SOCIEDAD › OTRO EXPLOSIVO CONTRA EL GERENTE QUE RECIBIO LA CARTA BOMBA
Un artefacto de escaso poder explotó frente a la casa de la ex mujer del gerente de Nestlé al que iba dirigida la carta bomba que estalló en las manos de un colega suyo. El nuevo hecho ocurrió horas después del primer episodio. Las dudas por el origen de los atentados.
› Por Horacio Cecchi
Si alguna duda había sobre quién sería el destinatario de la carta bomba que estalló el miércoles por la mañana en Nestlé, una nueva explosión, ese mismo día en horas de la noche, clausuró cualquier incógnita al respecto: una bomba casera estalló en el frente de la casa de la ex esposa de Cristian Alejandro Antonello, responsable del Help Desk interno de la firma y cuyo nombre figuraba en la etiqueta del envoltorio del libro bomba que estalló en manos de su jefe, Cosme Veneziale. El segundo explosivo fue colocado en la ventana del chalet de General Pacheco donde viven la ex esposa y sus dos hijas. Aunque la investigación parece avanzar sobre carriles, no hay información precisa. Los investigadores mantienen reserva, señal ambivalente de que pueden estar tras la pista e intentan evitar filtraciones para que la presa no se escabulla, o señal de que no tienen ni sombra de autoría e intentan evitar filtraciones para escabullirse de la prensa. Por su lado, Nestlé se apresuró a difundir que se trataba de un ataque a nivel personal en el que la empresa no estaba vinculada como objetivo. Los investigadores no están seguros de ello y no descartan nada. No quieren desayunarse con chocolate amargo.
Parecía demasiado. El miércoles por la mañana, el libro sobre la pobreza en Latinoamérica se había transformado en literatura fantástica y había volado por los aires, después de comprometer con quemaduras el rostro, el tórax y ambas manos de Cosme Veneziale, gerente del área, y casi le había llevado el dedo índice de la mano derecha. Después surgió que el libro había sido enviado con dos etiquetas, una a nombre de Antonello y la otra que decía “Oxford University Press”; que había llegado por la tarde del martes pasado, envuelto en celofán, y que Antonello no se había mostrado interesado y, sin abrir el sobre, lo cedió a Veneziale, quien al día siguiente sí lo hizo y sufrió en directo el estallido.
Pero no era todo. Poco más de medio día después, alrededor de las once de la noche del miércoles, un paquete de dimensiones menores fue colocado en una de las ventanas del chalet de Bogotá 1391, casi Tierra del Fuego, en General Pacheco, Tigre. El paquete no tenía texto, pero no hacía falta. Estalló, rompió parte de la mampostería exterior, sacó la ventana de su marco y destrozó los vidrios de la ventana. En el chalet viven Ana Clara Alvarez y sus dos hijas. Alvarez era, hasta que se separaron, la esposa de Antonello. La regla de tres simple impide esquivar las conclusiones.
La mujer, que en ese momento estaba en su casa, llamó aterrada al 911 mientras empezaba a hacer cuentas, dado que ya estaba enterada del envío literario a su ex marido y sus consecuencias erróneas. De inmediato, desde la DDI de San Isidro se comunicaron con John Broyad, fiscal de Vicente López, que investiga el estallido de Nestlé y que inmediatamente vinculó el segundo incidente con el primero.
“Era, cómo decirle, un artefacto de pirotecnia común, de los fuertes –describió a Página/12 uno de los expertos–. Nada más que un petardo potente. Uno de esos que llaman mortero.”
Los investigadores, por el momento, no descartan nada. Ni siquiera que el atentado no haya tenido como objetivo a la empresa. Nestlé lo descarta. Por otro lado, ya detectaron quién entregó el libro en la empresa. “Un hombre mayor, no iba en moto, estaba a pie, vestía vaqueros”, corrigió el investigador. De quién colocó el petardo en el chalet no hay datos y Broyad tomaba testimonios, buscando ampliar esa información para contrastarla. Una vecina dijo haber visto que “dos muchachotes se fueron cuando explotó”. ¿Es posible pensar que no hayan sido los mismos quien entregó el libro y quien colocó el artefacto? Es posible. Dentro de esa respuesta también está la posibilidad muy cierta de que hayan sido encargados a otras personas que realizaron el trabajo.
Las hipótesis están abiertas: ¿las amenazas tuvieron como objetivo a Antonello? Sin otros datos, no parece haber duda de ello. ¿Estaban pensados como simultáneos? ¿Sería coherente suponer que quien haya ideado el método, en los informativos de la tarde del miércoles hubiera registrado que el libro bomba no había logrado su objetivo y, de apuro, adquirió un petardo de mucho poder pero al que se puede acceder con facilidad? ¿Será ésa una buena conclusión de por qué en un caso se usó un método explosivo de cierto conocimiento técnico, y en el otro sólo se usó algo de apuro? ¿Por qué se envió el segundo artefacto al chalet de la ex esposa? ¿Por qué no fue enviado a su actual domicilio?
Tener la respuesta de esta última pregunta no parece un dato menor. Por el momento, se sabe que Antonello vivió en la casa de Bogotá hasta hace 10 meses. Quien envió o colocó el explosivo en el chalet, ¿sabía que Antonello estaba distanciado de su esposa desde ese tiempo? O, al revés, como posibilidad, ¿Antonello estaba volviendo a su casa después de ese tiempo? Ambas preguntas llevan a hipótesis diferentes. En el primer caso, no pareciera haber la cercanía suficiente como para estar enterado de la separación. En el segundo de los casos, la cercanía parece ser mucha e importante, como para saber que ha regresado. ¿Podría ser éste, el regreso a su casa, el motivo del atentado? Estas preguntas habrá formulado el fiscal ayer a Antonello y a Alvarez y, si tenían respuesta, ya habrá avanzado en conclusiones sobre el caso.
Entretanto, en el Centro Médico Fitz Roy, de Villa Crespo, el gerente de Help Desk de Nestlé, Cosme Veneziale, se repone de la intervención quirúrgica por la que pasó después de la explosión del libro bomba. El parte del subdirector médico del CMFR, Marcelo Schieber, informó a los medios que el gerente de sistemas de Nestlé había pasado por una reparación exitosa de las lesiones en su mano derecha y “conserva todos sus dígitos”.
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