SOCIEDAD
› EMOTIVO REGRESO DE LA TRIPULACION DEL IRIZAR
El retorno del rompehielos
Mucho cartel del estilo “Bienvenido, te amo, Paqui” o “Gustavo”, bien grande y más abajo “Tu familia”, vendedores de café y de higos turcos con nueces, mucha banderita argentina, la banda musical de la Armada, muchas mujeres con niños en brazos, con cámaras en mano, preguntas como “¿cuál es papi?”, respuestas como “aquél, el décimo de la derecha”, bocinazos, sirenas y más agua sobre la Dársena Norte que abajo, en el Río de la Plata. Eran las tres de la tarde cuando el “Almirante Irízar” asomó al fondo de la escollera, rompió el hielo de las formalidades y desató aplausos, marchas musicales y alguno que otro llanto.
Habían pasado 53 días desde que zarpó en auxilio del buque científico alemán de bandera liberiana “Magdalena Oldendorff”, incrustado en una masa de hielo antártico que le impedía ir hacia adelante o hacia atrás. El Irízar no logró liberar al Magdalena, pero sí lo remolcó hasta un lugar protegido.
A su regreso a Buenos Aires, los 176 tripulantes, formados en línea, intentaban resistir a pie firme el embate de torrentes de emoción, mientras en la dársena, familiares, periodistas, marinos, vendedores y curiosos luchaban a los codazos por alcanzar una posición estratégica. Técnicamente, el Irízar ingresó en el puerto de Buenos Aires escoltado por más de 300 veleros y las embarcaciones Fortuna, de la Armada, y Esperanza, de Prefectura. Al ingresar al puerto lo recibieron, como se estila, a los cañonazos (17, de salva), mientras uno de los remolcadores que colaboraba en las maniobras arrojaba un permanente chorro de agua sobre su estructura a manera de húmedo homenaje.
Apenas la escalerilla del rompehielos logró ser posada sobre tierra, tarea que demoró no menos de veinte minutos, la banda de la Armada soltó, emocional, “Mi Buenos Aires querido”, mientras más de uno de la tripulación se restregaba los ojos. Tras la bienvenida del jefe de la Armada, Joaquín Stella, la formación rompió filas y la tarea de los experimentados lobos de mar fue la de arrimar a sus familiares a cubierta. “La situación más crítica –dijo el capitán del Irízar, Héctor Luis Tavecchia– la vivimos cuando salíamos con el Magdalena y quedamos atrapados por el hielo, navegábamos a un promedio de 22 kilómetros y había peligro de derivarnos al oeste y ser absorbidos por la corriente de Wedell, donde había hielos muy viejos y de difícil penetración.”
“La parte más crítica fue cuando nos agarró un temporal –dijo a Página/12, desde otra perspectiva, el suboficial Miguel Cardozo, mecánico aeronáutico, uno de los encargados de mantener en buen estado los helicópteros del buque–. La tripulación está acostumbrada a los temporales, pero éste fue uno de los más altos de la escala. Tenía 9.”
–¿Y cuál es el punto más alto?
–Diez. Eran olas de más de 15 metros. Se te frunce todo.