Jue 08.08.2002

SOCIEDAD

Una hormona ayuda a sentir menos hambre para combatir la obesidad

Su aislamiento hace posible la aparición de un fármaco contra la obesidad, ya que provoca la sensación de saciedad. Para los expertos, igual es clave la conducta alimentaria saludable.

› Por Pedro Lipcovich

”Disculpe, pero la PYY3-36 dice que no, y cuando ella dice que no, es no”, dirá el ex obeso cuando le ofrezcan un segundo plato. La que dice “no” es una hormona producida por células del intestino, cuya función -que acaba de anunciarse en una prestigiosa revista científica– es comunicar al cerebro que se ha comido suficiente y, por lo tanto, suscitar la sensación de saciedad. La perspectiva terapéutica sería “mimetizarla” para producir un fármaco que ayude a no tener ganas de comer. Además, la ingesta de vegetales tiende a incrementar la producción natural de PYY336. La búsqueda de píldoras que quiten el apetito se ha convertido en uno de los principales objetivos de las compañías farmacéuticas, habida cuenta de la epidemia de obesidad que ha invadido al mundo. Sin embargo, los especialistas advierten que estos medicamentos sólo serán eficaces si ayudan a promover conductas alimentarias saludables, ya que comer con exceso llega a producir cambios fisiológicos que anulan los efectos de esas hormonas. Volviendo al ejemplo inicial, no sólo se trata de que la PYY3-36 diga “no”, sino de que la persona lo ratifique con su decisión.
La hormona fue aislada por investigadores del Imperial College de Londres y de la Universidad de Oregon, quienes publican sus resultados en el último número de la revista Nature. La probaron en un grupo de 12 personas, comparado con otro que había recibido un placebo. Dos horas después, a ambos grupos les fue ofrecida una comida realmente copiosa: quienes habían recibido la hormona comieron poco más de la mitad que los otros; doce horas después, los que habían recibido la hormona manifestaron sentir hambre en un 40 por ciento menos que quienes no la habían tomado. En suma, los que tomaron PYY3-36 comieron la tercera parte respecto de los otros.
La PYY3-36 es liberada por células de la pared intestinal cuando este órgano se llena de alimento; va por la sangre hasta el hipotálamo, en el cerebro, donde desactiva los centros que desencadenan el hambre. Stephen Bloom, del Imperial College London, manifestó que “tomar tabletas que imiten la PYY3-36 antes de las comidas podrían disminuir el apetito”.
También se estableció que los alimentos ricos en fibra, como los vegetales, por requerir mayor actividad intestinal, estimulan la liberación de esta hormona más que el fast food, que se disuelve principalmente en el estómago.
Se estima que la PYY3-36 actúa en correlación con otra hormona de efecto inverso llamada ghrelina, que el estómago segrega cuando está vacío y actúa en la misma región del hipotálamo para suscitar hambre.
Claudio González, profesor de farmacología en las universidades de El Salvador y Favaloro, comentó que “se investigan diversas sustancias ‘anorexígenas’ producidas por el organismo; otra de ellas es el GLP-1, que se administra a diabéticos porque aumenta la secreción de insulina, pero además reduce el apetito”. Creemos que en el futuro encontraremos formas de mimetizarlas para producir fármacos, pero no hay que olvidar que el control del apetito depende del sistema nervioso central: cuando se opera sobre un mecanismo, suele suceder que otros lo compensen”.
La más estudiada de las hormonas vinculadas con el mecanismo del hambre es la leptina, que –tal como anunció Página/12 el 24 de mayo de 2001 y otros grandes medios en julio de 2002, sobre un trabajo en el que intervino el biólogo argentino Marcelo Rubinstein– es segregada por las células adiposas para comunicar al cerebro que el organismo está engordando. Sin embargo, ya en ese momento este diario advirtió que, si la persona persiste en comer mucho, su sistema nervioso llega a hacerse resistente a la leptina y se borra la sensación de saciedad.
Jorge Braguinsky –consultor de Naciones Unidas en nutrición– señaló el “intensísimo trabajo actual en busca de neuroquímicos que se relacionen con la conducta alimentaria: además de su interés médico-científico, reviste gran atractivo económico, ya que el laboratorio que consiga ‘la pastillita’ decuplicará su inversión en un par de años”. Braguinskycoincidió en que “no hay que olvidar que la conducta alimentaria, como toda conducta humana, no puede reducirse a estímulos específicos”.

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