Paz, el arzobispo Desmond Tutu. En total eran 17 miembros. Trabajaron tres años escuchando el testimonio de unas 22 mil víctimas del régimen racista y unos 7700 represores. Hubo ley de amnistía para los represores. “Fue el precio que tuvimos que pagar para lograr una transición pacífica”, evalúa Mary. Pero para obtener la amnistía, el victimario tenía que reconocer las atrocidades que había cometido.

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