SOCIEDAD › OPINION
› Por Juan Carlos Volnovich *
¿Los prejuicios patriarcales que durante siglos marcaron las conductas sexuales y los ritos de iniciación?
Bien, gracias.
¿Que la moral pacata insiste y persiste cuando se supone la existencia de un momento adecuado, de la persona adecuada, del lugar adecuado, de la forma adecuada de incluirse en la esencialmente maleducada sexualidad?
Bien, gracias.
¿Que “iniciación sexual” es sinónimo de genitalidad: erección, primera penetración y desgarro del himen?
Bien, gracias.
¿Que “todo bien” en la medida en que sexualidad e higiene cabalguen juntas y al hacerlo se cuiden del sida, de embarazos no deseados; también, que lo hagan a gusto, sin ceder a coerciones externas a la voluntad y, si es posible, con amor?
Bien, gracias.
Si bien es cierto que la revolución sexual de los ’60 contribuyó a modificar usos y costumbres ancestrales, todo hace pensar que, antes que cambios estructurales en los modos de procesar las diferencias entre varones y mujeres a la hora de iniciarse sexualmente, muy a la Lampedusa algo ha cambiado para que todo siga igual... o, parecido.
Con todo, es un mérito innegable aquello que contribuya a visualizar que, si bien la virginidad de las chicas antes del matrimonio y el debut de los varones en el prostíbulo parecen cosa del pasado, aún persiste entre los jóvenes varones no sólo un alto índice de una iniciación inscripta como intercambio de sexo por dinero, sino que el consumo de prostitución ha llegado a límites insospechados aun en aquellos que han debutado con amigas, compañeras, novias o contactos contingentes. Es mérito innegable alertar acerca de la violencia que soportan los varones sometidos a una iniciación prematura más impuesta por la necesidad de glorificar una heterosexualidad compulsiva que por el propio deseo. Es mérito innegable denunciar el retroceso en los aspectos éticos ante la evidencia de que aquello que en los ’60 era bochornoso y humillante para los varones –tener que acudir al sexo pago– hoy en día es fuente de orgullo, jactancia y garantía de inclusión en el universo masculino; pago del peaje necesario para ser reconocido por el grupo de pares; refuerzo de la virilidad convencional.
* Psicoanalista.
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