Mié 04.07.2007

SOCIEDAD

El hombre que cayó con 173 kilos de cocaína por chocar con el auto

Es peruano y tiene 30 años. Llevaba la droga en un auto, pero chocó en Flores. Discutió con los ocupantes del otro vehículo y por eso se acercó la policía. Ahora intentan dar con sus jefes.

› Por Cristian Alarcón

El hombre adentro del patrullero parece un condenado a muerte. No se le mueve un músculo de la cara. El flequillo despeinado, las manos en la espalda, esposadas, el torso como empujado hacia el suelo por una extraordinaria gravedad, los ojos entrecerrados, como si intentara rezar o insultara por lo bajo su desatino, su mala suerte, el corto camino que hizo la mañana de ayer desde que le cargaron el auto. Alguien, un engranaje de la próspera máquina del narcotráfico local, lo mandó a hacer eso que debe haber parecido un trámite más, bajo el sol generoso de un día diáfano aunque invernal. ¿Qué hacían cinco bolsos azul y rojo llenos de ladrillos de cocaína casi pura? ¿De dónde venían? ¿A dónde iban? Pedro Jesús Guerrero Ayala, 30 años, limeño, declaró que un desconocido lo cargó en Cobo y Curapaligüe, que era un gil, un chofer de la remisería Santa Rosa de Lima, de la Villa 1.11.14, la misma que fue allanada hace un mes por la Justicia federal que persigue a una organización liderada por narcos peruanos en el Bajo Flores. Si se confirma que la cocaína es de máxima pureza, como se presumía ayer pero con estudios aún preliminares, se estaría ante el más grande cargamento del polvo encontrado en la Capital en la última década.

El chofer del infortunio de los 173 kilos iba al volante de un Peugeot 504 gris con vidrios polarizados. La ansiedad por llegar a destino le jugó en contra cuando avanzando por la avenida Juan Bautista Alberdi dobló hacia la derecha en la calle Moreto, como quien va hacia la avenida Rivadavia. Fue justo en esa maniobra donde su coche le tocó la cola a la Fiorino blanca en la que iban dos distribuidores de otras mercaderías, en ese caso legales. El toque les causó un daño menor a los dos vehículos, que se estacionaron casi a la mitad de la cuadra. Los de la camioneta le exigieron los papeles del coche para poder tramitar el pago del seguro. El hombre se negó. Sólo atinó a sacar veinte pesos del bolsillo para ofrecerlos como magra indemnización a los cada vez más enardecidos reclamantes, quienes se los rechazaron. Así vinieron los gritos, la discusión.

Por pura casualidad pasaba por el lugar un patrullero de la comisaría 40ª, que tiene jurisdicción sobre la zona de Parque Avellaneda. Los agentes notaron la discusión. “Se bajaron para prevenir que la cosa pasara a mayores”, contó ayer un satisfecho comisario Sergio Maldonado. “Fue un hecho fortuito”, reconoció al tiempo que halagó el trabajo de los policías que sospecharon del conductor del Peugeot porque se puso demasiado nervioso al momento de tener que mostrar los papeles. Uno de ellos vio que en el asiento trasero había dos bolsos deportivos llenos y que en uno, con el cierre abierto, se veían unos panes envueltos prolijamente en nylon. Cuando abrió la puerta del coche sintió el olor a aceite automotor y gasoil que salía del paquete. Pensó, por el color exterior de los ladrillos, que se trataba de marihuana. Pedro Guerrero Ayala quedó inmóvil. No iba armado. No se resistió a la detención. Sólo comenzó a esbozar algunas explicaciones que no aclararon sino oscurecieron su delicada situación.

En el baúl aparecieron otros cuatro bolsos. En todos había una cantidad casi similar de panes envueltos: cada uno de unos 1100 gramos. En total fueron hallados 160 ladrillos de cocaína de alta calidad: unos 173 kilos de la sustancia, valuada en el mercado porteño de la droga a entre 6 y 7 mil dólares. Colocada en su frecuente destino europeo la sustancia llega a los 60 mil euros, por eso se calcula que lo que ayer se encontró podría llegar al millón de dólares en nuestro mercado. Y a más de diez millones de la moneda europea. Lo que les causó cierta extrañeza a los hombres de la División Drogas Peligrosas de la Federal fue que el conductor de tamaño encargo no llevaba encima ni siquiera el registro de conductor. Por eso piensan que en algo no mintió en su primera y nerviosa versión ante los policías que lo pillaron: que iba a Floresta.

Ahora, tras el increíble traspié de los narcos, son varios los jueces que quieren hablar con el hombre detenido, además del que ya tiene esta nueva causa federal, Julián Ercolini. En principio, lo que resulta obvio para los pesquisas es que la droga vino en camión del norte, camuflada, por eso el olor a combustible y el aceite. De Pedro Guerrero Ayala sólo se sabe que sería de Lima, llevaría un año y medio en Buenos Aires y vivía en la esquina de Cobo y Curapaligüe. “Es probable que no sea un alto mando de la organización y hasta que no haya ganado demasiado por el trabajo que estaba haciendo”, le dijo ayer a este cronista un hombre cercano a las familias peruanas más encumbradas en el mercado ilegal porteño. “Lo que es terrible es que el hombre sabe que está muerto. O porque perdió un millón o porque no quieren que hable, pero corre peligro”, le dijo dramáticamente un investigador a este diario. Menos preocupada por el destino del muchacho, otra fuente judicial consideraba el incidente como “la demostración de que las bandas investigadas hasta ahora como la liderada por Marcos Estrada González –el supuesto capo prófugo– son apenas un eslabón de la cadena porque el gran negocio sigue hacia arriba”.

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