SOCIEDAD
› LOS TURISTAS EXTRANJEROS QUE LLEGARON EN MEDIO DE LA CRISIS
“¿Por qué tanta gente en los bancos?”
Se topan a cada paso con manifestaciones, vallados y policías. Tienen miedo de salir y no entienden por qué los bancos estallan. Los operadores dicen que la devaluación renovó el interés del turismo extranjero en el país, aunque muchos se sienten como si hubieran llegado a Afganistán.
› Por Alejandra Dandan
Por alguna razón el tránsito está cortado y la combi no sabe cómo avanzar hacia Plaza de Mayo, el clásico a donde se dirige ingenuamente este puñado de turistas extranjeros. La guía parece perdida: “Vamos a aclarar algo: hoy es día de protesta”. Dice como si fuera extraño mientras la combi avanza a los tumbos en medio de calles cortadas, bocinas y un tachín tachín metódico que, otra vez, se oye en la plaza. “Recuerden –vuelve a decir con voz de alarma–: si quieren dejar los bolsos en el bus van a estar más seguros, bajen con cámaras, eso si las necesitan. Bajen con confianza –dice por fin–, eso sí, pero traten de bajar con lo menos posible y cuiden sus pertenencias”. Las noticias de la devaluación generaron un renovado interés de este país como punto turístico. Los visitantes llegan, eso sí, un poco desconcertados y repiten una pregunta: “¿Por qué hay tanta cola en los bancos?”.
No llegaron a Afganistán, pero todavía lo están chequeando. Este grupo de turistas viaja con Vision Line, una de las compañías que por estos días cargan a los visitantes que recorren la ciudad con cara de marcianos.
Por ahora y durante un rato todos estarán relajados. Aún no han llegado a plaza y tendrán algunos minutos para observar los paisajes exuberantes de los bosques de Palermo, meterse de narices en la fachada del Palais de Glace donde, dirá la guía, por primera vez danzó el tango la alta sociedad porteña.
En el medio habrá una yapa. Ahora mismo el bus avanza sobre “la avenida de los edificios más caros de Buenos Aires” donde el recorrido ha incorporado hasta la fachada del ex minister of Economy, in floor 28th. Así seguirán las cosas hasta la Plaza. Ahí donde la guía anuncia la protesta e iniciará su recorrido con un look combativo sobre “the most important atraction, the Plaza of Mayo”.
Los integrantes del bus llegan de Australia, Colombia, Ecuador y Holanda, entre otros. Ninguno suponía hasta ahora que las atracciones más importantes en la plaza serían esas que torcieron la cara del francés Paul Winninger.
–¿¿Por qué está la policía here??
Los uniformados están detrás del vallado. Y mientras los mira, Paul no logra entender porque “una ciudad tan moderna, sí, sí, como las grandes ciudades de Europa, con esta pobreza y los disturbios políticos: hay una contradicción, para mí es un misterio”.
En medio del grupo han quedado atrasados dos pobres holandeses. Alvin Anito es el menos dificultades tiene de los dos porque, al menos, se las arregla con el idioma. Desde hace once años vive en Holanda aunque pasó buena parte de su vida en Centroamérica, donde incorporó ciertos antídotos indispensables para esta parte del viaje a Buenos Aires. Sus jefes no querían dejarlo venir. “Mirá –le dijeron–: si vas pero mantente alejado de los peligros que te necesitamos.” Como si su decisión molestara, lo despidieron con un augurio: “Que regreses sano y salvo; y a tiempo.”
Y en eso anda Alvin por estos días. Ya ha encontrado algunas máquinas de Internet públicas, de esas que todavía no han sido apedreadas, para enviar cada día partes de su buen estado. En el tiempo libre, la actividad para los holandeses es bastante movida. Alvin y Mattijs Riekerk, su compañero de andanzas subdesarrolladas, andan a los saltos con los números y mareadísimos con eso de pasar florines a euros y desde ahí todo a dólares y después a pesos. Al final de todas esas sumas ni siquiera saben ya si cuando compran algo, ganan o están perdiendo.
Es que ése es otro punto que ninguno entiende. Temerosos de nuevas devaluaciones del peso, no quieren tener en sus manos mucha moneda local. Trajeron euros y desearían cambiarlos a dólares, pero no lo logran. Y si para los holandeses la tarea es difícil, para Marc Nussbaumer y su amigo Sebastian Maury, es casi imposible. Los dos son rubios, flaquísimos y recién llegados de Suiza. –¿Tuvieron problemas con el cambio?
–No sé por qué no es posible tener dólares por aquí, solamente en los bancos. Pero no encontrar dólares: hay mucha gente que quiere; tenemos que esperar dos y tres horas a la fila, es una mierda.
Los suizos no comprenden nada de nada. Primero deambularon toda la mañana en la ciudad tratando dar con algún banco vacío. Cuando se cansaron probaron con los cajeros, pero no les dieron dólares, sólo más pesos. Al final, buscaron instrucciones y se fueron al centro. A la tarde los dos quedaron en la Plaza: Marc de un lado, Sebastian del otro, y la policía por delante y por atrás controlando la columna del Colegio de Abogados y de Escribanos que avanzaba a los cacerolazos.
Por ahí cerca aparecen dos franceses con cara de franceses. Eva y Richard, recién aterrizados. “El pueblo no es feliz de vivir en este país”, dice Eva mientras compara todo esto con la esa otra idea de Buenos Aires, esa que antes del viaje veía como “una ciudad hecha para soñar”.
–No es fácil cambiar traveller checks –dice–, porque el banco no tiene dólares, no quieren, no tienen...
–¿Encontraron mucha gente en los bancos?
–Uy sí... ¿Por qué hay largas colas? No sabemos por qué son esas colas. ¿qué, es para tener más pesetas?
Ahora mientras el bus está recogiendo a su gente para seguir hacia La Boca, los dos suizos vuelven a aparecer, esta vez frente al Cabildo.
Marc se queda de un lado, Sebastian del otro y la columna está casi disuelta cuando se escucha:
–Ey, ¿y la próxima marcha es cuándo?
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